Háblame, cuerpo. Una aproximación a la obra de Pepe Espaliú. |
Juan Vicente Aliaga |
Sultan Valad1
Adentrarse en la obra de Pepe Espaliú resulta problemático. Es difícil salir ileso. Quien se aventura por los meandros de su pensamiento, en ese todo que configuran los escritos y la obra plástica, acaba por impregnarse de una atmósfera deletérea. lancinante y, a veces, opaca. Los interrogantes que suscita ponen al espectador, al lector, ante una experiencia de los límites, que es ante todo un secreto fluir del sujeto, de sus pulsiones polimorfas, de sus actos, de su cuerpo. 1986-1993: son pocos los años para un itinerario lleno de recovecos. No obstante, la coherencia de Pepe Espaliú apunta a múltiples direcciones, a una dispersión de puntos de mira para, en el fondo, ceñirse a un mismo asunto. A vueltas con la definición del sujeto, con la escisión del yo, fue dándole cuerpo a un metalenguaje con el que nombrar lo innombrable. En la morada del lenguaje, que es según Heidegger, la casa del Ser, buscó refugio, amparo, luz en las tinieblas. Baldía es la tarea de quien pretenda diseccionar este corpus de ideas en ordenadas pautas, en líneas rectas, en planos fijos, en etapas separadas. La obra de Pepe Espaliú, y su vida, no lo permiten. Estamos ante un yacimiento, al que hubieran entrado a saco, desordenando las pistas, esparciendo las cenizas y los restos y, sin embargo, por encima de otras consideraciones, el yacimiento es el mismo y los distintos estratos o niveles que felizmente removieron son huellas de un mismo artista. En todos los estratos respira un mismo sentimiento: ora en pos de un infinito, de una circularidad espiritual, de una identidad, de un goce carnal, ora en la enfermedad y la muerte, habla el cuerpo. La división de este texto en tres apartados es una tentativa de esclarecer el sistema de analogías que subyace a su obra: así, el simbolismo de la circularidad y del sexo, la reflexión sobre la dimensión social de la enfermedad y la desposesión física y espiritual; finalmente, el análisis de los mecanismos de ocultación y de identidad que gobiernan el cuerpo. Tres vías de aproximación que se cruzan continuamente, y que no pretenden agotar el caudal semántico de un trabajo que se presenta como un nudo inextricable. Una lectura progresiva, evolutiva, está condenada al fracaso. Parafraseando a Emily Dickinson, podemos decir que el asunto de Pepe Espaliú es la circunferencia, sin principio ni fin, el torbellino que todo lo envuelve en un círculo interminable. La cita que encabeza este texto es de Sultan Valad, hijo primogénito de Yalal al-Din Rumi, confidente suyo y transmisor fiel de sus enseñanzas. Entra de lleno en la problemática de la Búsqueda, tan cara al fundador de la Samá, la danza cósmica de los derviches. Búsqueda que surge en Rumi de un sentimiento de dolor profundo: la desaparición de Shams al-Din. El encuentro, en 1244, en la ciudad de Konia, de Yalal al-Din Rumi y de Shams Tâbrizîm, y la posterior separación2, han dado pie a unas manifestaciones poéticas de indudable y turbadora belleza. Las Odas místicas ylos Rubayyatas de Rumi dan fe de la huella indeleble que dejó en el místico persa el paso de Shams por su vida. La transmutación que el encuentro produjo en Rumi se ha de medir teniendo en cuenta la importancia de la relación maestro-discípulo en la cultura sufí, y las consecuencias que tuvo, en lo que a ósmosis espiritual se refiere, la relación amatoria de dos hombres de semejante sensibilidad y edad diferente3. La ausencia del amigo hizo verter a Rumi versos de añoranza, impulsándole a construir una poética del Amado: «Mi lugar es el singular, mi señal es la sinseñal. No tengo cuerpo ni alma, pues pertenezco al alma del Amado.» 4 La búsqueda del Amado, concepto éste que tuvo en siglos posteriores gran raigambre en el misticismo español, especialmente en San Juan de la Cruz -la noción de fuente y de amigo son términos que comparte con el poeta persa- se materializa en el pensamiento de Rumi a través de un proceso de desmaterialización y, valga la paradoja, en el que cuerpo y alma se funden en la pertenencia al Amado. Y ha sido la danza de los derviches, monjes/mendigos mahometanos, la que mejor ejemplifica, en su rotar extático, la unión mística, envuelta en la melopea solemne que culmina con la salmodia del Corán, es decir, la palabra de Dios. Se dice que Rumi fundó la orden de los Mevievis en la ciudad turca de Konia como una forma de aplacar, mediante el trance en que entraban los danzantes, la amargura de la pérdida del amigo. Rumi estuvo presente en el pensamiento de Pepe Espaliú a la hora de concebir El nido, su obra postrera. En esta performance que realizó para Sonsbeek, en Arnhem5, cobra cuerpo, de una forma límpida y clara, uno de los principios centrales de su trabajo: aquel que exige que el arte vaya de lo complejo a lo simple y no al revés. Con esta orientación reductora se están enfatizando dos cuestiones, a saber, y en este orden, que la concepción mental de una obra de arte obedece a un proceso de acumulación de imágenes entreveradas de procedencia varia, que participan en distinto grado en la gestación de una idea y, en segundo lugar, que la plasmación final del engranaje conceptual evita mostrar la superposición de niveles semánticos, en favor de un resultado escueto. Huelga decir que la limpieza y desnudez que caracteriza la obra de Espaliú, no supone una anulación del sentido protéico de la misma, sino una concentración, un recogimiento, que aúna la densidad de significados con la concisión formal. En el proyecto de Sonsbeek cohabitan distintas fuerzas que hacen de El nido un crisol, que permite entrever cómo se fue ensamblando el Espaliú final. Fuerzas generadas por su propia experiencia del espacio abierto de Arnhem, y de otros elementos sustentados en la lectura de Rumi y, asimismo, en su reflexión sobre algunos modos de vida sexual. Al terreno diseminado, a campo traviesa, que le ofrecía Sonsbeek, Espaliú prefirió un espacio intermedio en donde jugar con las nociones de interior y exterior. Se trataba de instalar una plataforma octogonal bajo la copa de un árbol, situado en el parque que circunda el Gemeentemuseum de Arnhem. La plataforma podía verse desde un ventanal abierto en una sala del museo6, funcionando, como ha señalado Espaliú, a modo de espacio pictórico, es decir, como una pintura de paisaje cuyos componentes no eran únicamente formas y colores, dispuestos al azar, sino, la puesta en práctica de una performance en torno al movimiento y la circularidad. El espectador tenía acceso al parque a distancia, desde el interior del museo, acercándose al proyecto por vía de una aproximación casi cinematográfica, haciendo el cristal las veces de pantalla, transparente, en este caso. Encaramado a la tarima octogonal durante ocho días consecutivos7, Espaliú fue despojándose de la ropa de calle que llevaba, compuesta a su vez por ocho prendas, una prenda por vuelta, hasta quedarse desnudo. Al término del periplo, sobre la plataforma se arracimaban un número de prendas suficientes para formar un nido. El último día estampó varias veces sobre un rollo de papel la frase «AIDS is around». El espectador, como un voyeur autorizado, pudo seguir el movimiento del artista alrededor del árbol, que recordaba en su deambular la danza de los derviches. Semejante, pues, al discurrir de los danzarines mahometanos que, al girar sobre sí mismos, entran en trance hasta el punto que el mundo físico se desvanece, paulatinamente, y llega a confundirse con la dimensión espiritual. Uno de los gestos más significativos de la Sama, la danza cósmica mencionada, se produce cuando los derviches, con las manos en los hombros y los brazos cruzados, los extienden, al iniciarse la danza, señalando con la mano derecha el cielo de donde les viene la gracia, mientras que la mano izquierda se orienta hacia el suelo para esparcir la gracia concedida, que devuelven al mundo tras haber surcado el corazón de los derviches.8 En el caso de Pepe Espaliú, cuya acción estaba desprovista de cualquier signo de espectacularidad, no se trataba de seguir a pies juntillas las enseñanzas de Rumi, sino de, inspirándose libremente en él, entreverar ese discurso con otras fuentes semánticas. Lo diremos con palabras inéditas, hasta ahora, del propio artista9, en un breve texto que encabezaba una cita de Emily Dickinson: «My Business is Circumference». El texto reza: «Círculos en los que el deseo queda atrapado en un movimiento repetido y pulsional. Deseo que al erosionarse en ese «no poder parar», se hace más puro, más vacío, como en el movimiento de los derviches, bailarines del sufismo. Rotación continua de presos y místicos, de paranoicos y homosexuales... de todos aquellos que viven sin apropiarse de nada sino en la fiebre de «rotar» la circularidad tautológica del «ser». Del Círculo como «Revelación», como mínimo apoyo y máxima proyección... Recorrer su curva infinita y desgastarse en ella. Colocar la cabeza bajo los pies y subirla en una espiral eterna». Hasta aquí un escrito que deja traslucir cómo coexisten distintas lecturas de la rotación, en las que comulgan creencias diferentes. Espaliú une así lo espiritual a lo carnal y a lo marginal, sin olvidar a quienes socavan el concepto de razón del logocentrismo occidental. La serena exaltación del legado de Rumi, al que alude al hablar, en la última frase, de la idea de elevación relacionada con la experiencia sufí, que equivaldría a poner la cabeza bajo los pies y subir por ella, adquiere carta de naturaleza. Alusión ésta que volverá a aparecer en dos piezas compuestas por una serie de muletas en escalera, a saber, El Paseo del Amigo II y Sin título, ambas de 1993. En la acción El nido se entremezclan diversas fuentes semánticas. Una de ellas, tal vez la que incida en el titulo de la performance de modo más directo, procede del impacto que le produjo al artista, en su visita a Arnhem, la profusión de nidales instalados en parques y jardines. La conciencia ecológica, por contraste, tan escasa en España, se fundió con el concepto de vuelo, en un proceso de pura asociación de ideas, mecanismo éste que ha empleado a menudo, al igual que algunos artistas como Marcel Mariën y Joan Brossa. Esta cadena de imágenes le condujo a la definición que Théophile Gautier da de la danza derviche: «Las vueltas sobre la tarima octogonal, perfectamente encerada, evoca el vuelo de un enjambre de espíritus celestes, a grandes pájaros místicos abatiéndose sobre el suelo»10. Al hilo de esto, cabe pensar en la paradoja que se produce con los conceptos de vuelo, elevación, levitación y ascensión, palabras que ha acariciado Espaliú desde hace varios años, pues en la devanadera del lenguaje, observamos que dichos términos descubren un contrario que les hace sombra, y que en sus escritos alcanza un lugar predominante, sin el cual su capacidad significativa se vería mermada: se trata de la idea de caída, descenso, vacío 11. Piénsese en piezas como las muletas, asidero necesario para subir desde la caída, que se transforman en una escalera de connotaciones bíblicas. El Nido es también metáfora del acto repetido de la desposesión. Así, al igual que las aves se despojan de su plumaje para cobijar a sus crías12, de la misma manera el artista, volador como un derviche en la embriaguez de la vida y la muerte, se desprende de su ropa para edificar un nido humano, un refugio, «forêt de symboles»13. En esta concatenación de sentidos, procedentes de una acción de escueta armazón visual, conviene entender que el número ocho, que puede interpretarse en las tradiciones esotéricas como el correspondiente al equilibrio cósmico, da paso a una reflexión sobre la pérdida y la desposesión. Así, las ataduras se aflojan y la mente entra en una nebulosa caótica y reiterativa. Lo físico se desmorona en la rotación que es, ante todo, revelación de otras verdades de orden infinito. La circularidad que vertebra la cita de Emily Dickinson trasmina, asimismo, en un uso poco frecuente de la idea duchampiana de rotación, tal y como puede verse en su Anémic Cinéma. Como es sabido, el autor del Grand Verre era muy dado a los juegos de palabras, verbigracia, las aliteraciones de «Esquivons les ecchymoses des esquimaux aux mots exquis». Alguna de ellas podían dar lugar a sentidos ocultos, así en «Líaspirant habite Javel et moi jíavais líhabite en spirale», si nos basamos en la homofonía, tendremos que «Jíavais» parece referirse a Jahvé que, engarzándolo a la frase siguiente, da como resultado «et moi, Jahvé líhabite en spirale», lo cual, tratándose de un texto inserto en una figura circular, desvela uno de los códigos de la función rotatoria que Duchamp quiso insuflar a su Anémic Cinéma. No olvidemos que en el vocablo Anémic se oculta ánima, es decir, vida, alma, soplo del aliento divino. No es pues de extrañar que Espaliú hiciera incluir, en las páginas que le correspondieron del catálogo de Sonsbeek14, junto a unos discos ópticos duchampianos, unas imágenes de ruedas cabalísticas y una ilustración de la danza de los derviches. Para completar esta obra clave, no puede orillarse la referencia a un cuento de su niñez, en el que un hombre quería atrapar su sombra dando vueltas a un árbol. Pero, dado que su cuerpo era de arena, se iba desgastando a medida que corría hasta desaparecer, dejando un rastro circular alrededor del árbol15. La erosión del cuerpo, hasta su desaparición, adquiere una primacía conceptual a través de fuentes literarias y, también, de alusiones pictóricas. En este caso, fruto del encuentro fortuito, en el Gemeentemuseum de Arnhem, con la obra de uno de los pilares del magisch realisme holandés. Se trata de Pylie Koch, pintor de prostitutas, contorsionistas y esbeltos deshollinadores. Una de sus obras titulada Nocturne (1930), muestra un mingitorio circular de cuyo interior, gracias a la oscuridad reinante, brota un resplandor que dota a la imagen de cierta calidez16. El urinario aparece vacío, al menos no se aprecia en la abertura inferior del mismo ninguna presencia humana. Espaliú, espoleado por este cuadro, decidió dar vida a una arquitectura evacuatoria ya en desuso. Con verdadero engouement, siguiendo la doble vía de la circularidad -despojamiento y unión infinita con lo espiritual- enfatizó la pulsión sexual, sin la cual no puede entenderse, en su justa medida, su ideario artístico. Para ello, quiso invitar a ocho hombres, todos ellos homosexuales17, que habían de acudir a una hora determinada a un pissoir público. El lugar elegido, junto a la cárcel de la Santé en el XIV arrondissement de París, reunía diversos requerimientos. París había sido ciudad propicia para ese tipo de espacios, hasta el punto de que cuando se desmantelaron, por razones de «moral», la comunidad homosexual se manifestó enfurecida por las calles de la capital francesa. La reacción era a todas luces lógica, al tratarse las vespasiennes (bajo ese apelativo eran también conocidas popularmente) del lugar privilegiado de encuentro y de contacto sexual. Decía Gide que los urinarios era el único sitio en que los obreros y los patrones se encontraban. París es, asimismo, centro geográfico, lo que permitía que los invitados a la reunión procedieran de puntos distintos, de modo que pudiera formarse un círculo imaginario en torno al urinario. La circularidad, en este caso, ha de entenderse respecto del acto compulsivo que los homosexuales realizaban en los pissoirs: una suerte de ronda, de desgaste físico, de búsqueda del cuerpo, de la caricia furtiva, del fluir sin dirección del deseo de que hablan Deleuze y Guattari. Los urinarios eran, por otra parte, escenario de un lenguaje codificado, a través de los textos, graffitis, dibujos y números de teléfono, amén de los apóstrofes de toda laya. En definitiva, un auténtico estilo de vida en donde circulaba el deseo, movido por la espuela del morbo, y también por el peligro que suponían las prácticas sexuales heterodoxas. Espaliú quiso revivir ese modo de vida y habitar, por unas horas, fantasmas y pulsiones. Los hombres propuestos entraron en el pissoir del Boulevard Aragó y pergeñaron en sus paredes garabatos y frases entrecortadas como si se tratara de un cadavre exquis fallido, pues, a la vista de quien entraba en el cubículo del mingitorio estaba lo que quien le precedía en el acto había escrito. Leerlos supone adentrarse en el lábil terreno del sexo, oir el agua deslizarse pared abajo, sentir un roce de braguetas, un resuello, y también la punzada de la fría soledad18. Cumplido el acto, los participantes que hasta entonces habían mantenido el anonimato, se vieron las caras en un hotel de la rûe de Parme. Revisada, meses después, la transcripción de la conversación parisina, el propósito de Espaliú cobra mayor pujanza si cabe al apuntar a una dimensión de la representación del cuerpo escasamente considerada: aquella que deja que el cuerpo vibre en situaciones límite, sin que ello vaya en detrimento de la carga espiritual, emocional. En ese sentido, parece congruente interpretar la erosión física, el desgaste, que acompaña los actos perpetrados, con el rondar en torno a sí mismo «borracho, embriagado y aturdido» de los sufíes, como dijera Yalal al-Din Rumi19. El cuerpo visto en función de aquello que expulsa, del resto mancillado (orina, semen...) no da pie, como pudiera pensarse, a una retórica de lo negativo, sino que incide, en último término, en una teleología basada en la ambivalencia de lo sagrado. Recuérdese el estudio de Roger Caillois acerca de la etimología del vocablo sacer 20. En la línea del materialismo dualista que ocupara al Bataille de Documents (1929/30), Espaliú enhebra la jouissance (no olvidemos que este término lacaniano, al decir de Elisabeth Roudinesco21, es de procedencia batailliana) con la puesta en práctica de lo escatológico y de la reivindicación de lo sagrado. El concepto de resto, de última huella (expresión ésta que hay que poner en relación con la idea de esbozo22, de «incapacidad para definir a través de una presencia y la posibilidad, sin embargo, de hacerlo utilizando evasiones», como puede verse en los dibujos y esculturas sobre el óvalo de 1988), de excrecencia que comparte lo físico y material con lo transcendente, se amplifica en este segmento de su acción El nido. Un ejemplo de los diversos usos y modos de las prácticas evacuatorias, desplazadas de su mera acepción utilitaria, lo tenemos, al menos ese rumor corre en los cenáculos intelectuales parisienses, en un escritor católico de rancio abolengo; François Mauriac, autor de Le noeud de vipères, que merodeaba los urinarios públicos para depositar migas de pan que, una vez empapadas de líquidos varios, le servían de manjar de dioses. Resulta inexcusable, en este entramado de construcciones metafóricas, no mencionar el SIDA. Para Espaliú, la relación con la enfermedad se ha de vivir desde la misma enfermedad, simbólicamente entendida como una forma con que se reviste el amor. A una pregunta acerca del cambio de pautas y de énfasis en las manifestaciones artísticas sobre el SIDA en Estados Unidos, Espaliú replicó: «No, yo creo que lo que predomina todavía es la lucha, la rabia, la indignación. En mi caso, eso es un poco distinto debido a que en obras mías anteriores he utilizado parámetros que aludían al amor (...) En ese sentido, ha habido en mi trabajo una continuidad. Trato, en ese orden de cosas, de insertar el Sida como otra forma que adquiere el amor. Pero se trata de un caso específico influido por cómo yo vivo el día a día, con mis amigos, con la gente que tengo a mi alrededor. Por lo general, y sobre todo hablando de los Estados Unidos, lo que abunda es la carga combativa»23. Plantear el sida no es la finalidad de El nido. No hay tema central (la circularidad de la experiencia es un nexo envolvente, un hilo conductor), sino una miríada de notas e imágenes que se agolpan en el entramado conceptual, literario sobre todo, de que se nutre esta performance. Espaliú no hace de la enfermedad un objeto estético. La simplificación que tanto gusta a badulaques y cretinos es ajena a sus intenciones. Ni se glorifica a los enfermos ni se hiperboliza el drama vivido. Cortado a cuchillo, con el tajo limpio y escueto, el arte de Espaliú es clásico en su compostura y brutal en sus consecuencias. Como muestra de la complejización de su discurso, paralelamente a El nido, llevó a cabo un conjunto de piezas que complementan lo que podríamos denominar el Espaliú último. Entre los dibujos, que prácticamente desde 1988 han sido el sustento primordial de su obra, en tanto que instrumento modular del que dimanan otras disciplinas y en torno al cual se ordena la composición y la gestación de las mismas, destacan varios por razones distintas, a saber, Sin título (Con o sin ti), en el que emplea la técnica del collage en su máxima depuración -un simple recorte de periódico- yuxtapuesto a una circunferencia con la leyenda «con o sin ti» trazada a lápiz en dos sentidos (el normal de la lectura y el invertido). La foto pegada arriba exhibe la espalda de un urinario que consta de dos cubículos. La proposición disyuntiva subyace al propio concepto de circularidad, es decir, aquello que nos une, también nos desintegra. No hay unidad entendida como construcción de una identidad superior y tal vez ficticia, sino dualidades encontradas y entrelazadas -substrato medular de su pensamiento-. Años antes, en 1987, Espaliú pintó una pieza en la que dos óvalos, uno blanco y otro negro, componen una escena teñida de melancolía. Otros pares, de manos y de rostros inacabados, de otredades ignotas que denominó Con o sin ti articulan la obra. El vacío mostraba su perfil. La serie de dibujos finales incide en algunas estructuras obsesivas, iniciadas a lo largo de los años y que, en la mayoría de los casos, cobraron mayor pujanza en la primavera de 199324. En ellos se alude a la metáfora de las jaulas que aprisionan (temática que desarrolló también en la escultura) a la par que fijan lazos indisolubles, y que se yerguen como dos figuras orantes que miran en direcciones opuestas; a la espiral cada vez más embrollada, convertida casi en una madeja inextricable sin principio ni fin; a otras formas enredadas como las telarañas. Por su fuerza expresiva y su radicalidad, descuellan algunos dibujos que hablan de la sexualidad, de la herida o falta y del vacío. Centrémonos en el primer espectro y en un dibujo en particular. Preguntado en 1987 sobre la relevancia de la sexualidad Espaliú contestó: «Mi formación es fundamentalmente psicoanalítica, lo cual quiere decir que el que yo dijera: «juega un papel importante» sería tautológico. En todo la sexualidad juega un papel que es el único. No hay otros «papeles». No hay otros juegos. Ese es el juego»25. Quien vea en la contundencia de estas declaraciones una puerta abierta a la celebración escenográfica del sexo se equivoca. Más que palmaria, la pulsión sexual en la obra de Espaliú puede ser definida como latente. Una latencia cuya epifanía nunca es completa, sino que se desplaza continuamente a través de recovecos y de estrategias de ocultación, de prótesis deformantes, de perversiones del lenguaje, de máscaras que la aplazan sine die, aunque respire entre las fisuras y los intersticios. La sexualidad no constituye tema alguno ni serie concreta y, sin embargo, el flujo del deseo, emparentado en ocasiones al dolor físico y el placer que este proporciona, emerge en piezas de años diferentes, que corresponden a fases de distinta atmósfera. Ahí están las pinturas sobre madera de 1987 que muestran en perfil cuerpos hermafroditas, y que remiten a estatuillas africanas, -Arma blanca I, Arma blanca II -. Enfrentados a un doble maniatado o a una exultante expulsión seminal, estas piezas están conectadas con las máscaras de bronce de 1989. Se respira en ellas la fascinación procedente de la limpieza de sus aberturas, que hacen pensar en el concepto de béance, superficie abierta, solidez quebrantada, a la que se refirió Lacan. No obstante, estos indicios de un fluir sexual en que dolor y placer van a menudo de la mano, es ajeno a su corpus el juego de la evidencia. Paradójicamente, el dibujo que ha provocado esta pequeña disertación, y que anunciábamos antes, la proporciona de alguna forma. Expuesto en Arnhem26 el dibujo se construye sobre dos elementos: una foto procedente de una revista hard-core y una figura a lápiz, que parece una prolongación de la imagen anterior. La obra, de pequeño formato, sorprende por tratarse de un caso único en la producción de Pepe Espaliú. Único, entiéndase, por inspirarse de un objeto ya existente e incorporarlo a su trabajo, y por tratarse, además, de una imagen que no ofrece dudas en cuanto a la contundencia del acto sexual27. Espaliú no era, como es notorio, partidario del uso directo e inmediato del objet trouvé, y mucho menos del entusiasmo que a finales de los ochenta despertó el ready-made. Dicho esto, sería baladí y meramente morboso dejarse llevar por la simple referencia al pene eyaculando, cuyos testículos aparecen asaeteados de clavos. Lo realmente turbador estriba en la yuxtaposición de la fotografía, que Espaliú manipuló añadiendo una anilla a la altura del glande, y del dibujo que parece nacer debajo de la misma, para ocupar la otra mitad del espacio. Aquí la obra apela a otras lecturas. Ese tallo acabado en flor exhibe su inversión con respecto al nervudo músculo erguido de arriba. La analogía no se acaba ahí: al igual que los testículos parecen ser uña y carne, con respecto a los clavos, de la misma forma hay que establecer una relación entre la flor y las espinas que Pepe Espaliú, de modo característico en sus dibujos, rodea de un sombreado difuso para realzar su presencia. La interpretación, pese a las ilusorias apariencias, se resiste. ¿Estamos acaso ante una visión celebratoria de la sexualidad homosexual de cariz masoquista? ¿Es tal vez una llamada de atención en favor de una sexualidad onanista y, por lo tanto, sin riesgos? ¿Habría que hablar de antinomia entre el componente femenino del dibujo -la flor- y la masculinidad manifiesta de la foto, o quizá estemos ante una misma imagen, cara y cruz de una realidad osmótica? La respuesta no puede ser única. No obstante, para desenmarañar algunas claves de este trabajo, parece relevante tener en cuenta que 1992 y 1993 fueron años fundamentales para Pepe Espaliú en lo que los anglosajones denominan coming out (salir del armario, declararse y asumirse publicamente como homosexual). El texto titulado Retrato del artista desahuciado28 da fe de esa acción valiente que supone dar el paso, gritar a los cuatros vientos cómo se vive la sexualidad en un mundo homófobo: «Mi homosexualidad fue el primer signo de exclusión de ese mundo. Los homosexuales hemos aceptado cobardemente vivir dentro de un esquema social impuesto del que estamos excluidos y con el que nada tenemos que ver. Limitados por el miedo al rechazo de nuestra condición sexual, hemos abolido sus legítimas y necesarias formas de expresión. El mundo que nos rodea en nada nos concierne: no nos concierne su modelo de estructura social, basado desde su origen sólo en la idea de familia. No nos concierne su modelo jurídico, que no tiene en cuenta en ningún momento la posibilidad de la existencia legal de la pareja homosexual y que en nada contempla nuestros derechos. No nos concierne su modelo religioso, hoy dependiente de los propósitos y desvaríos homófobos y reaccionarios de Juan Pablo II. No nos concierne su modelo político, en el que en ningún momento nos vemos representados como colectivo. No nos concierne su modelo publicitario, ya que los medios de comunicación son reflejo de una sola forma de relación de pareja, excluyendo sus imágenes nuestra diferente forma de ser y de amar. Nosotros, homosexuales, hemos sido obligados a inventarnos un mundo paralelo, construido a partir de nuestro peculiar modo de entender sus leyes, sus instituciones, sus creencias y su forma de concebir el amor. Frente a esa perpetua otredad en la que vives, frente a un estar en el mundo que ni comprendes ni te interesa, y al que sientes perennemente agresivo con todo aquello que eres y como eres, sólo el arte me ofreció la posibilidad de crear una silenciosa mentira que se convirtió en mi única verdad, último reducto de lo Real...» El reconocimiento público de la homosexualidad en un país de silencios como España en que, bajo una aparente tolerancia, se pisotean los derechos de la comunidad gay y lésbica, supuso para Espaliú dejar de vivir el arte como una construcción ficticia, como una coartada al encarar las problemáticas cotidianas -y el arte era la suya- en términos de realidad (que no de realismo). Por la clarividencia y precisión, amén de la dureza del lenguaje empleado, reproducimos las siguientes palabras del texto citado más arriba: «Quizás esta vez, y me es indiferente si se trata de la última, mi hacer como artista tiene un sentido pleno, una absoluta unión con un limite existencial que siempre rondé sin conocerlo del todo, bailando con él sin nunca llegar a abrazarlo. Hoy sé cuál es la verdadera dimensión de ese límite. Hoy he dejado de imaginarlo. Hoy yo soy ese límite». Estar en el mundo, como dice Espaliú con sabor heideggeriano, conlleva la asunción de determinados planteamientos, conducentes a una definición del ser. Definición que, al darse de bruces con los conceptos de normalidad imperantes puede desembocar en una construcción quebradiza y doliente de la identidad. De ahí la necesidad de edificar, mediante estrategias de pensamiento, un velo protector, una coraza incluso, llámese embuste, simulacro o simplemente arte. Cuestión ésta que analizaremos en el último tramo de este texto. El sida, como él mismo reconoció, proclamándose a sí mismo artista desahuciado, fue el golpe de viento que precipitó la entrada en lo real, y que deshizo el encantamiento malévolo, coartada es el término que elige Espaliú, en que transitaba hasta entonces por el discurso del arte. 1991 fue, si lo leemos sobre la base de los enunciados artísticos, un año infausto. Y al decir esto, no estamos cuantificando la escasez de obra como un valor negativo, sino la tipología engendrada, surgida a empellones. La obra que mostró en Nueva York, en John Weber Gallery, abraza una estética feísta, de acabados toscos y rugosos, de composiciones desangeladas, rotas, de formas crispadas y alambicadas que se alejan de la serenidad clásica de otros años, y que volvería a encontrar, ya inmerso en la enfermedad, sus dos últimos años de vida. En esto, como en otras cuestiones, se ve la impronta biográfica: «Caminar horas y horas sin parar. Recorrer calles de arriba abajo, de abajo arriba. Esa fue mi inmediata reacción cuando me enteré de que padecía el Sida. De esto hace ya dos años. Estaba en Nueva York. La infección había comenzado mucho antes, pero soy incapaz de saber cuándo. Al principio experimenté rechazo, no podía creer que me estaba sucediendo a mí. Entonces me ocurrió algo que le suele pasar a los afectados: intenté olvidar, olvidarme de todo; me fui a México. Pensaba que allí encontraría la clave de mi nueva existencia. No funcionó. Creo que el error estuvo precisamente en ese empeño por no ver; se produce el fenómeno contrario: la mente no para de dar vueltas y la obsesión crece y crece, más que si estuviera uno metido de lleno con un grupo de afectados. Así que me dije: huir no sirve de nada y opté por lo contrario. Decidí integrarme a tope en el sida, en mi enfermedad, y en lo que significa el sida como sistema, como entramado, como universo. Existía una diferencia enorme entre la situación de los enfermos en Estados Unidos y la de los afectados en España. Era urgente la acción aquí. Volví. Logré involucrarme rápidamente en las terapias alternativas, en los ensayos clínicos con enfermos; de ahí pasé a interesarme por toda la vertiente política y social»29. El proceso de concienciación, y para este término conviene citar a Sartre que decía que éste se producía en el artista «cuando para él y para los demás el compromiso pasaba de la espontaneidad inmediata a la reflexión»30, produjo en la obra de Pepe Espaliú un despliegue de energía de una envergadura extraordinaria. Contando con los altibajos con que la enfermedad mella a los enfermos, y con la experiencia vivida en el mundo hispano neoyorquino, en especial lo que allí se denomina buddying 31, que artistas como David Wojnarowicz y Robert Gober, entre otros, han conocido en primera línea, Espaliú rompe con el ensimismamiento solipsista que ha hecho estragos en la década de los ochenta. Un individualismo autocomplaciente en el que habían incurrido, aunque con actitudes diferentes, que van del cinismo grandilocuente a la pasividad, los más de los artistas contemporáneos. Su ruptura, que se tradujo en una suerte de frenesí, le llevó a emplear métodos y técnicas frecuentemente utilizados por los activistas anti-Sida. En ese sentido, la necesidad continua, casi impulsiva, aunque ordenada, de dar peso a la palabra, combatiendo el silencio que existe sobre la enfermedad o, lo que es más grave todavía, la estigmatización de quienes no se amoldan a las pautas dominantes, verbigracia homosexuales y toxicómanos, fue una constante, desde 1992, en la tarea emprendida. De alguna forma se puede decir que el artista cordobés vivió una vida acelerada, dando entrevistas a todo tipo de medios de comunicación32, poniendo el sida en boca propia y en la de otros, fisurando las barreras del lenguaje para dejar pasar un mensaje de apoyo a los enfermos. Y precisamente por este componente solidario, el sida podía ser una forma que adquiere el amor. El golpe de efecto, se dió con el Carrying que recorrió las calles de Madrid el 1 de diciembre de 1992. Respuesta a una estrategia que demuestra haber entendido el papel crucial desarrollado por la información mediática en nuestro mundo. De clara impronta norteamericana, por la magnitud de la empresa y el resultado obtenido, el Carrying puso de manifiesto que el arte puede y debe estar preñado de vida, sobre todo si pretende insertarse en lo social. Al contrario, sin embargo, de lo que grupos como Gran Fury, Gang o WAC han llevado a cabo en Estados Unidos, insistiendo en enunciados de claro cariz propagandístico, Espaliú imprimió alCarrying un marcado sesgo simbólico de proteicas lecturas. El propio término Carrying se gestó en Nueva York, al hilo de una confusión lingüística propalada por los hispanos que cuidaban a domicilio a enfermos terminales de Sida, lavándolos, llevándolos en brazos, ayudándolos, mezclando en la deficiente pronunciación, de alguna manera, el acto de caring (cuidar, que también significa sentir afecto por una persona) con el de carrying (transportar, llevar de un sitio a otro). La feliz combinación de dos figuras retóricas, una aliteración y una catacresis, dio pie a una idea de gran impacto visual. El sida articulaba de esta manera, ante la debilidad extrema de los afectados, el surgimiento de una medicina paralela: aquella que, ante la falta de medios y la desatención de la sanidad pública33, convierte al entorno afectivo de los enfermos -amigos, amantes, familiares...- en celadores que velan por el bienestar físico y psíquico de aquellos. Así, un enfermo, en este caso Pepe Espaliú, fue porteado en andas de pareja en pareja por vez primera en San Sebastián el 26 de septiembre de 1992. Cruzando los brazos, como en el juego infantil de la silla de la reina, -curiosamente, la misma disposición de los brazos aparece en una obra titulada La guerra secreta II (1987)- cada pareja pasaba a la siguiente, en un acto de amor, el cuerpo descalzo de Espaliú. Esta acción organizada por The Carrying Society34 retomaba la consigna de Beuys que dice: «la única manera de progresar y quizás sanar, es tomar conciencia y mostrar tus heridas». El arte entendido como una forma de terapia. Significativamente, en la primera acción del Carrying, se repartió un escrito que empieza definiendo «una acción en el SIDA» como una «acción simbólica». Este encabezamiento es harto relevante, por lo que tiene de apuntalamiento de un sistema de pensamiento en el que la red de significados, como etimológicamente indica la noción de símbolo, está desplazada al dar una cosa en lugar de otra, ocupando así un sentido traslaticio. El arte de Espaliú, en el contexto del Sida, traslada los significados; aspira a lo político, a lo social, pero se desvincula netamente de la tentación panfletaria. «Ser portador de la enfermedad -Aids carrier oHIV carrier, se dice en inglés-, ante la falta de una respuesta médica, implica aprender a vivir con la enfermedad, sobrellevándola (carrying)»35. La cadena humana que surcó San Sebastián y Madrid surtió efecto. Días después, un grupo de afectados reprodujo el Carrying en Pamplona, y también en Barcelona brotó otra iniciativa semejante. El mensaje estaba en la calle. El SIDA también. Amén del eco considerable en la prensa36, el carácter teleológico del Carrying se nutre de una reflexión sobre el simbolismo de la enfermedad y la marginación. A modo de distintos estratos, como si de una arqueología del saber se tratara, Espaliú concibió el Carrying a través de sucesivos niveles de inspiración visual que fueron enlazándose, uniendo lo espiritual a lo social, en un simbolismo alegórico que hace de las paradojas su raison díètre y de las dualidades conceptuales, en el sentido que les diera Bataille de integración heterológica de contrarios, su contraseña. Lo heterológico supone la subversión de esquemas, señalando aquello que es imposible de constreñir en la lógica racional, en la nivelación perniciosa y homogeneizadora de los discursos, aceptando que lo sublime y lo bajo forman parte de una estrategia de desintegración37. El primer nivel tal vez fuera, además de la experiencia con los buddies (acompañantes voluntarios de los sidosos38), el hallazgo de la metáfora de los palanquines39. Si bien estos medios de transporte sirvieron antaño al traslado de nobles y prelados, ocultos en sus parapetos móviles, al resguardo de la plebe y sus contagios, Espaliú hizo de sus esculturas en hierro denominadas Carrying una suerte de parihuelas emblemáticas. Las desprotegidas angarillas, que transporta un camillero en un hospital, se transmutan en un cofre cerrado, hermético, puro y perfecto, dignificado pero aislado del mundo. Los enfermos, dice el cuerpo médico, están en el mundo de una extraña manera, flotando casi, como si no anduvieran por él. Contrariamente a lo que mucha gente todavía cree, el riesgo de contagio es mucho mayor para el propio enfermo que para quien no ha estado en contacto con el virus. Una simple afección, que una persona sana puede superar sin mayores consecuencias, tiene, en cambio, efectos devastadores en un enfermo de Sida. De ahí que Espaliú tejiera con los pies descalzos la metáfora de la desprotección y la debilidad desde el punto de vista de quien enuncia, es decir, de quien ya ha contraído el Sida y carece de defensas. Espaliú ha situado sus Carrying en posiciones distintas, ora empotrados en la pared, acentuando la negra noche en que se adentran, ora elevados como si de una levitación mística se tratara. Así la pieza exhibida en Los últimos días (Sevilla, 1992), ubicada en la planta baja de las Salas del Arenal, en un espacio cilíndrico, en lo alto, sobre los rostros atónitos que la miraban, semejaba una urna funeraria, un cuerpo sagrado, una silla de manos inexpugnable y amenazadora, auténtico tour de force en el campo de las formas escultóricas40. Estamos ante una serie de piezas que se ofrecen al espectador contrariando las leyes de la percepción, tanto por el locus en que se sitúan -insertas en una pared falsa, atravesando un muro, suspendidas bajo una bóveda, sujetas sobre el ángulo de una esquina en posición elevada, desfondadas como una caja vencida por el peso...- como por ocupar un espacio de la representación mutante, inestable, engañoso, pese a la solidez del cuerpo escultórico. Y, sin embargo, la factura de los Carrying no renuncia al clasicismo intemporal, anacrónico, depurado en torno a nociones de equilibrio y ritmo, anclado en el uso de añejas técnicas de construcción41. En el entramado de enunciados que los Carrying concentran, en su doble dimensión de acción política y artística, Espaliú se separa de la posición del egoísta, del individualismo exacerbado y estéril que arrasara frívolamente la década anterior, y del que todavía quedan excrecencias, alejándose, asimismo, de lo que se ha denominado tourisme èmotionnel 42, es decir, la búsqueda de una emoción fácil, producto de un compromiso impelido por una actitud de moda o politically correct. Horadar las estructuras de representación para penetrar en el tejido de la sociedad es una fórmula convincente. Limitarse a ejecutar gestos circenses para la galería, sobre todo cuando ésta se define por estar amaestrada, parece un esfuerzo baldío. Entre el arte efectista, panfletario, de doble faz, como un Jano que presenta una cara demoledora mientras oculta su verdadero rostro inoperante, y el arte que escarba en lo simbólico, huyendo de la trivialidad inane, hay un buen trecho. Sobre esta cuestión Espaliú se pronunció en los términos siguientes: «En España, el artista social es una especie de contradicción en sí mismo, porque es gente que se denomina social, pero luego hace un trabajo únicamente para un ámbito muy estrecho, que es el formado por sus amigos, o sus cuatro compañeros de departamento de facultad. En ese sentido, el nivel es de una pobreza tremenda. No creo, pues, que la incidencia social de su obra sea muy grande. No lo es y tampoco lo sería si tratasen el tema del Sida. En España, si hay algo que me interesa poco es lo que esta gente está haciendo. Es muy fácil establecer un arte en función de una ironía o de una crítica social porque todo el mundo sabe criticar e ironizar. Lo que es difícil es ser eficaz, hacer que algo trascienda y no únicamente en el ámbito artístico, sino que pueda llegar a cualquier ciudadano. No creo que eso lo haya conseguido nadie. Espero que nosotros con el Carrying lo hayamos logrado»43. La metáfora del carrying induce a pensar en lo imposible. Por mediación de esta estructura, compuesta fundamentalmente de una caja y de dos barras, es decir, de un receptáculo oscuro como una tumba propia y ajena, y no sería la primera vez que citara a Lowry44, Espaliú nos pone ante la evidencia de la muerte. Y ello, a sabiendas de que el artista, o dicho de otro modo, el artífice de paradojas -«el artista es una paradoja, pues configura la mirada de los otros para continuar él mismo en una completa ceguera»45- está atrapado en la jaula que le aísla y le apresa, destinado a «aquel hacer sólo y exclusivamente las cosas a las que tienes miedo»46. Artista saturniano, que le habló a la muerte antes de que ésta se presentara, Espaliú transmutó los límites de la experiencia en un arte de zozobra vital que nombra lo indecible para seguir avanzando. Con el Carrying, y a ésto los años venidores sabrán darle su justa medida, se pone en tela de juicio la habitual impericia del arte para conversar en un tête-à-tête con lo real. Aunar subjetividad y colectividad en un plano de semejanza en el transporte de un cuerpo herido, que se crece mientras se diluye en un mar de subjetividades, en el abrazo del amigo, en el apoyo mutuo y la incandescencia del amor. Ser del sujeto en el otro y para el otro sin orillar la especificidad del yo. Substancia ésta demasiado atomizada, como teorizara Lacan, invertebrada por un aluvión de promesas, que requiere de un renovado souci de soi, como dijera Foucault, un cuidado del ser, que en situaciones extremas deviene más imperante. El sida es un punzante dolor en la sintomatología de una sociedad asaltada por múltiples males. Una fractura en el significado de un Absoluto hace tiempo fisurado, un instrumento para pensar la exterioridad, en su compleja red de entramados históricos. El sida es lenguaje. Al virus se le ha otorgado carta de naturaleza desbordando su propio marco biológico, penetrando en el tejido social a través de significantes, a los que se han adjuntado una tupida malla de idealectos. El sida ha dejado una huella considerable en los modos de representación del cuerpo, contribuyendo a resaltar el carácter efímero de la existencia, su fragilidad, los mecanismos ideológicos que lo hacen precario. La muerte ha rondado la creación artística desde las cuevas de Lascaux y Altamira. El sentido de la mortalidad se ha de leer diacrónicamente, a empellones, asaltando la conciencia en el momento menos esperado. El problema no es la muerte en sí, que se ha visto conjurada con ritos y pócimas, magos, fórmulas apotropaicas y ángeles guardianes. El problema estriba en cómo se hace de la amenaza de muerte, del miedo al contagio, una irreparable lesión en la gramática de signos que gobierna nuestra percepción de lo real. El quid de la cuestión reside en crear, como un Deus ex machina prodigioso y malévolo, un chivo expiatorio para arrinconar en determinadas categorías del lenguaje a los que están fuera del lenguaje, es decir, de la Normalidad. Lo que queda fuera de ésta es considerado excluible. Como dice Mary Douglas: «El reconocimiento inicial de la anomalía conduce a la angustia para pasar después a la supresión o eliminación»47. El lenguaje no es inocente48 y los espacios de representación a cuya formación coadyuva tampoco lo son. Todo sistema de pensamiento se construye un lenguaje ad hoc -en realidad son inseparables. Cuando en el lenguaje se introducen elementos considerados ajenos al mismo, se suele hablar de anomalía. Una diferencia que el sistema parece no querer admitir. Tanto los primitivos como los civilizados, y somos conscientes de la connotación etnocéntrica de estos vocablos, han conceptualizado la temática del contagio, de la pureza y de la suciedad: ambos modos de pensar conciben la existencia de anomalías. El modo de enfrentarse ante estas anomalías, sin embargo, varía. En la cultura moderna (que podemos hacer extensible a la postmoderna) se genera la creación de zonas separadas, invertebradas, para tratar el problema (por ejemplo, del posible contagio). En las culturas primitivas, se integra la anomalía o anormalidad en una totalidad que pueda y permita comprenderla. La lección que se puede extraer de las irreparables muertes del Sida todavía está pendiente. Muertes que apuntan a la definición de una sociedad, a su capacidad de organización, de reacción y sobre todo, a su generosidad y aplomo, solidaridad y apoyo. Que parecen apuntar, además, a la concepción radical, de raíz, que sustenta el coloso de barro de la humanidad. Entender los avances de la enfermedad desde una posición holística, como determinados grupos y asociaciones han postulado (sobre todo en Estados Unidos, ACT-UP Holistic/Alternative Caucus) podría suponer razonar lo real, siguiendo en esto al último Foucault en su reivindicación de una nueva subjetividad en términos de bienestar, de equilibrio y serenidad, de construcción de un estado mental integral. No puede olvidarse que Pepe Espaliú, al establecer un conjunto de criterios que pusieron en marcha el Carrying, estaba señalando con el dedo acusador al egoísmo de la sociedad, a su falta de lucidez para lidiar con un virus sin necesidad de tipificar/estigmatizar a los afectados. Y ello, sin dejar de lado que la asunción de las diferencias, o anomalías, según la jerga encorsetadora (en su caso, la homosexualidad, como su obra plástica y sus textos lo indican) es un requisito sine qua non para erosionar los escrúpulos de la conciencia, y de los hombres. Un personaje de The Glass Menagerie (El zoo de cristal, 1945), de Tennessee Williams, al principio de la pieza, se dirige al público de la siguiente manera: «Sí, llevo trucos en el bolsillo. Guardo secretos en la manga. Pero soy lo opuesto a un prestidigitador. Él os ofrece ilusiones con apariencia de verdad. Yo os doy la verdad bajo el agradable disfraz de la emoción»49. Durante una serie de años la obra de Pepe Espaliú ha girado en torno a los mecanismos de ocultación. Mecanismos o dispositivos que se han amparado en un fluir de metáforas literarias, y un puñado de referencias artísticas. Los primeros atisbos de su trayectoria artística, en 1986/1987, se vieron marcados por la convivencia codo a codo con algunos pintores implicados en la revista Figura, en Sevilla, sobre todo Guillermo Paneque. Los integrantes de la exposición Sevilla: Ohne Title 50, a los que la crítica española, y también la internacional, salvo excepciones, trató de homogeneizar bajo presupuestos basados en el impacto visual de las imágenes, el descaro de su actitud frente al mundo del arte, o por cuestiones extra-artísticas, propias de un país de charanga y pandereta, optaron por vías harto diferentes. Si en un principio les unía su rechazo de la torpeza del arte español, y su reivindicación de la «belleza contaminada»51, era sobre todo la amistad el hilo conductor más firme. El propio Espaliú declaró sobre el sentido de esta experiencia: «Eramos críticos con la plástica en general, en particular con lo que sucedía en el resto de Europa. Nuestra lucha se planteaba contra una línea menos española, contra ese voluntarismo carente de programa. Plásticamente todo está hecho, no se puede avanzar en la renovación de las formas. Intentamos movernos por eso en un metalenguaje; a pesar de la aparente muerte de las formas, se puede seguir avanzando»52. La actitud un tanto irreverente de estos jóvenes (en particular, en el uso de determinada simbología política) residía en su desenfado a la hora de citar o parodiar en su obra, con probada frescura, los lenguajes artísticos vigentes, en lo que consideraban adocenamiento del arte español. De ahí que se les comparara a algunos pintores figurativos alemanes (Dokoupil, Dahn, Schulze) por su entusiasmo hacia lo desinhibido y lo lúdico. Dicho esto, parece oportuno resaltar que la temprana elección, en el caso de Espaliú, de Picabia y Joan Ponç, como dos maìtres a peindre, y permítase la licencia, que contribuyeron a la gestación de una serie de piezas de 1986 y 1987, señala que sus presupuestos estéticos y vitales son otros. Y ese carácter diferenciador nacía del magma de la formación psicoanalítica, literaria y filosófica de Espaliú53. Una revisión de las pinturas primeras de Espaliú, hechas a base de ceras y de acrílicos, traslucen un artista que destaca por su manejo del dibujo, de la creación de siluetas y contornos, un tanto difuminados ante un cromatismo que, con el tiempo, perderá su éclat. Así, su primera exposición en la galería La Máquina Española, en Sevilla, presenta a un hacedor de imágenes54: rostros, cuerpos masculinos, bustos pintados que se esconden tras un gesto de la mano, caras que se desdoblan... Por encima de la plasmación estética, epidérmica, de esta iconografía, auténtico espejo de un yo trastornado, late la soledad de unas efigies que dicen que «el recuerdo es una traición»55. ¿Cuál es pues el sentido del artificio formal que envuelve estas pinturas? ¿A qué responden los colores casi chillones, ácidos y fríos a la vez, el encadenatniento de orlas y pespuntes que clavetean los rostros y cuerpos señalados? ¿A qué alude ese entrecruzamiento de siluetas, como si de un palimpsesto visual se trarara? ¿Cuál es la finalidad de esos personajillos, trasgos y duendes negros, que pululan en esta obra? ¿A dónde mira esa pléyade de formas oculares que pueblan estas composiciones? Sin ánimo de agotar el tema, dicho conjunto de elementos estilísticos e iconográficos funcionan como una táctica disuasoria, que induce al espectador a desviar la mirada, separándose de la otredad que la obra encierra. Como una crestería flamígera que impidiera vislumbrar el armazón de una catedral gótica, Espaliú puso en pie una pintura de apariencias engañosas: unos árboles que no dejan ver el bosque. Así, los rostros asépticos de estas piezas están embutidos de un marasmo de formas, que cubren el interior hasta desbordarse hacia afuera, como un tejido estampado. El temor a un horror vacui metafísico ronda este trabajo. Por otro lado, el empleo de argucias estilísticas como la multiplicación de ojos (¿alusión al Cordero Apocalíptico de Sant Climent de Tahull?), los cuerpos entremezclados, las superposiciones, que recuerdan las grandes transparences picabianas del período 1928-1932, no hacen sino formar una telaraña visual perturbadora. El sujeto de la pintura: el yo representado como un alter-ego es continuamente diferido, entorpecido, aplazado en un vacío negador paradójicamente plagado de formas. La abundancia, el exceso, actúan como parapetos silenciadores. Como un sueño que todo lo oculta. Y ello, pese a que los poemas que Espaliú insertó en el catálogo de la exposición citada, transmitan en el terreno de las emociones. Pero esas emociones destilan un subterfugio de la verdad. Una llamada al silencio con aire deprecatorio. «Duerme, amigo, duerme, para no ver cómo «pequeña muerte» baila con Dios en la punta de mis dedos; duerme, Gérard, duerme, mientras me quemo despacio devorado en los fantasmas que mi humo dibuja en el aire. Duerme. No te creas el día, duerme»56. Melancolía y sacrificio en la pintura surcada de dolor ambivalente -los clavos que circundan los cuerpos dibujados sirven tanto para herir como para proteger, a modo de caparazón- y de soledad. «Estimo que no se pinta únicamente con los pinceles: se pinta, también, con la soledad» dijo Joan Ponç 57. Una pintura que se busca a sí misma, no tanto en su definición técnica, cuanto en las problemáticas existenciales a que da lugar, aun ocultándose. En sus estudios sobre algunas nociones metapsicológicas, Freud considera la negación (Verleugnung) de la realidad, a través de estrategias de desplazamiento, como un mecanismo de defensa. Un mecanismo que hipotéticamente puede llegar a introducir una psicosis producida por la necesidad de echar tierra sobre un conflicto de orden psíquico. En 1927, Freud se percatará de que la negación de lo real no se inscribe únicamente en los procesos psicóticos, sino que se relaciona con la separación del yo, o clivage58. El fantasma de la castración acecha, tanto en la operación clásica de negación de la castración de la madre, como por el autocastigo que se inflige el niño en su etapa de formación. Fantasma que puede acrecentarse por la oposición de dos actitudes psíquicas opuestas en el interior del yo. Durante estos años la pintura de Espaliú bordea lo autodestructivo. Una obra como Para asesinar una risa, 1986, revestida con el efecto distanciador del título y el denso cromatismo que la envuelve, presenta un cuerpo fragmentado en cuyo pecho aflora un rostro. Dos ojos -uno mira fijamente, mientras el otro parece vagar- producen una sensación de inseguridad y dehiscencia. En lugar de la cabeza, un bulto, que contiene dos interrogantes, siembra la duda sobre la identidad que se está contemplando. No hay realismo en la percepción de Espaliú. Un sarcasmo que parece dirigido al propio artista empasta la composición enclaustrada por un ribete de pinchos. Como Joan Ponç, que llegó a identificarse con las tijeras o el cuchillo, Espaliú se crece en la construcción de formas rotas, de bordes angulosos, resquebrajados, de ojos que, cual vigilantes, inundan la escena. Sintomática de los avatares que el sujeto experimenta en propia carne es una pieza de 1987 de título conciso y claro: Autorretrato. Sobre un fondo levemente vegetal se recortan dos manos que dibujan un signo inmovilizado. Parecen manos de prestidigitador, falsas y frías como un gesto mecánico. Manos que contienen fragmentos de una suerte de vasija o copa, cuyos bordes separados generan dos perfiles: dos rostros desgajados. Esta obra ofrece un juego de posibilidades: ¿dónde se agazapa la verdadera identidad: en unas manos de gesto estereotipado y fijo, en un jarrón que no es sino un remedo del cuerpo quebradizo o en una silueta incapaz de volver a juntarse? Tal vez esa identidad verdadera no sea sino una entelequia. ¿Estamos ante otra cosa que un sistema de signos? Espaliú parece proponer otra táctica dilatoria: aquella que esboza un cuerpo inaprensible mediante el uso de los juegos (no es casual la aparición de la figura del comodín en algunas piezas de este período inicial), la magia, el trazado de patrones (e incluso la confección de guantes, esa segunda piel) y la técnica de manualidades de hilos tensados. A primera vista, esta panoplia diversificadora desconcierta al espectador. En el fondo, no es sino un ardid, una coartada, que permite a Espaliú controlar el juego, o creer que lo controla. Un juego que, sin duda. puede resultar peligroso. Con las obras citadas se inicia una búsqueda de pautas identificatorias, de roles, de definiciones, de figuras que colmen el vacío o que lo expliciten. En esa búsqueda la sexualidad ocupará un lugar destacado. Espaliú intenta definir un cuerpo que no se deja poseer. Un cuerpo imposible, cuya identidad reposa en claves de orden psíquico, que trata de exorcizar mediante la puesta en práctica de una obsesiva tarea de reiteración y de dispersión. Reiteración, por un lado, de óvalos, rostros, formas oblongas, siluetas de una identidad resbaladiza. Dispersión de las técnicas de aproximación a ese ser imposible que se escabulle como el agua de las manos. Un ser que es un rostro, sometido al riesgo de una herida, como en la obra Suicide (1917) de Man Ray. Espaliú utilizará distintos objetos como fetiches. Con ellos dará rienda suelta a una simbolización de los fantasmas. El deseo, lo que falta, al decir de Lacan59, precisa de un objeto para vehicular la fuerza de su pulsión. Los objetos serán varios: entre ellos, el guante. Sobre esta cuestión Espaliú comentó: «Como el pintar, el guante es un objeto fugaz que esconde al sujeto, que lo niega evidenciándolo, que lo enmascara convirtiéndolo en una suposición, en una duda bajo su fieltro. Condición de posibilidad de un imposible, que niega lo que considera intocable. Guante que es escena de ausencias, objeto metafórico ideal. Guante del amante que mata el recuerdo de la piel amada; guante de artista farsante, de pintor ilusionista que simula en el aire figuras de lo desconocido; guante con mil trucos aprendidos para intentar confundirte»60. He ahí el asunto: esconder al sujeto. Y, al hacerlo, producir un punzante dolor como el de una herida mal cicatrizada. Sacar de la nada amorfa una forma previamente trazada, como el juego con los patrones que fueron el embrión de las piezas de cuero denominadas Santos (1988), siguiendo las líneas, delimitando colores, dando cuerpo a las formas que ya existen en el marco del patrón de sastre, que se reiteran hasta la saciedad como esa forma primordial, originaria: la maternidad61. Forma e idea en una sola imagen que rondó la obra de Espaliú y cuyos ejemplos más intensos pueden verse en Roi, dame, valet ( 1987), alusión a la novela de Nabokov, que pone en escena el triángulo edípico, y las trampas crueles del amor. Obra compuesta de dobles imágenes, haz y envés, juego entre los juegos, en el que la presencia del falo aparece envuelta de dos manos laceradas por el estigma, y en la que la silueta de la madre adquiere los rasgos de la estatuaria religiosa recurrente en la España de los años sesenta, además de ser, en la parte inferior, un gráfico del aparato genital femenino durante el coito. Obra de resonancias melancólicas, de estigmas macilentos y oscuras paternidades. Si bien pueden encontrarse en el itinerario de Espaliú, a lo largo del tiempo, ejemplos variados de su fascinación por los mecanismos de ocultación, estos adquieren una relevancia especial entre 1988 y 1989. Varias series lo explicitan. El conjunto de máscaras de cuero, que también pueden leerse como sillas de montar, o zapatos deformes, como rostros tatuados o miembros de un cuerpo incompleto, surge paralelamente a una colección de dibujos titulada Detrás del rostro. En ambos conjuntos, están presentes los orificios, costurones y remaches propios de quien trata, como un guarnicionero, de componer un elemento que está destinado a acomodar el cuerpo, rozándole. El cuero, material que el tiempo deformará, como la piel humana expuesta a los cambios climáticos y el envejecimiento, actúa como un cuerpo vivo, que se hincha o contrae tenuemente, que se agrieta a la postre, transunto de la existencia, un objeto parcial, por emplear el concepto de Melanie Klein, alusivo tal vez a una carencia o a un fantasma sadomasoquista. Fantasma de dominación, pederástica en el caso de Otto Meyer-Amden, un artista suizo (1885-1933) de obra casi paranoica que Espaliú saboreaba durante esos años. En el caso que nos ocupa, Espaliú añade un elemento sumamente turbador: la denominación. Las piezas de cuero reciben un curioso apelativo: Santos. Y en este contexto entra en liza Jean Genet, a quien Espaliú había dedicado una serie corta de dibujos que representaban corazones de los que salían o entraban, según se mire, una especie de arterias y puntos, atrapados en la cuadrícula celular del marco de conglomerado. Genet no es tan sólo el adalid de las relaciones homosexuales62, sino un factor clave en el imaginario sexual heterodoxo. Su estilo pulido y esmerado, hasta hacer del francés, lengua que decía odiar, un tejido casi preciosista, parece impropio de quien pasó por experiencias carcelarias. Y ahí reside una de las paradojas. Genet describe el cuerpo masculino con una técnica cinematográfica de close-up, en la que el deseo brota en situaciones extremas, bajo la constricción espacial, la presión psicológica, las ataduras físicas (celdas de castigo), el miedo, la insalubridad, la muerte: una vivencia de lo insoportable, sin cuya presencia el deseo se adormece. Pero ese cuerpo está penetrado de gracia, divinizado, sacralizado, ataviado con los oropeles del acto único, prohibido y transgredido a la vez. El sexo es una experiencia casi religiosa en la obra de Genet pues eleva a quien lo practica al entrar en un trance místico, en una transubstanciación de líquidos (esperma y sangre), en un acto de amor y dolor. Los Santos de Espaliú, expuestos horizontalmente sobre peanas bajas, son muestras de la impudicia del acto artístico, al exhibir, frente al espectador, el fluir incesante del deseo trabucado en verdad y mentira. Son también estas piezas objetos fijados, inertes pese a la maleabilidad de la materia de que están hechas, formas depuradas, sin apenas rasgos, desprovistas de una identidad definida. La búsqueda de la identidad conducirá a la obra de Espaliú a un punto sin retorno: el resto, antesala del vacío. Pero antes de llegar a ese laberinto del que no hay salida, su obra habrá de pasar por fases de revelación. En ellas, el cuerpo es diseccionado (especialmente la zona de la cara) como un cadáver listo para la autopsia con instrumentos variados: tijeras, bisturíes, agujas, tenazas... herramientas que, al igual que en la película Dead Ringers (Inseparables) de David Cronenberg sirven para explorar el interior del cuerpo en una incursión de angustioso final. El rostro -véase el conjunto titulado Detrás del rostro (1988) e incluso algunos de los dieciséis dibujos de la serie Pinochio del mismo año- aparece borrado, cubierto de manchas, asaeteado de puntos de sutura, vaciado como un muñeco, seccionado del tronco, despojado de rasgos físicos como un recortable a merced de un niño cruel. Y ello sin dramatismo, sin violentar aparatosamente el objeto manipulado. Apurar al máximo la sencillez de las formas, la elegancia callada, el clasicismo del lenguaje es su máxima. Lenguaje que irá depurando en ese vertiginoso descenso hacia la simplicidad, y que en el fondo no es nada, si no está al servicio de una idea, «la cosmogonía del cuerpo como idea» 63. «Así, de vacío en vacío, pegando el eco de su voz a las paredes, se hizo más y más pequeño, imagen casi borrada de sí mismo. También tú caerás, y sólo verás el caer un oscuro suicidio de círculos concéntricos, con un pequeño agujero en el fondo de donde surge una tímida luz; y recordarás la cálida superficie en la que nunca más reposarás a solas. Tu mundo es la invención de algún fracaso»64. Pecaríamos de inexactitud y de determinismo si atribuyésemos la fascinación por la idea de la muerte al Espaliú final. Sobrados ejemplos hay de que la Todstrieb (pulsión de muerte), como la definiera el Freud de la segunda teoría del aparato psíquico, se desparrama en su trabajo bajo formas diferentes. No es tanto la tentación hacia lo inorgánico, como una mezcla en la que se confunde la constatación del vacío y la necesidad imperiosa de cubrirlo, protegiéndolo y ocultándolo. Vacío originado en el propio vivir humano por mor de una intrincada red de causas. Hay una frase de Bataille, encontrada al dorso de un sobre, que Espaliú probablemente hubiera firmado: «Líhomme est ce qui lui manque»65. Dicho esto, sería reductor, erróneo y simplista, como han hecho algunos comentaristas ebrios de carnaza, equiparar la homosexualidad (que es, en la abundante literatura heterosexista, tanto antigua como actual, fuente innata de desórdenes) con una suerte de muerte psíquica y social. Cuestión ésta que, al decir de Judith Butler66, se explota y amplifica en el discurso homófobo que presupone que el Sida es producto de la homosexualidad, al ser considerada como una práctica por definición arriesgada: el peligro mismo. Conviene añadir que la pulsión de muerte en la obra de Espaliú tiene un componente crepuscular. Sin embargo, dicho penchant no descarta que en la misma pulsión pueda latir una afirmación de la vida, tal y como lo hacían Bataille y Foucault. Las piezas de 1989 en torno al caparazón de tortuga confirman la existencia de una metáfora de doble filo: por un lado, la estructura que cobija y defienda del peligro y, por otro, el hermetismo que aísla. «Es un caparazón al que tu cuerpo abraza como una muerte en pequeño que mirar te prohibiera el dentro del afuera»67 Escribió Espaliú con la intensidad y sentido poético que acompaña sus textos. Doble filo y doble realidad en la que se producen fisuras y agrietamientos, como así lo demuestran algunas piezas que exhiben la herida producida, o aquel dibujo sin título, en tres partes, donde un cuerpo postrado, cuya cabeza ocupa un caparazón, incita al recogimiento y también al sacrificio. El acto del artista consiste en ejecutar extrañas contradicciones: «dibujar ausencias definiendo así la más entera presencia»68. Así sucederá también en las obras que expuso en la Bienal de Venecia, en l990. En ellas establece analogías y similitudes entre el cuerpo decapitado, vaciado, con la campana inmovilizada en bronce fundido, cuyo badajo ha enmudecido. Se unen, de este modo, una ristra de metáforas que expresan el vacío: el rostro sin rasgos, el óvalo, la máscara, el caparazón, la campana. Metáforas, también, negadoras de la identidad, pues ilustran la imposibilidad de una existencia plena, al descubierto. Una imposibilidad que se vive como otredad, como separación y desdoblamiento. Y también como amenaza. Como la barra suspendida por encima de las cabezas de una pareja de figuras femeninas, dobles cercenados por la mitad, descabezados en un dibujo que acompaña a la pieza de bronce (1990)69. Mutilación que acecha a la obra de Espaliú como un espectro al que se quiere y odia a la vez. Así, la pequeña figura que pudiera resultar entrañable de una Maternidad de bronce (1990) exhibe impúdica el hueco pavoroso en lugar de la cabeza, mientras de su seno fluye un hilo de sangre (¿cordón umbilical?). Al borde del abismo. Un lugar frecuentado en su lectura de cierta surrealidad (Toyen, Max Ernst, Marcel Mariën, Meret Oppenheim), del que podemos ver trazos en 1989 en la invitación que Espaliú diseñó para su exposición en la Brooke Alexander Gallery de Nueva York. Inspirándose de una imagen del artista belga Marcel Mariën70 titulada De Sade à Lénine (1945), y en la que vemos a una mujer decapitada, con los senos desnudos, cortando una barra de pan, Espaliú se hizo fotografiar impecablemente vestido de negro, en lugar de la mujer. La imagen induce a confusión. Podemos pensar que si el cuchillo continúa cortando el pan acabará por rebanarle también la cabeza, una cabeza que el propio borde de la invitación ya ha amputado. Dos actos, dos tiempos se instauran en la imagen. Presente y futuro de una mutilación anunciada. De un límite aceptado y querido. En una entrevista Espaliú confesó que ya en la infancia había paladeado las situaciones extremas: «Siempre me he recreado en las experiencias límite, por eso, cuando supe que estaba enfermo, casi no me extrañó. Por ejemplo, de pequeño metía la cabeza en el congelador e iba sintiendo que mi cerebro se aletargaba. Jugaba con la idea límite de morir por congelación cerebral. Hace mucho que tengo establecido un entente cordial con la muerte, causado por el devaneo continuo con el concepto de desaparición, extinción, silencio, vacío»7l. La primera exposición neoyorquina de Pepe Espaliú fue un paseo casi gótico, podríamos decir, por el amor y la muerte. Algunas piezas, tanto bronces como dibujos sobre metal, representan el pulso del tiempo y la intensidad del acto repetido, así el trazado de rayas sucesivas o los nudos hechos en un embudo de tela blanca -Four provisional suicides- hablan de una atmósfera carcelaria, del cómputo de los días de una condena o (según afirma el artista) de una oración. Y no es la primera vez que Espaliú enhebra el sentimiento espiritual con las broncas realidades de la vida, lo sublime con lo más bajo a la manera heterológica. En la Parábola del vigía, Espaliú habla de dos vigías -la dualidad brota continuamente en su obra-, el primero es amante de silencios y el segundo porfía en los riesgos creyendo que «allí donde crece el peligro crece también lo que nos salva»72. Dos vidas en una para una escritura de limpias aguas, plagada de resonancias al Evangelio «mostrando cómo el no hacer nada o el haberlo todo hecho, desembocan en un parecido caudal de palabras»73. El cuerpo habla, inaccesible en su plenitud. Es el teatro (simbolizado) en donde transcurre el acto artístico, como sucede con otros artistas coetáneos que han rozado y explorado las formas del límite -Louise Bourgeois, Paul Thek, Gina Pane, Robert Gober...74. En ese escenario que no es sino una metáfora de la escisión del yo, la identidad, confrontada a cuestiones tan punzantes como la relación al Padre, a la figura materna, a la (auto) castración y al surgimiento de fetiches substitutorios, se plantea, indefectiblemente, como una identidad sexuada, pulsional. Sea ésta ficticia o real, ilusoria o esquizoide, como en el caso de los hermanos gemelos de Dead Ringers (Inseparables), la identidad se diluye en la telaraña de lo social, pues es este ámbito el que condiciona las pautas de conducta o comportamiento. Condición humana que Espaliú, desde el interior, observa como una fractura, como un corte como el que atraviesa las dos campanas dibujadas con tiza sobre una plancha de hierro de Aunque bajo el temor (1990). Metáfora sobre metáfora: un corte sobre unas campanas sin cuerpo, sin sonido. De nuevo el cuerpo como un despojo. Un cuerpo que se transmuta en casa, en edificio, en templo que recuerda las ingenuas y espectrales iglesias pintadas por L.S Lowry, por expresar con serena quietud el refugio del alma. L.S Lowry (1887-1976), pintor de la Inglaterra industrial, sintió una fascinación especial hacia las fábricas, la decadencia y la fealdad, tres aspectos que cultivó en soledad. Espaliú parece querer comparar la silueta de una iglesia gótica con un torso hueco, un cuerpo en torsión. El cuerpo es como el molde en ruinas de una iglesia. El cuerpo es una arquitectura que supura restos y miasmas, como esos cuerpos habituados a la forma del urinario, confundidos con él en su rito infinito, en la ronda del deseo. En dos espacios sagrados75 realizó Espaliú dos de sus últimos proyectos, en 1992. El primero tuvo lugar, en una capilla del Hospital de la Venerable Orden III en Madrid, en donde instaló tres jaulas que se prolongaban por el suelo en una maraña de alambres. Desde su posición elevada, las jaulas hablan de una imposibilidad. Ambitos desprovistos de libertad, tratan de prolongar su llamada hasta las verjas cerradas. Estamos en una capilla en la que el orante no puede entrar; su rezo, desgranado desde el exterior (oración de paso) se eleva hacia las jaulas como quien habla a tres cuerpos crucificados. El segundo, en St. Paulís Church, Londres, una antigua iglesia de marineros, consistió en hacer manar agua hasta cubrir los aledaños del altar. Allí situó sobre un pequeño promontorio de escayola unos cojines sobre los que se arrodillan los fieles. A medida que salía el agua, iba erosionando la base de escayola hasta que los cojines empezaron a flotar. Alude este proyecto a la fe y a su pérdida. Así le sucedió a Pedro que, al ver a Jesús andar sobre las aguas, trató de seguirlo en vano; hombre de poca fe se hundió en las mismas. El espacio de representación que constituye el cuerpo en la obra de Espaliú sigue los vaivenes de su existencia Ya surcado de heridas, desvalido e inerme, ya hermético, oculto en una opacidad irreductible, en una concha milagrosa que lo encierra y lo ahoga. En pos de la luz del conocimiento, de la gracia, del amor y de la muerte, el cuerpo queda atrás, rezagado, infinito en la materia, manchado en la sublimidad. Y como finale una última cita de un Espaliú siempre paradójico, provocador, y también más joven, en 198776, ángel y demonio, limpio y maculado en su creencia: casi un manifiesto. «Quiero, como Sade, mostrar en el más pulcro artificio un mal de todos, un gozo de todos. Encontrar el ritual cifrado, eficaz y perfecto, de lamer lo más sucio. Nadar en el barro con la más absoluta limpieza. Creo en quien desaparece detrás de lo que hace; en quien se queda en el pensamiento previo a la ejecución, al bendito martirio, mientras sus manos vacilan. Me identifico con el enajenado que se entretiene en canturrear acompañando el eco de los gritos que cosas e imágenes se lanzan entre sí, tendiendo hilos eléctricos en el caos de lo innombrado, amando más las probabilidades que la certeza...» Notas 1 El texto de Sultan Valad es recogido por Eva de Vitray-Meyerovich en Le Chant du soleil. Ed. La Table Ronde, París, 1993. Págs. 33/34. La traducción del francés es nuestra. 2 Sobre la separación del maestro y el discípulo, motivada por la separación de los alumnos de Rumi, véase la introducción de Alberto Manzano al libro Poemas sufíes de Yalal al-Din Rumi. Ed. Hiperión. Madrid, 1988. Pág.: 8 3 Véase el libro citado de Eva de Virray-Meyerovich. Pág.: 30. 4 Véase Poemas sufíes. Pág.:45. 5 La acción El Nido tuvo lugar entre el 29 de mayo y el 5 de junio de 1993 en el marco de Sonsbeek, festival holandés de proyectos de arte contemporáneo y environment. 6 Véase el catálogo de Sonsbeek 93. Pág.: 249. 7 Por indisposición de Pepe Espaliú la sucesión de las performances no fue respetada un día, el 3 de junio. Algunas notas suplementarias: tras encaramarse al árbol se retira la escalera, quedando el artista sin más protección que la tarima. Para evitar que el viento dispersara la ropa, desde el primer día se enceró los bordes de la plataforma. 8 Véase Le chant du soleil. Págs.: 63-64. 9 Este texto inédito, acompañado de unas notas del que ésto escribe, fue remitido a Jan Brandt, encargado del catálogo de Sonsbeek. 10 Véase El Mundo, 28 de febrero de 1993. Madrid, «Arte en movimiento», artículo de Rafael Sierra. Pág.: 51. Sobre el interés de T. Gautier acerca del sufismo, véase: LíOrient, tomo II. Editions díAujourdíhui. París, 1979. Págs.: 62-65. 11 La temática de la caída es omnipresente en los escritos de Espaliú. Sobre la paradoja del movimiento de ascenso/descenso, véase el poema en prosa en cuya primera línea dice: «Para quien su último gesto es: Ecce-homo, (...)». En estos cinco años (1987-1992). Estampa Ediciones, Madrid, 1992. Pág.: 46. 12 Huelga decir que, para hacer un nido, los pájaros se valen, asimismo, de ramitas, pelos, hebras, pajas... 13 Véase el poema «Correspondances» incluido en Charles Baudelaire Oeuvres Complètes, I. La Pléiade, París, 1975. 14 Catálogo de Sonsbeek. Pág.: 116. 15 Existen múltiples relatos que abordan la temática de la pérdida o el desgaste de un componente corporal/espiritual: una forma de plantear la desarticulación del cuerpo. A título ilustrativo, véase «The Man that was used up» de Edgar Allan Poe, y «Peter Schlemihl» de Adalbert von Chamisso. 16 Véase el artículo «Into the trees» de Stuart Morgan en Frieze Nº 12, Septiembre-Octubre 1993. Págs.: 22-25, especialmente esta última en lo que respecta a El Nido, erróneamente reproducido en inglés como The Neck. 17 Aclaración: por motivos económicos se tuvo que suprimir la participación de cuatro de los participantes previstos. 18 Stuart Morgan, uno de los participantes en la acción del urinario del Boulevard Aragó, escribió un texto que plantea crudamente la soledad del sexo y la falta de amor. Véase el catálogo de Sonsbeek. Pág.: 239. 19 Véase Poemas sufíes. Pág.: 31. 20 En Líhomme et le sacré, Roger Caillois explica que en Roma el término sacer era empleado de modo dialéctico, santidad y mancilla en una sola palabra. Véase pág. 40 del libro citado. Idées. Gallimard, París 1950. 3.a edición. 21 Hipótesis lanzada por Elisabeth Roudinesco en el coloquio Bataille, aprés tuot. Orleans, 27/28 de noviembre de 1993. Véase las referencias a Bataille en el capítulo «Georges Bataille et Cie» de Jaques Lacan. Esquisse díune vie, histoire díun système de pensèe. Fayard, París, 1993. Págs.: 169-192. 22 «Entrevista con Pepe Espaliú», a cargo de Juan Vicente Aliaga y José Miguel G. Cortés en La creación artística como cuestionamiento dirigido por José Miguel G. Cortés. IVAJ. Valencia, 1990. Págs.: 64/65. 23 De amor y rabia. Acerca del arte y del Sida. Edición de Juan Vicente Aliaga y José Miguel G. Cortés. Universidad Politécnica. Valencia, 1993. «Entrevista a Pepe Espaliú», realizada por Juan Vicente Aliaga. Págs.: 135/136. 24 Una importante colección de dibujos sobre temas diversos: las muletas, el vacío, las parihuelas, las flor con espinas, las barras... fue expuesta en la Galeria Estampa de Madrid en marzo de 1993. El colegio de arquitectos de Málaga la acogió en mayo/junio del mismo año. 25 Balcón, nº3, 1987. Madrid. Pág.:80. 26 En la galería Van den Crommenacker de Arnhem (Holanda). Junio de 1993. 27 Otro ejemplo donde introduce el collage es el dibujo titulado Con o sin ti (1993). En este caso, la temática sexual que desprende el urinario está mucho más atenuada. Acerca del concepto de objeto, conviene señalar que éste interesaba a Espaliú en la medida en que establecía asociaciones a partir de la función del objeto. No es el objeto en sí lo que despierta intensidad metafórica en su obra. 28 Texto publicado en El País el 1 de diciembre de 1992. Madrid. Recogido en En estos cinco años (1987-1992). Págs.:13-15. 29 Vogue España. Mayo de 1993. Pág. 142. 30 Cita recogida en la editorial de Jean-Yves Jouannais de Art Press, nº 187. Enero de 1994. París. Pág. 7. 31 Buddying alude a la acción de unas personas voluntarias que se ocupan de los enfermos, haciéndoles compañía, ayudándoles, levantándoles la moral... 32 El despliegue informativo que ocupó a Espaliú en 1992 y 1993 fue vastísimo. A título de ejemplo: entrevista con Fietta Jarque en El País del 16 de noviembre de 1992; entrevista con Rafael Delgado en Tribuna del 30 de noviembre de 1992; entrevista con Rafael Sierra en El Mundo del 1 de diciembre de 1992; entrevista con Manuel Fernández en el diario Córdoba del 6 de diciembre de 1992; entrevista con José Manuel Fajardo en Cambio 16 del 21 de diciembre de 1992, nº 1.100; entrevista concedida a la revista El Europeo de otoño de 1992; entrevista con Laura Durango para El periódico de Catalunya el 20 de enero de 1993, y otras más. Rezuma en esta tarea explicativa la necesidad de despejar sombras y dudas sobre los modos de contagio del Sida, los factores de riesgo, los modos de vida, la homosexulidad, a la vez que se critica ferozmente a los distintos gobiernos, a la Iglesia católica actual y a la moral imperante. 33 Es todavía pronto para saber los efectos que la reforma sanitaria de Hillary Clinton puede tener en un país como Estados Unidos de grandes desigualdades sociales, en donde se requiere a los enfermos la presentación del talonario o de una tarjeta de crédito antes de ser admitidos en un hospital. 34 En 1992 Espaliú impartió un curso en Arteleku, San Sebastián a invitación de Xanti Eraso. En él se debatieron cuestiones tan cercanas a su proyecto como la noción de resto, de resonancias beckettianas, o la propuesta artaudiana para acabar con la idea de Dios. The Carrying Society, en la que han desempeñado un papel fundamental los jóvenes artistas Josu Sarasua y Jorge González, surgió en Arteleku. 35 Texto del escrito repartido en las calles donostiarras el 26 de septiembre de 1992. 36 El Carrying de Madrid, desde las Cortes al Centro de Arte Reina Sofía, fue un éxito mediático. TVE 1 y La Dos dieron cuenta en sus espacios informativos, así como Telemadrid. La primera página de El Mundo, El País, Diario 16 del 2 de diciembre recogió la acción. A ello contribuyó sobremanera la presencia en el Carrying de famosos como Pedro Almodóvar, Bibi Andersen, Juan Echanove, y sobre todo Carmen Romero, diputada por Cádiz y esposa de Felipe González. Los paparazzi se lanzaron por la primicia. Espaliú calibró esta acción con sus posibles consecuencias. Se trataba de pedirle al gobierno español, como recogió El País, que tomara el relevo. Una parada ante el Ministero de Sanidad en el Paseo del Prado fue altamente simbólica ante la escasez de medios que dedica España a luchar contra el Sida. El retraso español es pavoroso, teniendo en cuenta que es el país eupopeo donde más aumenta la enfermedad en relación a la densidad de población. El Carrying fue un gran éxito. Un año después, el 1 de diciembre de 1993, las reivindicaciones y acciones en la calle, han pasado bastante desapercibidas. El Sida sigue relegado en España: se le considerada un problema secundario. 37 Against Architecture, The Writings of Georges Bataille de Denis Hollier. The MIT Press. 1989. Sobre la Intereología, págs 89-94, 125-129. La edición original en francés bajo el título La prise de la Concorde la publicó Gallimard en 1974. Se ha revisado y reeditado en 1993. 38 La Academia Española de la Lengua parece preferir sidático a sidoso, siguiendo la relación asma/asmático; sida/sidático. Más allá de discusiones bizantinas sobre filología, lo esencial es que el término se use, incorporándose a la lengua empleada por quienes manejan el castellano. 39 Sobre el origen de los palanquines, véase El Europeo. Otoño de 1992, Madrid. Pág. 56. 40 Véase el artículo de Adrian Searle en Frieze n.º 5. Junio-agosto de 1992, titulado «The End of the World». Pág. 25. 41 Espaliú concebía la escultura como una técnica, en términos tradicionales, clásicos. Sopesaba cuestiones como el ritmo, el volumen, la masa y recurría a artesanos como los guarnicioneros de Sevilla que fabricaron en cuero la serie de Santos (1988). 42 Sobre este término acuñado por Jean-Yves Jouannais, véase Art Press citado. 43 De amor y rabia . Pág.135. 44 Un catálogo que no llegó a publicarse, el de la exposición de la galería Brooke Alexander de Nueva York estaba encabezado por una cita del autor de Under Volcano (Bajo el volcán). De él le interesaba el continuo empezar, la «psicosis de desastre». Véase entrevista citada en La creación artística como cuestionamiento . Pág. 65. 45 Retrato del artista desahuciado en En estos cinco años (1987-1992). Págs. 14-15. 46 La creación artística como cuestionamiento. Pág. 65. 47 Mary Douglas Purity and danger. Ark, Londres 1984. Pág. 5. 48 Sobre la inocencia del espacio de representación y la incapacidad e intraducibilidad del lenguaje, véase «Sida:el cuerpo inorgánico», de José Luis Brea, incluido en este mismo número de Acción Paralela. 49 A Streetcar Named Desire and Other Playside Tennessee Willians. Penguin, Harmondsworth. 1962. Pág.: 234. 50 Los artistas incluidos en esta exposición fueron: Rafael Agredano, Patricio Cabrera, Pepe Espaliú, Federico Guzmán y Guillermo Paneque. 51 Denominación empleada por Mar Villaespesa en el texto para el catálogo de Sevilla: Ohne Title, editado por la Galería La Máquina Española. Sevilla, Abril de 1986. 52 El País, 12 de diciembre de 1983. Textos recogidos por Fietta Jarque. 53 Véase referencias a este fenómeno en el texto de Espaliú Libro de Andrés. Un cuento del ayer, traducido en este mismo número de Acción Paralela. 54 Hacedores de imágenes fue la expresión utilizada por Catherine Grout en su texto sobre los artistas sevillanos en Art Press. París: «Líart à Seville: les faiseurs díimages». Septiembre de 1987. 55 Así se titulaba con aires de bolero la primera exposición individual de Pepe Espaliú en la galería La Máquina Española de Sevilla. 56 Sobre Gèrard, en clave biográfica, véase el Libro de Andrés. 57 «Joan Ponç en una entrevista con Rafael Manzano». Citado en Univers et magie de Joan Ponç de Mordachai Omer. Ed. Polígrafa, Barcelona.1972. Pág. 74. 58 Clivage es el término usado por Joël Dor para hablar de escisión o separación del yo a lo largo de Structure et perversions. Denoël. París. 1987. 59 Manel Clot alude a la cuestión de la falta en Lacan en su texto «A solas contigo». Diario 16. 26 de abril de 1990. Recogido en el catálogo del Salón de los 16 del mismo año. 60 Véase la revista italiana Juliet. Diciembre de 1987. 61 La fascinación sobre la temática de la maternidad, de la virgen inmaculada de 1987, abre otra vertiente con el descubrimiento de la obra de Cristino de Vera. 62 Sobre la cuestión de la sexualidad de Genet, en particular, el rol pasivo en la penetración anal en el entorno carcelario, y sus consecuencias en la creación literaria, véase la reciente biografía de Edmund White de Jean Genet publicada en 1993 por Chatto and Windus. Londres. 63 Balcón, pág. 78. 64 De Parábola del artista: un poema que Espaliú incluyó en distintas publicaciones. La primera fue el número de Balcón citado. 65 «Le Jésuve». Véase Georges Bataille Oeuvres Complètes tomo II. Gallimard. París. Pág.419. 66 Judith Butler plantea esta cuestión en su libro Bodies That Matter. Routledge. Londres 1993. Pág. 266. Sobre todo en relación con la interpretación que James Miller ha realizado de la conexión entre homosexualidad/Sida/muerte en la obra/vida de Michel Foucault. 67 Catálogo de la galería van Krimpen de Amsterdam. 1989. 68 Ibidem. 69 Estas dos obras, la escultura y el dibujo, ambas sin título, se expusieron en El doble hermético, CAAM. Las Palmas 1990. Y en Pulsió. Fundació La Caixa. Barcelona 1991. 70 Espaliú organizó exposiciones significativas para conocer sus preferencias artísticas y algunas influencias. Así, la de Joan Brossa (1988), Marcel Mariën (1989), y Un secreto fluir que incluía obra de Cristino de Vera, Barbara Ess, Romero de Torres y Rosemarie Trockel (1991). 71 El Periódico de Catalunya, 20 de enero de 1993. Pág. 31. 72 Parábola del vigía incluida en El Europeo. Otoño de 1992. Madrid, y en En estos cinco años (1987-1992). Págs.: 82-83. 73 Ibidem. 74 La visión del límite en relación a la experiencia del cuerpo que ofrece la obra de Espaliú carece de ejemplos en el arte español de igual relevancia. 75 Ambos proyectos se mostraron en el marco de Edge 92. 76 Ver Flash Art, edición española, febrero 1988 |
sábado, 6 de octubre de 2012
Texto publicado en el catálogo Pepe Espaliú 1986-1993, Pabellón Mudéjar, Sevilla, 1994
sábado, 8 de septiembre de 2012
El beneficio de la discordia. A propósito de La batalla de los géneros.
Texto publicado en el catálogo La batalla de los géneros, correspondiente a la exposición del mismo título celebrada en el Centro Galego de Arte Contemporanea, Santiago de Compostela, 2007.
El beneficio de la discordia
A propósito de La batalla de los géneros
Juan Vicente Aliaga
Un título
obliga a mucho. Y lo digo a sabiendas de que se trata de una forma comprimida y
por ende reductora de lo que se pretende comunicar. Así, encabezar un proyecto
expositivo con el término “batalla” no es una elección caprichosa o baladí, ni
siquiera una simple metáfora. Ha sido un término escogido a conciencia para
aludir al aluvión de contestaciones sociales de distinta tipología que se
produjeron sobre todo en los setenta contra el orden fálico establecido. Me
refiero a un clima, en bastantes casos, de verdadero enfrentamiento con las
estructuras machistas y quienes las ponían en práctica día a día. Fue aquél un
periodo proteico en manifestaciones de crítica al orden patriarcal pero no
brotaron de pronto sino que tuvieron al decenio anterior como antesala y
laboratorio de experiencias individuales y colectivas, tras años de cerrazón
consolidados mediante el orden moral y mental fijado tras la segunda guerra
mundial. Estamos sin duda ante un marco temporal –el de los setenta- inigualable por la diversidad e intensidad de
actos, gestos, respuestas y aportaciones a una visión del mundo en absoluto
homogénea, aunque hubiera, eso sí, una base común compartida en el deseo mismo
de cambio social, impulsado por muchas mujeres impregnadas del ideario del
movimiento feminista. Unas mujeres que rompían en grados y formas diferentes
con el status quo machista,
haciéndose visibles, transformando la realidad.
Antes de
adentrarme en mayores honduras quisiera dejar claro que La batalla de los géneros no pretende reactivar ni reavivar esa
concepción falazmente vengativa que el discurso sexista ha querido promover de
una lucha de sexos. En ese quimérico combate el sujeto llamado débil
contraatacaría con armas aviesas y se opondría al sujeto considerado fuerte,
vengándose cual furiosa euménide cercenadora de pene. Esta lectura, además de
caricaturesca, es profundamente machista y retrógrada. En este proyecto que se
traduce en un catálogo y también en una exposición, no hablo de sexos
entendidos en su dimensión anatómica y biológica. Soy consciente de que las
formulaciones sobre la diferencia sexual
sustentada en la presencia de órganos distintos y en la hipervaloración del
componente reproductor como vara de medir para establecer distinciones
sociales, comportamientos y actitudes ante la vida, amén de visiones del mundo
discordantes, siguen teniendo muchas partidarios. Entre ellos se cuentan, en
distintas esferas y a día de hoy, no sólo los representantes más acérrimos de
la Iglesia católica y de los sectores inmovilistas de distintos países y
culturas, sino intelectuales del fuste de Françoise Héritier, Sylviane
Agacinsky, Gilles Lipovetsky, en Francia, Catherine McKinnon, en Estados
Unidos, Fernando Savater, en España. No ignoro que los matices importan y que
no es equiparable el discurso recto y oficialista del papado con algunas
piruetas epistemológicas de los nuevos antropólogos de la diferencia de sexos.
En algunos casos la teorización de la diferencia sexual ha llevado a terrenos semejantes a los
argumentados por el feminismo de la diferencia en su defensa del orbe simbólico
de la madre, como elemento claramente diferenciador de dos sexos totalmente
opuestos, fijados y anclados en su misma e irreconciliable disimilitud. Estas
formulaciones, de algún modo, han avalado la hipótesis de la existencia de
estructuras, creaciones y formas lingüísticas propias de cada sexo, fruto de
una psique organizada de modo separado
(Luce Irigaray, Helene Cixous), que en el caso de la mujer se plasmaría en una écriture féminine de sensibilidad
netamente desbordante, apartada del rigorismo masculino.
Asumir que
las diferencias morfológicas y orgánicas entre mujeres entre sí respecto de los
hombres dan pie a esencias inscritas en la naturaleza equivale de alguna manera
a nivelar a todos los sujetos incluidos
en la categoría mujer, y a todos los de la categoría hombre, que quedan
uniformizados por igual en lo relativo a la estructura mental, la forma de
pensar, la capacidad de actuar,,,. Por otro lado, además de esta forzada
equiparación conducente a remachar la idea de una identidad femenina o
masculina, se excluye asimismo de las normas citadas a todo aquel individuo
intersexuado o en transformación transgenérica.
El cuerpo
es una posibilidad y una realidad también, que se concreta y se nombra (se
activa sobre todo desde el momento en que es nombrado como materia
inconfundiblemente masculina o femenina al nacer) de determinada manera en
función de valores, reglas, constricciones e interdictos sociales y culturales.
Cada sujeto, independientemente del sexo fijado socialmente (el sexo es una
asignación y nada tiene de natural, al margen de que un cuerpo disponga de
útero, otro de testículos, y otro, verbigracia, de senos y pene a la vez),
porque la experiencia del cuerpo está unida a muchas otras consideraciones,
percepciones y sujeciones de tipo cultural, social, político. El término sexo
no me parece útil, y suscribo lo que ya anticipó Judith Butler al respecto,
aunque no se me escapa el enorme peso y visibilidad social de que goza en distintas culturas y también
que algunas artistas presentes en esta exposición lo emplearon profusamente
(verbigracia Judy Chicago, Carolee Schneemann) para acentuar las supuestamente
insalvables disimilitudes entre varones y mujeres. Y en ese sentido y dado que
este texto trata de poner los cimientos en que se apoya la exposición La batalla de los géneros –ésta descansa
en un marco temporal aproximado, el de los años setenta en distintos países y
en las prácticas artísticas generadas vinculadas a planteamientos de género-,
creo que es conveniente reconocer que en ese decenio pocas eran las voces que
disentían de las categorías sexuales de mujer y de hombre como estructuras
separadas. Dicho esto, mucho más valioso y provechoso se me antoja la aparición del concepto de género puesto en valor por feministas
tales Sherry B. Ortner y Harriet Whitehead en Sexual Meanings. The Cultural Construction of Gender and Sexuality
(1981)[1] y por Joan W.
Scott en su Gender and the Politics of History[2]
(1988), aunque interpretado de distintas maneras y prismas. Debo precisar que
el propio concepto de género arrastra asimismo una historia y un tiempo y que
en sus inicios en los sesenta y setenta se utilizó para ser aplicado
exclusivamente a las mujeres como colectivo maltratado y subordinado. Con ello
se omitía que el hombre forma parte también de una categoría que requiere
igualmente ser diseccionada y estudiada desde una óptica de género (en el
ámbito universitario estadounidense se habló en un primer lugar de women´s studies; posteriormente se acuñó
otra terminología, entre la cual destaca el vocablo de gender studies). Bien es cierto que durante largo tiempo los gender studies centraban las
investigaciones en el estatus de las mujeres, hasta entonces excluido en la
historia. Los hombres, en bloque, eran percibidos como el género opresor,
causante de los problemas innúmeros de las mujeres, sin tener en cuenta que la
violencia ejercida por la sociedad machista también perjudica a los hombres,
aunque la peor parte se la llevan sin duda las mujeres. Esto parece inapelable
a la vista de la ingente casuística de violencia de género habida hoy en
distintos países, inclusive considerados avanzados como las naciones
escandinavas. El conjunto de los hombres, en su diversidad, y aunque no sean
plenamente conscientes de ello, también acusan y padecen las imposiciones
sociales de la construcción de género, verbigracia y por poner sólo un ejemplo
el hecho de que el vasto y fundamental campo de las emociones, de los
sentimientos, se vea incompatible con la idea enaltecida de la hombría. Esto
parece a todas luces una clara amputación psicológica, una merma mental y
sensitiva que dificulta sobremanera la realización personal del individuo. Esta
es uno de los muchas circunstancias en que el sujeto llamado masculino recibe
un daño continuo, reiterado en muchos ejemplos de la cultura popular de masas, y cito
solamente, y por no extenderme, el muy socorrido pero no menos real, presente
en la música pop, que refuerza la idea
de que los chicos no lloran pues tal
comportamiento es propio de débiles, mujeres, nenazas, afeminados, o maricas.
Este tipo de incisivos y oprobiosos discursos se repite hasta la saciedad incluso
en tiempos falsamente liberados o desprejuiciados como los actuales que
muestran a un hombre que ya ha empezado a ser percibido también como realidad
material, es decir carne o cuerpo. Un cuerpo que se luce, que se exhibe, que es
consumido y devorado visualmente en anuncios y otras publicidades, aunque
todavía predomina la exposición de carne femenina. ¿Es esta la igualdad de
trato por la que tantos esfuerzos se han hecho en la sociedad capitalista de la
información?
Si
aceptamos el aserto y la premisa de que las mujeres son siempre víctimas y los
hombres victimarios –un hecho indiscutible en muchos casos, situaciones y
países- pero no siempre cierto (hay también algunos hombres que han sido
violados), se puede caer en el peligro de acentuar un esquema inamovible y
alicorto, además de inmovilizador. Esta lógica es la incluida en algunas
perspectivas convencionales respecto del género. Es importante por ende ampliar
el horizonte de análisis. En ese orden
de cosas parece mucho más provechoso el análisis de las reglas y normas
vinculadas al género, es decir, a la llamada feminidad y masculinidad, y a lo
que se considera propio o impropio de la mujer y del hombre, teniendo en cuenta
que el trasvase de valores y características, mal que pese a algunos, existe en
la práctica: se comprueba cotidianamente en el ámbito de la experiencia y de la
vida cotidiana. Esto por supuesto no
supone negar que las barreras de género resultan para muchos insalvables e
incuestionables. Sería inoperativo, amén de falso, olvidar que el conjunto de
problemáticas apuntadas repercuten tanto en las personas que se sienten a gusto
bajo la denominación de mujer, como en aquellas conformes con la de hombre
También influyen en quienes desestabilizan dichas categorías, por razones de lo
que algunos denominan, con brutalidad, disforia de género y por la obsesión
policial por definir y determinar el sexo “verdadero” que tiene la clase y que
se aplica todavía hoy al sujeto intersexuado [3] tras el
nacimiento, a veces con el uso de cirugía irreversible. Obviamente las normas
de género también impregnan al sujeto que modifica su cuerpo y su conducta,
entre otros, los y las transexuales, que toman la decisión de introducir
cambios y reasignaciones en su anatomía, en su masa muscular, en su voz y en su
comportamiento.
Viene a
cuento de lo dicho una reflexión y una sustanciosa controversia entre Rosi
Braidotti y Judith Butler en 1994, a propósito del género y de su utilización
por parte del feminismo. Frente a Rosi Braidotti que consideraba en líneas generales que el
género despolitiza el feminismo y que por consiguiente no era una categoría
defendible, Butler y otras pensadoras (Gayle Rubin, Carol S. Vance..) reafirman
la importancia del concepto de género, aunque fuese descomponiéndolo (undoing)[4] de su posible
rigidez. Volver a mirar el género significa que el feminismo puede ampliar sus
intereses políticos e ir más allá de la asimetría de género, con la intención
de añadir e incluir otras variantes como la noción de geografía, territorio,
país, raza y religión. Son estos conceptos que afectan, y se imbrican, con el
de género. Un ejemplo puede clarificar lo dicho: no es equiparable la realidad
política y el status social de los transexuales en un país musulmán que apenas
cuenta con reconocimiento oficial y fronteras en la comunidad internacional
como Palestina, continuamente acosado por las tropas israelíes, y en el que la
impronta del integrismo hace mella en las ideas ortodoxas sobre la sexualidad,
que las y los trans que viven en Holanda o Suecia. Tampoco es comparable la
situación de dependencia económica de muchas mujeres en Pakistán con la de sus
congéneres en Alemania o Argentina, lo
que no elimina otras diferencias o circunstancias temporales como el hecho de
que en el país del cono sur durante las votaciones en las elecciones se
pretende marcar, de forma un tanto chistosa y ridícula, el género mediante la existencia de urnas de color rosa o azul.
Recupero
ahora la disputa intelectual entre Judith Butler y Rosi Braidotti.
Habla la
segunda:
“la
oposición al género se basa en caer en
la cuenta de las consecuencias de las desastrosas políticas institucionales.
Por ejemplo, en su contribución al primer número de European Journal o Women´s
Studies Diane Richarson y Victoria Robinson revisan la continua controversia en
relación al nombre de los programas feministas en las instituciones. Señalan
específicamente que las propuestas feministas han sido absorbidas por los
estudios sobre la masculinidad, lo que trae como consecuencia que los fondos
destinados a los puestos en las facultades de carácter feminista se transfieren
a otros. Ha habido algunos casos en los Países Bajos también de puestos
anunciados como gender studies que
han sido repartidos entre los “chicos inteligentes”. Algunas de estas absorciones, controles o dominios
competitivos tiene que ver con los estudios gays. De especial significación
sobre esta discusión es el papel de la editorial mayoritaria Routledge que en
nuestra opinión es responsable por promover el género como una forma de socavar
la radicalidad del programa feminista. Favoreciendo mercantilmente los trabajos
obre la masculinidad y sobra la identidad gay masculina en su lugar (…)[5]
El
comentario de Rosi Braidotti en estas palabras en 1994 demuestra a mi juicio un
enfoque equivocado. Reprocha desmedidamente a los gender studies que sirvieran de tapadera en realidad a estudios
sobre la masculinidad y acerca de la homosexualidad, como si estos no pudieran
funcionar también como plataforma de debates sobre el orden fálico –¿acaso
tiene algo de negativo que tales estudios se manifiesten y crezcan?- La
reflexión de Braidotti denota cierto inmovilismo pues adjudica a las mujeres
toda la carga crítica, sin pensar que también los varones pueden contribuir a
ponerla de manifiesto. La autora de Nomadic Subjects [6]viene a decir
que un hombre no puede ser feminista ni por tampoco cuestionarse a sí mismo. Y
que toda mujer, que así se considere, actúa consciente de un deseo de
transformación. Ambos asertos son perfectamente fáciles de rebatir y de poner
en tela de juicio. Que en la praxis haya pocos hombres que hipotequen los roles
sexuales y el poder de base masculinista no significa que no sería deseable que
los hubiere, si de verdad se pretende erradicar el orden fálico establecido. El
feminismo no podrá convertirse en un ideario de cambio si no incluye a los
hombres. Por ello, afirmar que los gays en bloque pretenden desbancar las
propuestas feministas y apropiarse de algo que no les pertenece parece un
desatino. Por otro lado, de alguna forma, se vendría también a presuponer que
las mujeres feministas son incapaces de defender por sí mismas sus principios e
ideas. Esta conclusión, de ser cierta ,me parecería no sólo un despropósito
sino una forma de subestimar a dichas mujeres. Conviene por tanto no confundir
algunos casos concretos, de política
universitaria y distribución de fondos públicos para la docencia y la investigación, sea en Holanda o en otros
lugares, con un principio fundamental: el triunfo del feminismo no podrá
llevarse a cabo totalmente sin el concurso de los hombres. Por mucho esfuerzo
que ello cueste pues es obvia la
resistencia que muchos hombres presentan a la hora de desistir de un contumaz
ejercicio sexista y machista del poder.
Probablemente
estas reflexiones de Rosi Braidotti dimanan de su apología de la diferencia
sexual, sustentada entre otros aspectos en la lectura de Luce Irigaray y una
visión anclada en una perspectiva obsoleta del psicoanálisis y en la
sobrervaloración de las estructuras lingüísticas. A esta perspectiva teórica
Butler le achacó que la idea psicoanalítica de lo simbólico que defiende Braidotti excluye los posibles
cambios y alteraciones, fruto del empuje de los movimientos sociales.
He hecho
hincapié en estas observaciones para indicar que, sin querer magnificar y sobre
todo fosilizar, el concepto de género, que es sin duda una categoría que ha
sido leída de distintas formas y que es por tanto cambiante, ampliable y transformable, su función operativa sigue
siendo válida. Óptese por la interpretación que hizo Monique Wittig de que en
verdad sólo parece lícito hablar de un género, el femenino, y de que no existen
dos porque todo lo demás corresponde al imperativo masculino general, abstracto
y universal[7],
o se decante uno por otras hermenéuticas, se me antoja una herramienta
analítica de primer nivel. De ahí que ese concepto rece en el título de este
proyecto. A continuación y con la apoyatura de la argamasa teórica propuesta me
meto ya en harina en relación al comisariado de La batalla de los géneros para el Centro Galego de Arte
Contemporánea (CGAC).
Para quien
visite, y analice lo expuesto, en Santiago de Compostela tal vez la primera
sorpresa que puede encontrarse es que La
batalla de los géneros trata de
evitar ser una exposición feminista al uso, clásica. Dicho esto sin el menor
menosprecio en esta expresión, pues se incluyen obras de arte realizadas tanto
por mujeres como por hombres, aunque predominen abundantemente las primeras.
Alguien podría objetar que en un proyecto de este tipo con una base claramente
histórica- los setenta- aunque con algunas licencias temporales (la primera
obra que puede verse data de 1963 y es de Faith Ringgold y la última de 1982 y
es She de Tina Keane, no es de recibo
que se hayan incluido trabajos producidos por varones, dado que este proyecto
se enmarca en la fundamentación teórica
y política del feminismo y por ende no ha lugar que haya artistas varones.
Estoy convencido de que una reflexión semejante estuvo en la base y en el
nacimiento de los prolegómenos conceptuales de
exposiciones de calado como Inside
the visible. An elliptical Traverse of 20th Century Art. In, of, and from the
feminine (1996) y Wack! Art and the Feminist Revolution
(2007), por nombrar dos de las de mayor envergadura e impacto[8]. En esta segunda, Connie Butler[9] optó por no
incluir hombres con el siguiente razonamiento: tras haber hablado con Catherine
de Zegher que lamentaba a posteriori que no hubiera habido varones en su
proyecto Inside the Visible, y tras
diversas consultas con artistas que participaron del proyecto de Los Ángeles,
decidió que éste fuese “women only” sobre la base de que las mujeres habían
sido las pioneras en la configuración de un movimiento tan transgresivo como el
feminista, unas para aceptar sus postulados, otras para discrepar de los
mismos.
Sin duda
nadie objeta el carácter pionero de las mujeres en un contexto altamente
politizado de los sesenta y setenta que
tuvo como enseña estrella, entre muchas otras, la reivindicación capital y
trascendente de que lo personal era materia política. Me refiero a un
movimiento de mujeres integrado por distintos colectivos y asociaciones que de
algún modo estuvo también impregnado, y que se inspiró, de las luchas por los
derechos civiles en Estados Unidos. Sin negar este carácter innovador del
feminismo no puede orillarse el papel de zapa de los estamentos sociales que
también desempeñaron algunas movilizaciones sociales habidas a finales de lo sesenta como las del movimiento gay y
lésbico, en Estados Unidos y después en Gran Bretaña, Francia, Holanda, España.
Y en este tiempo de rupturas se ha de añadir la corrosiva crítica cultural e
intelectual procedente de la actividad de los estudiantes que echaron pestes
del autoritarismo profesoral y policial en Alemania, Francia, Holanda México,
etc. Este flujo de disenso político
contribuyó a la necesidad de cambio, aunque en algunos casos la izquierda
reprodujera pautas sexistas y misóginas.
Por ello,
para enlazar con lo expresado en las dos exposiciones citadas ut supra, es de perogrullo resaltar las
tareas acometidas por las distintas organizaciones feministas en un amplio
esfuerzo colectivo por doblegar el recalcitrante machismo de la clase política,
el de los medios de comunicación y el palpable en un sinfín de esquemas
mentales promovidos entre otros en las pantallas de cine. Que todavía alimentan
el imaginario general con ideas de género harto tradicionales. Sin duda, ese
empeño de los distintos sectores feministas es ímprobo. A nadie le pueden doler
prendas por reconocerlo, de la misma forma que parece a todas luces irrefutable
que en el seno del feminismo anidaban tendencias, corrientes y pensamientos
dispares y a veces enfrentados. Esta situaicón no es en absoluto incompatible
con el hecho de que en el ámbito del arte (también en otras esferas del
pensamiento y la creación) hubo, aun escasos en número, algunos artistas
varones que también empezaron a poner en solfa los valores recibidos,
particularmente en lo relativo a su presencia en sociedad, a los que se alanceó
y tildó de afeminados por su forma de vestir,
de comportarse, de vivir, de compartir. En ese sentido junto al trabajo
absolutamente primordial de artistas tan diversas entre sí como Martha Rosler,
Louise Bourgeois, Suzanne Lacy, Annette
Messager, VALIE EXPORT, Sanja Ivekovic, Mónica Mayer y muchas otras que
problematizaron y arremetieron, ora sin contemplaciones, ora con sutileza, la
imagen cosificada y objetualizada de la mujer en los medios de comunicación,
que hablaron de la sexualidad propia, o que atacaron el sistema machista y la
violencia perpetrada mediante la violación, entre muchos otros elementos de
sustancia, hubo algunos artistas como Urs Luthi, Jürgen Klauke, Pierre
Molinier, que hicieron trizas la representación de las normas y corsés de
género que también inmovilizan al sujeto llamado masculino. Y subrayo este
aseveración. Algunos de estos artistas que participan en La
batalla de los géneros expusieron su obra en Suiza, Austria y Alemania en
1974 y 1975 en el pequeño periplo suscitado por la muestra Transformer: otros, cuya estética responde a planteamientos del
mismo tenor (Samuel Fosso, en la República Centroafricana, Carlos Leppe en
Chile, Carlos Pazos y Juan Hidalgo, en España…), en cambio no fueron incluidos
en la famosa exposición que orquestó el crítico suizo Jean-Christophe Amman,
probablemente por desconocimiento o carencia de información, pero no por ello
dejaron de aportar una visión disconforme con lo normativo, que el tiempo y los
estudios recientes sobre género, sexualidad y arte, permite evaluar y sopesar,
con lo que ello supone de modificación o ampliación al menos parcial del canon
recibido en el arte de las neo-vanguardias.
Conviene
ofrecer algunos datos contextuales. Sin duda, junto a la revolución feminista
que se fraguaba en Estados Unidos pero que tuvo eco, y voz propia en algunos
casos, amén de aspectos políticos peculiares, en Europa, respecto de la
presencia de la mujer en el espacio público, asomaban, vehiculado en parte en
la cultura de masas, algunas señales de disconformidad que se materializaron
especialmente en la música. También se produjeron signos de cambio, aunque
fuese un terreno más minoritario que la música, en lo que se denominaba en
aquellos años artes plásticas, aunque fuesen la performance y la fotografía las
técnicas empleadas en la que se dieron las rupturas mayores respecto de la
representación del trasvase entre lo femenino y lo masculino. En la exposición Transformer confluyeron ambos mundos.
Así, el listado de artistas estaba acompañado de referencias a Brian Eno, Lou
Reed (y no sólo por el título de la canción que es el mismo de la muestra),
David Bowie, New York Dolls, etc. De hecho, en el catálogo se publicó un texto
de Patrick Eudeline en francés de
elocuente título: “Le phénomène du travesti dans la Rock Music”. Más adelante
abundaré sobre el sentido del equívoco y confuso término travesti, frecuentemente usado en los setenta y que hoy parece demodé.
Tal vez
pueda pensarse que la música por ser una actividad creativa de orden lúdico, en
muchos casos dirigida y consumida enfebrecidamente por sectores juveniles, ha
de conllevar un mensaje contestatario y rebelde per se. Esta afirmación no es de recibo: si se diseccionan con
seriedad y rigor las letras de muchas canciones y temas; si se estudian al
detalle los gestos y visajes de los cantantes y bandas en el escenario o ante
las cámaras; si se observa la estética que les arropa, el glamour que
desprenden, las declaraciones efectuadas en revistas y magazines, se puede
colegir que a menudo esta pléyade de signos traducen un sexismo indisimulado,
apenas encubierto, que está todavía hoy a la orden del día. Por ello, el cambio
visual y formal y de consecuencias en el
quebrantamiento de la moral pública que de alguna manera destilaba del
glam-rock tiene su mérito. Ofrece asimismo una alternativa audaz a la zafiedad
y al conservadurismo de otras manifestaciones musicales. Estamos, sin ánimo de
magnificarlo, ante un movimiento musical de vida relativamente corta que se
llamó en España Gay Rock, tal y como
lo estudió Eduardo Haro Ibars[10], aunque
algunos de sus protagonistas no fueran homosexuales. Sin embargo, en los
setenta la homosexualidad era un tabú absoluto.
A
principios de esa década los escenarios de Londres y de algunas ciudades
norteamericanas hicieron un hueco al maquillaje desaforado, a las poses
delicuescentes y al amaneramiento gestual.
No deja de
resultar paradójico que entonces muchas mujeres feministas rechazaban el
maquillaje como un indicador de la presión social, del adocenamiento, de la
alienación cosmética, de esa obligación tácita y/o explícita por estar bellas.
Artistas de distintas partes del planeta como Eleanor Antin con su vídeo Representational Painting, 1971, o Ana
Mendieta con Facial Cosmetic Variations,
1972, Sanja Ivekovic con su Make-Up, make down, 1978, o Ewa Partum en su performance Change. My problem is a Problem of a Woman,
1979, han cuestionado la ecuación mujer= objeto bello. En los mismos años
algunos hombres tales Michel Journiac, en Francia, Urs Luthi, en Suiza, o
Carlos Pazos en la España franquista, se ponían maquillaje, se pintaban los
labios, se rizaban las pestañas justamente por las razones opuestas, tratando
de romper un interdicto: la connotación afeminada de una estética que chocaba
con la ortodoxia del atuendo convencional. Un recato en el vestir que se
presuponía a todo comportamiento varonil que se preciara.
Obviamente
las artistas feministas y los autores nombrados, en aquellos tiempos
clasificados como representantes europeos del
art corporel o al body art, partían de presupuestos y de
experiencias disímiles. El problema no estribaba en el maquillaje o en las
ropas descocadas, atrevidas y chillonas sino el uso que de las mismas se ha
hecho consuetudinariamente asociado a estrictas reglamentaciones de género que
la industria y el mercado han impulsado y refrendado a lo largo de los años.
Unas reglas tácitas que, de no
obedecerse, reciben sanción social o condena en forma de desprecio, escarnio,
estigma o mofa.
David
Bowie fue probablemente uno de los ejemplos más sobresalientes de camaleonismo
musical que con su imagen andrógina, levemente travestida y sus aires
espaciales, tuvo que enfrentarse a la agresividad de un público formado por
“mascachicles de cabeza rapada”[11]. Su contumacia
y empeño le hizo cosechar algunos éxitos y convertirse en un verdadero icono
que se confesó homosexual en 1972 pero del que parecen más creíbles historias
de bisexualidad, acrecentadas sobre todo
a raíz de la publicación del álbum Ziggy Stardust, título referido a su
celebrado alter ego alienígena.
Siguiendo
los pasos de Marc Bolan y sus trajes de leopardo y boas de plumas, Bowie
encarna una estética influida por el
mimo británico Lindsay Kemp –que fue un gran éxito en la España de los ochenta-
y también por las drags del mundo de
Andy Warhol que Bowie descubrió en Nueva York.
Dicho esto: ¿ pero qué aportaba el glam
rock y por qué le concedo esta significación?
Por un
lado, se ponía el acento en la importancia de un conjunto de elementos
aparentemente superficiales, el atrezzo
para decirlo con brevedad, que en una sociedad capitalista de la apariencia y
del culto al espectáculo es asunto fundamental. Por otro lado, se incorporaba,
se daba visibilidad y se hacía guiños a la homosexualidad que había sido
despenalizada poco antes en Gran Bretaña en 1966 pero que era mal vista tanto
en ese país como en muchos otros. Importa recordar que la homosexualidad y el
lesbianismo habían sido medicalizados, patologizados y criminalizados, también
en el ámbito de la psiquiatría, como se colige del estudio de David Cooper La muerte de la familia[12].
En él se hace eco del intento de convertir a los homosexuales en rectos y
probos heterosexuales mediante aversivas terapias de electrochoques.
La
significación de Bowie y de otros representantes del glam-rock reside en que mediante la performance continuada, en sus
actuaciones musicales confundidas con su vida real trasladada a los medios de
comunicación se ofrecía a muchos jóvenes
la posibilidad de ver que la maleabilidad sexual y de género podían darse. Un hombre podía ser
tierno, amanerado, atractivo, femenino. Para algunos la vida era igual a una
continua mascarada.
Dicho esto
vuelvo de nuevo al catálogo de Transformer
donde se trató de definir el concepto de travesti. Según Martine Lanini:
“Lo que
entiendo por travesti no es el personaje que busca, por todos los medios,
identificarse con la mujer, de la que finalmente se convierte en un simulacro;
el travesti es aquel que existe por si mismo, personaje encrucijada de fuerzas
esenciales del que es por el hecho mismo de su ambivalencia, la síntesis”[13]
Se deduce
de esta reflexión la incomodidad hacia el travestismo. Una incomodidad que se
daba en aquellos años en distintos cenáculos de concienciados/as militantes o
afines a algunas ramas del movimiento feminista a la hora de abordar el
fenómeno, en aquellos tiempos vinculado al mundo de cabaret y de los clubs de
mala nota en España (la televisión no era terreno propicio) de los
transformistas o travestis, como se decía entonces. Gentes que tenían mala fama
por imitar o remedar gestos de la mujer y dar por consiguiente una caricatura o
mala imagen de ella. El travestido era por ende un hombre que copiaba
defectuosa y burlonamente a la mujer verdadera. No se concebía al parecer que
hubiera mujeres vestidas con ropas de hombre ni que ello, de darse, pudiera
suponer un menoscabo para la imagen del omnipotente varón. De alguna manera
quienes en algunas plataformas feministas (no en todas, por descontado)
esgrimían dicha crítica estaban dando por sentado, quizá sin percatarse, de que
la mujer constituía una suerte de esencia, de modelo único, y no, como ha
argumentado espléndidamente Judith Butler en Gender Trouble. Feminism and The Subversion of Identity, 1990, una
construcción social y cultural de la que no existe original. Por ello cualquier
imitación, reproducción o performance de un transformista o drag no sería sino
una actuación inscrita en un ciclo de reiteraciones. El travestido que se
trasforma en una cantante de fama sea Judy Garland o Rocío Jurado no es por
supuesto una pálida imitación de una autenticidad que responde a uno de los
nombres aludidos, por seguir un ejemplo. Estamos ante un juego de copias,
ficciones y de máscaras que también repercutirían, de vivir, en las dos figuras
nombradas pues dichas personas también inscribían su comportamiento en una red de parodias resignificadas y
cambiantes.
Para la
autora del texto de Transformer
el travesti encarna la creatividad
permanente. Su existir supone de alguna manera la historia de la perturbación
total de los valores a la que se asistía en un periodo de crisis y de conmoción
cual fue los setenta, con la guerra de Vietnam de fondo y la sublevación de
mayo de 1968.
A través
de la expresión excesiva y desmesurada Martine Lanini afirma que existe una
analogía entre lo que el travestí representa y la idea de que el mundo es una
inmensa mascarada, una magistral farsa.
Huelga
decir que en el argumentario que destilan los distintos artículos de que se
compone el mentado catálogo suizo no se hace referencia al concepto de género
performativo, que voy a utilizar a renglón seguido aunque pueda aplicarse a la
obra fotográfica de Urs Luthi, Luciano Castelli, Luigi Ontani, Katharina
Sieverding, Pierre Molinier presentes en Transformer.
Algunos de
estos artistas están también en La
batalla de los géneros. Sus producciones son excepcionales pues ayudan a
socavar los cimientos de la masculinidad hermética, cerrada y también sin duda los de la
feminidad, que han sido percibidas en el orden fálico como estructuras binarias,
monolíticas, separadas y opuestas pero que estos artistas muestran
interconectadas, difusas, porosas. Y lo hicieron con la conciencia de que el
cuerpo en actuación, en acción, era el eje de su propuesta. Un cuerpo sexuado,
rompedor con el que se explora la identidad, el placer, el poder atribuido al
sujeto, a la par que se contraviene las expectativas sociales habidas en torno
a la virilidad.
En ese
sentido he tratado de articular en la exposición La batalla de los géneros, una serie de apartados o secciones que ordenan
el recorrido conceptual del proyecto, a sabiendas de que las obras incluidas en
cada agrupamiento podrían haber sido otras. En ese sentido en cualquier
exposición se ha de contemplar el espacio disponible y los condicionamientos
respecto del préstamos de las obras y de las dificultades que ocasiona
organizar una exposición de esta envergadura. La primera sección a la que me referiré gira en
torno a la performatividad y género.
Este
segmento trata de evocar un conjunto de aspectos como el uso heterodoxo de la
indumentaria y las vestimentas que hipotecan la asociación tradicional entre lo
masculino y lo femenino y su visibilidad pública pero que también traducen una
perspectiva política disconforme con las reglas del juego. Entraré en detalle.
He escogido las obras de pequeño formato de Cindy Sherman procedentes de la
serie Bus Riders (1975-2000) y Murder Mysteries, porque amplifican el
conocimiento habitual que se tiene de los archiconocidos Film Stills de Sherman, en donde la artista interpreta, mediante
poses, gestos y ropas, fragmentos del imaginario colectivo cinematográfico y
publicitario relativo a la feminidad. En la fotografía de Bus Rider Sherman en cambio elige la masculinidad como materia de
estudio, presentándose con atavíos varoniles, abierta de piernas con un actitud
fatigada, ruda, displicente. Con esto ejemplo, la artista da a entender que
como apuntaba Richard Dyer[14] la histeria
fálica, producto de un deseo de probar la virilidad, puede ser reproducida,
teatralizada y parodiada, ya que los aderezos de la misma vienen dados en parte
por la ropa que cubre el cuerpo y los
signos gestuales que pueden ser repetidos por cualquier sujeto, al margen de la
anatomía y el sexo con que ha sido adscrito y definido socialmente.
He
empezado con Cindy Sherman porque la circulación comercial e internacional de
su obra es innegable aunque, por causas no imputables a ella misma, las
propuestas fotográficas de base performativa que ella realizaba en su estudio
han eclipsado la de otros artistas que trabajaban en el mismo periodo sin
conocerse entre sí y por ende libres de una posible influencia. Me refiero en
particular al artista francés Michel Journiac cuya obra ofrece un espectro
envidiable en lo que se refiere a la adopción
de roles y registros sociales: el artista en distintas series
fotográficas, verbigracia en 24 heures de
la vie d´une femme ordinaire, 1974, interpreta distintos momentos de un
mismo papel: el del ama de casa que hace la colada, de la mujer que ficha en el
trabajo, de compradora de tampones, de
atenta esposa y amante de su marido… El talento camaleónico y subversivo de
Journiac le hizo cuestionar a la sacrosanta familia heterosexual, figurando
junto a su de madre y padre, como alter
ego de sus progenitores, vestido con sus ropas en un Hommage a Freud. Constat critique d´une mythologie travestie (1972). Con esta obra desarbolaba las teorías
del autor de La interpretación de los
sueños. Para lograr la superación del complejo de Edipo, las reglas por las
que funcionaba el tríangulo familiar obligaban a que el hijo deseara a la
madre, y se identificase con el papel
paterno del que a su vez se abominaba. En el caso de que el hijo se sintiera
atraído por el padre el peligro homosexual se instalaba y el complejo de Edipo
no se cumplía ni resolvía, cuestión
imperativa según Freud para alcanzar la madurez que rechazaba de plano
Journiac[15]
En L´inceste, 1975, Journiac llevó más
lejos todavía el poliédrico despliegue de mascaradas representándose como hijo
mirón que se inmiscuye en un lío de adulterio. Journiac domina el role play: el
padre y su amante que es a la sazón el hijo, de sexo masculino y amante, tres
papeles a la par, todos ellos encarnados por el artista; interfiere entre su
madre y su amante, papel desempeñado por el hijo que en este caso hace de chica
y de amante. Estamos ante una reinvención del incesto que podía ser homosexual,
lésbico y también heterosexual y que desbordaba las acotadas previsiones
imaginadas por Claude Lévi-Strauss. Las posibilidades performativas sobre el
género que exploró Journiac van más allá del simple cross-dressing. Sus implicaciones sociales son devastadoras para la
rigidez y estulticia del paradigma heterosexista y para las normas de
parentesco familiar.
En esta
sección de La batalla de los géneros
se incluyen también los trabajos ambiguos y sutiles en los que se confunde
rostros de mujer y de hombre elaborados por
Urs Luthi (My Face behind Ecki´s
Face, 1974) y los del español Carlos Pazos. Disconforme con las
constricciones que los varones heterosexuales sufrían también para probar y
demostrar a toda hora su virilidad, se retrató para la revista barcelonesa
Bazaar en poses que los machos más obtusos de entonces consideraban propias de
nenazas. En la intimidad (1977) lo
muestra siendo acicalado, tomando rayos UVA desnudo, o junto a la chimenea con
las piernas cruzadas y ademán grácil, paseando por las Ramblas como un dandi
con un perro afgano. Pazos comentó cuán difícil resultaba en los ambientes de
la izquierda española antifranquista vestir con ropas que la ortodoxia viril no
aceptaba. No obstante en un viaje a Londres
en 1973 vio actuar a David Bowie y el rock inglés le impactó sobremanera
como fenómeno estético[16]. Adiós por
tanto a las barbas y los mocasines. Bienvenidos el maquillaje, el cuidado del
cuerpo y el maquillaje. Un cambio de muchos grados en una época en que
cosmética y masculinidad estaban reñidas.
El
componente teatral de estos trabajos –y de algunos otros tan meticulosos como
los desarrollados por Eleanor Antin que no cesaba de inventarse personajes de
ficción, por ejemplo en The King,
1972 donde aparece disfrazada con bigotes - respecto al modo en que se mostraba
el cuerpo, que había de ser visto por el público, se dio en contextos sociales
y culturales harto diferentes y no dejaba de ofrecer una lectura política. No
es mi meta buscar un modelo original del que bebieran los demás. Sería un
intento baldío, frustrante. La transformación performativa del cuerpo y su
vinculación crítica respecto del binarismo de género que imperaba, y todavía hoy,
en el mundo, obedecía a razones muy distintas y a contextos diferentes. No es
comparable la situación de privacidad en la que se hallaba Pierre Moliner que
desde su casa en Burdeos vivía sus fantasías eróticas, poniéndose medias de
rejilla y corsés y fabricando consoladores artesanales para facilitar la
auto-penetración, que la del alemán Jürgen Klauke cuya obra apelaba al público
para provocarlo, como puede comprobarse en Transformer
(1973), en donde se inclina hacia delante para exhibir su trasero cubierto por
unos pantalones de cuero rojizos en los que sobrepuso un cuadrante blanco que
modifica su apariencia anatómica, de modo que unas formas orgánicas hacen
pensar en una cohabitación de ano y vagina en carne de hombre.
Molinier y
Klauke comparten un propósito: el rechazo a las demarcaciones basadas en la
orientación sexual y en una visión del cuerpo acorde a parámetros binarios
disyuntivos (o masculino o femenino). Molinier se autodenominó lesbiano por vestir con prendas
fetichizadas de mujer y por su predilección por algunas partes de la anatomía
femenina (las nalgas, en particular) desprovistas de pilosidad.
Un
contexto y una realidad social muy diferente fueron las que habitó un
jovencísimo Samuel Fosso que nació en 1962 en Camerún y que, tras huir de la
guerra de Biafra, se afinca en Bangui,
República centroafricana donde instaló un taller fotográfico en 1976 Studio
Photo Convenance/Nationale, con sólo 14 años. Allí además de retratar a su
familia, se fotografiaba a menudo con ropas coloristas y setentonas. En una
imagen se le ve en un mostrador rodeado de retratos y plantas, invitando al
respetable a dar rienda suelta a un anhelo:
verse “beau, chic, délicat et facile à reconnaître”. Una objetivo poco
común para el hombre africano de entonces inmerso en comportamientos viriles
machistas.
Sin duda
Fosso había estado en contacto con una cultura de los medios de comunicación
canalizada a través la de las revistas y magazines que podían encontrarse en
París, Londres, Madrid pero también en ciudades como Yaoundé o Bangui.
Muy
distinto era el contexto en el que desarrolló su trabajo el artista chileno
Carlos Leppe que expuso, en una galería de diseño Modulo y forma de Santiago, una obra titulada El perchero. Estamos en 1975, dos años
después del inicio de la dictadura de Pinochet.
Leppe
instaló un dispositivo de madera semejante a un colgador de sastrería del que
colgó, en vez de ropa, unas tiras de papel fotográfico de tamaño natural. En
estos papeles se percibe el cuerpo del artista que lleva un vestido de mujer
que hace pensar en una indumentaria festiva, “de procedencia teatral u
operática”[17].
En la
imagen del centro el artista exhibe la zona genital tapada con vendas. La tela
alude a la ropa y también al material médico usado para curar.
“Para
cualquier sujeto relativamente informado en esos años, en una obra como El Perchero hay una mención más que
evidente a la tortura”
Leppe,
inmerso en un contexto represivo, apunta al control del cuerpo ejercido por el
régimen militar. De ahí que el cuerpo aparezca herido. Su disidencia es doble,
sexual y política. Dicho esto, aunque propongo en este caso una lectura de
género soy consciente de que dicho concepto no formaba parte de los debates de
los sectores intelectivos chilenos. Según Pastor Mellado:
“En 1980, cuando conocí a Leppe, en la escena plástica
chilena no circulaba todavía el concepto de género. Nelly Richard, si bien lo
recuerdo, intentaba a propósito de la obra de Dávila, hablar de "arte
homosexual", pero te diría que jamás desarrolló dicha hipótesis. Eran solo
conversaciones que jamás llegaron a tener estatuto de trabajo discursivo. Es
posible recuperar una preocupación anticipada por el género en su libro
"Cuerpo Correccional", que hace junto con Leppe en 1980. Esa es una
pieza esencial de anticipación de un problema, pero así, tan explícitamente
como me lo planteas, no estaba planteado.
En algunas
reuniones en casa de Leppe circulaban los textos de Monsiváis. Pero no se puede
sostener que fuese una fuente de inspiración.”[18]
Cambios de
papeles, como los propuestos por Marina Abramovic a una prostituta en
Ámsterdam, Role Exchange, 1974;
creación de una identidad fantaseada, discrepante, distante de la masculinidad
esclerotizada como la que sugiere Luthi; sueño de ser o de convertirse en
hombre y mujer a la vez, como se desprende de las dos fotografías realizadas
por Juan Hidalgo en 1977, Biozaj
apolíneo, biozaj dionisiaco. En definitiva, una plétora de propuestas
artísticas que emergen en distintos
lugares, coincidentes sin embargo con los presupuestos más liberadores del feminismo, de lo que después se denominaría
feminismo construccionista. Y ello aunque los artistas citados no participaron
de pleno en las manifestaciones de mujeres que se hicieron cada vez más frecuentes
a lo largo de la década de los setenta tanto en Estados Unidos como en Europa,
y algo más tarde en Latinoamérica[19]. Si los
colectivos feministas deconstruían la representación del cuerpo de la mujer,
hasta entonces concebido para disfrute exclusivo de varones heterosexuales, si
mostraban realidades del cuerpo como la menstruación, si reivindicaban el
derecho al aborto, si hurgaban en otras formas de la sexualidad no centradas
únicamente en la penetración vaginal y reivindicaban el orgasmo clitoridiano,
si atacaban las normas sociales, legales, discriminatorias y excluyentes, los
artistas nombrados en esta sección hacían lo propio con la imagen arquetípica
del macho, cuestionándose a sí mismos. De ahí que haya otorgado tanto relieve a
este agrupamiento sobre la performatividad del género, tal y como la entiende
Judith Butler en relación a una concepción del género más flexible y porosa
Obviamente
no es éste el único asunto o materia analizada en este proyecto. La estructura de la exposición
gira, como anticipé anteriormente, en torno a agrupamientos conceptuales que no
se pretenden rígidos y cerrados y que recogen obras de artistas de distintas
latitudes, a sabiendas de que se puede correr el riesgo de nivelarlos a todo a
partir de un mismo rasero que a la postre es de cariz occidental. Asumo esta
contradicción y quisiera subrayar que estos agrupamientos han de tomarse de
forma provisional y por consiguiente sujetos a modificación. Señalo por tanto
que hay obras que he incluido en un segmento que bien pudieran instalarse en
otros apartados. Ello se debe en buena medida al carácter polisémico de las
mismas que pueden ser interpretadas de modos diferentes. Sin ánimo de trazar un
recorrido históricamente consecuente y progresivo empezaré con un caso de
estudio, el que se concentra alrededor de
una experiencia colectiva de primer orden. Me refiero a Womanhouse, que
se creó en 1971, en Los Ángeles, aunque transcurrió entre el 30 de enero y el
28 de febrero de 1972 . Durante un mes y a iniciativa de Paula Harper, que
había formado parte del Feminist Art Program del California Institute of the
Arts en Valencia, y de Miriam Shapiro y Judy Chicago, veintiuna estudiantes
-todas ellas mujeres- desarrollaron un
proyecto de colaboración. Este se tradujo en instalaciones y performances
plasmadas en una casa abandonada de Hollywood, que cedió el ayuntamiento
angelino, para reflexionar sobre la vida cotidiana de un ama de casa.
En esta
morada se enfrentaron a cuestiones diversas pero de tanta significación como
las de la violación, los procesos de autoconciencia feminista, el sexo, la
maternidad, la crianza de los niños, la menstruación, movidas bajo el lema
militante de que lo personal era indudablemente político.[20]
En esta
sección se incluyen imágenes que documentan y son un testimonio de la
performance de Faith Wilding, Waiting
y de su instalación Crocheted Environment.
En la primera, en un tono cercano a una letanía, Faith Wilding recitaba un
texto que evocaba la vida triste y apagada de las mujeres que, a la espera
siempre de las expectativas de los demás (el marido, el padre, los hijos), se
iba apagando lentamente hasta morir. Otras imágenes recogen tomas de
instalaciones que ocupaban espacios como la cocina o el cuarto de baño. En la
primera sobresale Nurturant Kitchen,
realizada por Suzan Frazier, Vicki Hodgetts y Robin Hots que habían llenado las
paredes de la cocina con huevos. Del segundo espacio, Menstruation Bathroom, ideada por Judy Chicaco, sin duda un peso
pesado de todo el proyecto de Womanhouse. En esta instalación se abordaba un
tabú, el de la sangre menstrual, que tanta literatura ha generado y que ha
justificado en algunas culturas que se aparte a las mujeres “contaminadas” del
contacto social con los demás.
En
Womanhouse hubo también tiempo para la ironía y la burla, aunque el resultado
final pudiera ser trágico: así puede leerse una breve actuación titulada Cock and Cunt Play que se concibió
antes, concretamente en 1970, pero que fue llevada a cabo por Faith Wilding y
Janice Lester fotografiadas en plena acción por Lloyd Hamrol. Dos personajes representaban los
órganos sexuales: HE y SHE. La polla (HE) significa no fregar platos pero SHE
(el coño) no aceptaba esa imposición y reclamaba su derecho al placer sexual.
HE (el falo) acaba matando a SHE (el coño)[21].
Womanhouse
fue un auténtico laboratorio de actividades que suscitó la atención de un
público numeroso, formado mayoritariamente por mujeres pero que contó también
con algunos hombres.
Merece la
pena resaltar la resonancia de las actividades feministas que dimanan de alguna
forma de las propuestas docentes que Judy Chicago y Miriam Shapiro habían
propiciado un tiempo antes porque, en líneas generales, los medios de
comunicación fomentaban en aquellos tiempos la imagen distorsionada de la
feminista vengativa con ansias de devolver los golpes al prepotente macho. El
ruido generado alrededor de los disparos que Valerie Solanas[22] le asestó a
Andy Warhol se extendió como reguero de pólvora, confundiendo interesadamente
en un totum revolutum hechos
individuales, nada generalizables, con la revolución feminista en marcha y sus
exigencias de igualdad.
Ni
siquiera la violencia brutal que suponía el maltrato o las violaciones en
cadena conseguía despertar el estólido comportamiento de algunos hacedores de
noticias. Dada la trascendencia de las distintas manifestaciones de la
violencia es imprescindible, a la luz de las obras creadas, dedicarle un
agrupamiento o capítulo en La batalla de
los géneros a esta problemática. Huelga decir que la violentación del
cuerpo no puede desgajase de la coacción psicológica generada por atavismos
machistas. Y que la violencia es un fenómeno de enorme complejidad y que
obedece a muy distintas razones. Así, en el apartado en que se muestra estas
cuestiones descuella la propuesta temprana de Ana Mendieta, a raíz de la violación
y asesinato de una estudiante en la universidad de Iowa donde la artista cubana
cursaba estudios. La performance/instalación a que invitó a sus colegas y
compañeros es de una contundencia visual sin paliativos. De alguna manera
indica que Mendieta ponía el acento en la participación del público, en este
caso quienes acudieron a su piso de Moffitt Streett y se encontraron con la
puerta entreabierta desde donde se divisaba a Ana Mendieta atada a una mesa
cubierta de sangre, rodeada de restos de vajilla rota. Un trabajo de esta
envergadura careció de la repercusión necesaria. En parte la constatación de
este vacío hizo que Suzanne Lacy y
Leslie Labowitz se esforzaran con denuedo en captar la atención de los media,
sabedoras del destacado papel de la información, y de su circulación en la
concienciación social de una lacra que se materializaba en cualquier ámbito de
la ciudad, desde los barrios marginales, a los campus universitarios pasando
por las zonas pudientes. In Mourning and
in Rage (1977) es probablemente, por su contundencia visual y su simbolismo
pedagógico la propuesta más difundida de ambas artistas.
A finales
de 1970 un peligroso asesino denominado “el estrangulador de la colina”
atemorizaba a la población femenina de Los Ángeles. Los medios de comunicación
ofrecieron datos segados y una perspectiva escandalosa y morbosa. A modo de
respuesta sesenta mujeres en señal de luto se apostaron en el ayuntamiento de
Los Angeles. Nueve mujeres de negro hablaron de distintas formas de violencia.
Las demás proferían: “en memoria de nuestras hermanas lucharemos”. Una de las
mujeres vestida de rojo tenía el cometido de representar el símbolo de la
lucha.
Se trata
claramente de una performance que se adelanta a otras formas de activismo artístico que se dieron a finales
de los ochenta, también en Estados Unidos y en otros países como Argentina; en
este caso es un activismo feminista, reivindicativo de una identidad, de un
comunitarismo de mujeres unidas por el desgarro y el dolor de la agresión y la
muerte. Esta vez la prensa sí cubrió esta performance como atestiguan los
numeroso recortes procedente de distintos periódicos.
La
realidad brutal de la violación no era coto exclusivo de Estados Unidos. En
Gran Bretaña Margaret Harrison orquestó una suerte de collage y de pintura en
1978 sobre esta problemática. A modo de estratos o capas arqueológicas la
artista británica dispuso pequeños cuadros,
recortes de prensa (temas escabrosos, de violencia sexual, muerte,
armas…), objetos (cuchillo, botella, tijeras…) y textos. Los primeros eran
reproducciones de obras de maestros de la antigüedad, del clasicismo y de la
pintura moderna (Rubens, La Ofelia de Millais, la Olympia de Manet), que
representaban imágenes de la mujer como ser conquistado, seducido o
objetualizado. Rape fue censurada por
los empleados del museo del Ulster en 1978 por mostrar un pezón en una imagen.
Decían estar inquietos por el efecto que podía provocar en el público, de ahí
que tuvieran que defender la moral pública. También resultó polémica cuando se
expuso en la Hayward Gallery de Londres, un centro de arte con un historial
preocupante en el que años después se
censuraría una fotografía de Robert Mapplethorpe de una niña semidesnuda.
Amén de
estas obras nacidas en el contexto estadounidense y británico (dos referentes
que se suelen tomar como paradigmas en la historiografía artística del siglo
XX, particularmente desde los años 50, y en especial en lo relativo a Estados
Unidos que ha desempeñado un papel, dominante en el ámbito de los museos, los centros
expositivos, las publicaciones, el mercado…), parece oportuno situar estas
obras junto a dos cuadros de la turca Semiha Berksoy. Uno de ellos Women Tortured, 1972 no deja lugar a
dudas, aunque se ignore el estímulo inicial de esta obra realizada por una
controvertida figura de la cultura turca. Semiha Berksoy, poco conocida para
quien no se maneje en turco, fue una celebrada y audaz cantante de ópera, que
en su país mostró su solidaridad con destacados adalides del comunismo como
Nazim Hikmet, encerrado por el régimen kemalista. La mujer que ha dibujado está
constreñida por el espacio, surcado de líneas verticales que la aprisionan. Se
trata de cuerpos desarticulados, quebrados de alguna manera, aunque se
desconozca el motivo concreto que fraguo su creación. De la misma forma, aunque
con la técnica fotográfica la artista catalana Fina Miralles, compuso en 1976 Enmascarats con la intención de llevar a
cabo una performance que no pudo concluir. Las fotos que se han conservado
muestran a la actriz Anna Lizarán cubierta con un velo, o con una capucha, y
con el rostro atado con unos correajes.[23] El simbolismo
es claro: la mujer tapada, invisibilizada por razones culturales o religiosas;
atada, inmovilizada, aludiendo a la opresión en un proyecto que habría de haber
tomado forma en el CAYC de Buenos Aires y que se malogró. Contextos distantes
el turco y el español, planteamientos estéticos opuestos, problemáticas
comunes.
Esta
sección en torno a la violencia la cierra de alguna manera una instalación
proyectada por la artista turca, afincada en Francia, Nil Yalter. Me refiero a La Roquette, prison des femmes, 1974 que
se llevó a cabo con la colaboración de Nicole Croiset y Judy Blum. La
complejidad de esta proyecto colectivo desborda el marco de la violencia simbólica
o la generada por el maltrato (violencia de género, diríamos hoy) o por la
violación, que son sin duda problemáticas estructurales. La Roquette, prison des femmes es un ejemplo de trabajo sociológico
concreto. De forma azarosa Nil Yalter y Judy Blum conocieron a Mimi, una
exprisionera que les suministró información sobre la vida interior de una
cárcel que fue el primer ejemplo en Francia de prisión panóptica y que fue
destruida en 1974. La obra[24] consta de un
vídeo, una serie de dibujos realizados por Judy Blum, unos fotografías y un
texto, que es un relato de Mimi.. En el video, con voz monótona, se narra la
vida cotidiana en la cárcel, las privaciones materiales, las humillaciones
infligidas por el personal penitenciario (a la sazón, monjas), los tiempos
muertos. El vídeo muestra el muro de la prisión y la boca de Mimi y una serie
de objetos que remiten a la vida carcelaria. En un tono entre documental y
poético se hace mención de la carga de género diseñada en las tareas cotidianas
y en la conducta considera propia de una
mujer, a la vez que se habla sin tapujos de sexo lésbico, en algunos casos bajo
el estricto control de algunas religiosas.
El enfoque
multilateral de esta obra (trabajo impuesto, violencia ejecutada por mujeres,
deseos reprimidos, adecuación o no a los roles femeninos) posibilita que La Roquette, prison des femmes pueda ser
expuesta en distintas secciones.
Entro
ahora en otro apartado, concretamente es uno de las más celebrados entre las
partidarias del feminismo esencialista y del ecofeminismo (Mary Daly), es decir
el que ausculta la vinculación teórica entre el concepto de naturaleza y la
feminidad. Esta rama del feminismo que ha gozado de gran talla intelectual
tanto en Estados Unidos como en Italia y en Francia –las múltiples discrepancias
entre feminismos quedan a veces amalgamados de forma apresurada- a favorecido la idea de entender a las
mujeres en relación con su origen, dejando en segundo término las cuestiones
relativas a la producción, la reproducción de símbolos, de sentido, de
significados en relación con un marco social que incluya a los hombres. La
insistencia de la valoración de los lazos entre la madre y sus criaturas,
propuesta por Luisa Muraro en L´ordine
simbolico della madre [25] procede de la
idea de que la aportación fundamental materna estriba en dar a luz cuerpo y
palabra, pues es la madre la que pare y la que enseña la palabra. Todo esto es
cuestionable. Si bien no cabe duda de que la gestación y el parto son procesos
complejos en los que la madre es el epicentro, la dotación única de palabra a
la criatura naciente es debatible. ¿No es acaso el equipo médico en el
paritorio un agente de primer orden a la hora de hacer circular palabras con
valor y sentido determinados? ¿No son también las reglas del hospital, de la
clínica o, más poderosas todavía, las de la ley y el estado, las que fuerzan a
declarar a los padres, inducidos por médico y comadrona, en un lapso breve de
tiempo, a declarar de qué sexo es la criatura nacida y con qué nombre
inequívoco, sin ambigüedad[26] van a
inscribirlo en el registro, según una demarcación de género preestablecida?
Por otro
lado, en la enseñanza de la palabra si bien es innegable que las mujeres pasan
mucho más tiempo que los hombres al cuidado del bebé, el lenguaje que emplean
las madres está también mezclado con normas, reglas, inducciones de género que
no tienen por qué ser liberadoras per se
ni haberse originado al margen de los criterios sociales imperantes. La
criatura está también expuesta a gestos, comportamientos, voces, imágenes
procedentes de otras fuentes que entran en contacto con el universo incipiente
del recién nacido y que le condicionan.
“En el
cerco de carne, no hay jerarquía ni separación posible entre esencia y
construcción, entre naturaleza y cultura”[27]
Esta es la
opción de algunas feministas disconformes, parcialmente al menos, con la
divisoria estructural entre naturaleza y cultura, que sin duda tuvo resonancia
en los setenta. Hasta el punto de que artistas como Mary Beth Edelson, cuya
obra fue leída desde una óptica esencialista rechazan esta adscripción. Por
esencialismo se colige aquella
hermenéutica que favorece una interpretación del orbe femenino separado
del masculino y que opera según leyes propias arraigadas en la naturaleza y
sensibilidad sexual, que serían inamovibles[28]. Su obra al
incorporar determinada iconografía relativa a deidades femeninas así lo hizo
pensar. En este apartado de La batalla de
los géneros se muestra Goddess Head,
un fotocollage, de 1975. Se trata de un fotomontaje en que se ve la parte
superior de un cuerpo del que se distinguen tan sólo los brazos abiertos en
actitud de abrazar o proclamar algo y los pechos cuyos pezones han sido
pintados ampliando la aureola, y por tanto, otorgándoles un acento especial. La
cabeza ha sido sustituida por una suerte de fósil enroscado a modo de caracol;
las extremidades inferiores están ocultas por una roca. La ambigüedad visual es
clara: ¿es esta deidad un ser híbrido, a caballo entre lo mineral y lo humano?
Enmarcada en un fondo natural, igualmente rocoso, estamos ante una figura
compuesta a partir de una performance, una especie de ritual llevado a cabo por
la artista en Long Island.
El
conocimiento de que algunas diosas hubieran sido adoradas y que simbolizaban la
fertilidad como es el caso de las Venus prehistóricas (¿veían en ello una forma
de poder?) que eran asimismo creadoras
de cosmos, madres inventoras de la vegetación y organizadoras de los ciclos
vitales despertó fascinación entre algunas artistas. En Mary Beth Edelson
también se observan la huella de las teorías de Jung[29]: el énfasis en
los valores universales, el inconsciente colectivo, la celebración de la
iconografía de distintas culturas. El interés por distintas deidades y por la
reivindicación del papel femenino en la antigüedad y en en culturas míticas se
tradujo en la publicación de un número especial de la revista feminista
Heresies[30],
en 1978 dedicada a “The Great Goddess”. Estamos ante una importante publicación
que trataba de aunar la relación entre feminismo, arte y política. Conviene
recordar que en sus inicios no había presencia de mujeres de color y las
lesbianas tuvieron que hacer oír su voz entre obstáculos varios.
¿Por qué
esta pasión desatada por las figuras mitológicas de orígenes culturales
diversos (Mesopotamia, Grecia antigua, India…? Por un lado, se trataba de
recuperar la presencia femenina en el mito y en la historia. Por otro se
insistía en lo matrilineal, en el continuum femenino diacrónico. No sólo Mary
beth Edelson se zambulló en el uso de imágenes de Baubo, un ser asociado con
Demeter y que simboliza la risa, y de Sheela-na-gigs, una figura exhibicionista
de los tiempos medievales que aparecía en conventos, abadías e iglesias
abriéndose la vagina con la ayuda de las
manos.
¿Qué
simbolizan estas figuras que se han dado a conocer en el orbe cultural
irlandés? ¿ Iconos de la fertilidad, una imagen de la trinidad celta,
protección o antídoto contra los males, aviso para no caer en los pecados de la
carne?
La artista
sueca, afincada en Gran Bretaña desde 1957, Monica Sjöö también sintió
fascinación por estas figuras celtas. Se constata en una pintura titulada Sheela na-gigs Creation, de 1978. En la
parte superior de la pieza la figura irlandesa se abre la vagina; de ella
emerge un triángulo, símbolo feminista por antonomasia, en cuyo interior tres
mujeres enlazan sus brazos debajo de dos
aves (¿son acaso pavos reales, alusivos a la eternidad?).
La pintura
más reproducida de Monica Sjöö, God
giving Birth, 1968 puede insertarse en esta sección pues presenta a una
mujer dando a luz, rodeada de planetas y satélites. La artista ha creado una
figura en la que dios es de género femenino amén de raza dual, negra y blanca,
como así lo indica el color del rostro dividido en dos segmentos y tonos
cromáticos, aunque predominen los rasgos faciales africanos. Como ha explicado
Kate Deepwell, esta pintura está fundamentada en la experiencia positiva del
parto natural de su segundo hijo en 1961 que, a diferencia del nacimiento
alienante del primero en un hospital, transcurrió en casa. También marca el
comienzo de las largas investigaciones de Sjöö acerca de la Madre Cósmica –la
diosa femenina eliminada por la cristiandad y el patriarcado- que dieron pie a
una serie de publicaciones importantes
de la artista”[31]
Se unen
aquí unos trabajos que reivindican una iconografía femenina de carácter mítico,
aunque con sedimento en la historia que han dado pie a discursos que vinculan
mujer inexorablemente con naturaleza (cósmica y trascendental a veces) con unas creencias de orden espiritual, místico,
esotérico, reforzadas particularmente en esta obra de Sjöö, donde abre la
posibilidad de que Dios fuese hembra. Evidentemente no todas las feministas
compartían estos presupuestos teóricos.
Dicho esto
no puede olvidarse que una serie de artistas enfatizaron la similitud formal de
algunos órganos y miembros del cuerpo de la mujer con elementos del paisaje, de
la naturaleza fundamentalmente de carácter vegetal. Una de las obras que
integran esta sección en nuestra exposición es Flesh Petals, 1970, de Faith Wilding. Se trata de un dibujo de
reminiscencias vaginales, producido por el Fresno Feminist Art Program: una
silueta remite a una hoja o a una flor,
en cuyo centro se abre una oquedad que simula representar, aproximadamente la
cavidad vaginal que envuelve a los labios mayores y menores. No es un dibujo
fidedigno de una anatomía precisa. Otro hueco, en este caso de inferior tamaño,
y situado debajo del anterior, podría hacer pensar tal vez en el ano, o en una
doble vulva. En una línea parecida se pueden incluir obras de Carolee
Schneemann y sobre todo de Judy Chicago como su Butterfly Vagina Erotica, 1975, coetánea de su apabullante proyecto
colectivo The Dinner Party,
1974-79, repleto de iconografía vaginal
como leiv motiv compartido por todas
las mujeres olvidadas en el canon diseñado con manos de hombre y que son
convocadas a una cena en la que se pretende reinscribir la historia.
Queda con
lo dicho constancia suficiente de la
presencia de la genitalidad en muchas obras de arte feminista. Esto no impide
que haya otros tratamientos del cuerpo en relación, por ejemplo, con otras
perspectivas de la fertilidad. En Entrevidas,
1981, la brasileña Anna Maria Maiolino recorrió una calle de Río de Janeiro por
la que había esparcido previamente huevos de gallinas –signos de vida- tratando
de sortearlos para no dañarlos.
En este
orden de cosas tampoco se puede pasar por alto que hubo algunas prácticas
artísticas en las que usar tejidos, hilos, telas y demás adminículos y
materiales, ausentes del arte hecho por hombres que los despreciaban por su
connotación de feminidad pasaban a adquirir una connotación feminista, como
sucedió con la obra de Miriam Shapiro. De ahí a exaltar la praxis de un arte
abstracto con subterráneas afinidades femeninas hay un paso. Al respecto he de
afirmar que me parece un terreno resbaladizo y que resulta muy arriesgado, por
no decir infructuoso, desprender el contenido de género de muchas pinturas o
esculturas abstractas ,salvo algunas excepciones (Lynda Benglis). En ese
sentido la incorporación de obras de artistas como Nasreen Mohamedi, Eva Hesse,
Mira Schendel, Lygia Clark en contextos feministas, como la mencionada
exposición Wack! Art and The Feminist
Revolution no me parece suficientemente sólida o bien articulada. Hay
artistas hombres volcados en la abstracción formal con resultados estéticos
análogos, que a mi juicio tampoco posibilitan una lectura de género.
Todo este
asunto conduce a la pregunta de si es lícito
o no hablar de la cacareada sensibilidad femenina. Para Lynda Benglis no
hay duda: en el fondo se trata de una construcción más que en algunas parcelas
feministas se han empeñado en reforzar. En su vídeo Female Sensibility, 1973,
Benglis ironiza sobre este estado de la cuestión que rechazaba. En él la
propia artista y Marilyn Lenkowsky Gorchov se besan y acarician, ambas
fuertemente pintadas y maquilladas. Las cabezas de ambas mujeres se muestran en
un primer plano mientras suena un fondo sonoro de charla radiofónica en donde
se viertan los peores exabruptos misóginos, y se toca música country, un tipo de música y de estética antiguas y
reaccionarias, al menos antes de que K. D Lang propusiera que era posible
conciliar esa música con la liberación de la mujer.
La
existencia o no de una perspectiva femenina intrínseca a la “condición” de
mujer ha sido caballo de batalla y objeto de múltiples controversias en la
polémica acerca del esencialismo versus
construccionismo. ¿Existe una forma de organizar la escritura que pueda
calificarse de femenina? ¿Existen voces de mujer que se separen del patrón
masculino? Hélène Cixous defendió esta idea identitaria a capa y espada, pero
no consiguió unanimidad en las filas feministas, al contrario, aunque
probablemente nunca aspiró a lograrla, a sabiendas de la dificultad de
comprensión de sus abstrusos textos. Lo mismo podría decirse de una escritura
gay o lésbica puras, en su demarcación identitaria. ¿Existe un sello
heterosexual? ¿Bastaría con aludir a las realidades heterosexuales para
demostrarlo? ¿Qué sucede cuando una autora lesbiana escribe ficción acerca de
parejas heterosexuales¿ ¿Es creíble? Por supuesto. ¿ O un hombre hetero que
hace lo propio sobre la vida de una comunidad de lesbianas? También puede
serlo. Aunque pueda entenderse un mayor penchant
de los grupos minoritarios por buscar la representación LGTB (lesbiana, gay,
bisexual y transexual en su diversidad), pues han estado y están excluidos de
las normas heterosexistas, todo dependerá del punto de vista que se adopte, de
cómo se forje el discurso, de qué principios y valores lo edifiquen. Es una
realidad constatable que hay mujeres que avalan patrones machistas y que hay
gays que son de derechas, aunque los sectores conservadores no hagan sino
fomentar la homofobia. El enfoque queer
ha contribuido a desmantelar la rigidez
y el dogmatismo conceptual de las políticas identitarias, basadas en el
género o la sexualidad, lo cual no es óbice para pensar que aquellas tuvieron
sin duda su fundamento y raison d´être
en un periodo histórico y político determinados, que podía requerir de una
estrategia de cerrar filas ante los que eran percibidos como “enemigo de
género” que ejercían la violencia y la opresión contra el conjunto de las
mujeres.
Al
mencionar la identidad no puede soslayarse que menor eco tuvo en los sesenta y
setenta la cuestión de la raza. El peso cultural conferido a la diferencia
étnica fue escaso: no puede olvidarse
que el movimiento feminista norteamericano y europeo (con sus disimilitudes)
estaba integrado en su mayoría inmensa por mujeres blancas y había asumido de forma
tácita un componente racista.
Un
apartado de La batalla de los géneros
trata de contemplar las políticas de la raza y su relación con el género. En
ese sentido una propuesta brillante como la de Adrian Piper adquiere pleno
sentido. Una de las obras de que se compone su serie The Mythic Being, 1975, se titula significativamente I embody everything you most hate and fear.
Representa a la propia artista, concretamente un primer plano suyo de su cara
ladeada. Lleva gafas, el pelo rizado y un cigarrillo en la boca. La oscuridad
en que se inscribe el rostro y las palabras que dan titulo a la pieza acentúan
la sensación de miedo. Primera duda: ¿quién es el “you” al que se dirige el “I”
que suponemos corresponde a la artista. ¿Odio a quién? ¿A los negros acaso?
¿Miedo a qué? A los prejuicios, a los mismos negros, o también a quien que se
comporta de forma rara, al margen de lo que se considera socialmente
respetable? ¿De alguien que semeja un hombre pero podría no serlo?
En The Mythic Being, Piper, una artista conceptual
que ha empleado distintos recursos y técnicas, concibió a un joven personaje
ataviado con ropas de hombre que, motivado
por una serie de pensamientos desconcertantes, se dedica a realizar
determinadas actividades en la mayoría de las ocasiones en el espacio público:
en una de ellas, publicada como un anuncio en The Village Voice expresa su
deseo hacia un universitario; en otro aparece sentado y ve cómo pasean unas muchachas por el campus
de la universidad de Harvard.
Otra
artista que se ha enfrentado al racismo pero con armas más tradicionales, las
de la pintura, es Faith Ringgold. En 1963
pintó Between Friends, que
forma parte de The American People Series.
La pintó con un enfoque estético ingenuo si se considera el galopante racismo
de la época en Estados Unidos –Martin Luther King fue asesinado en 1968- ,
Ringgold parece querer expresar un
simple deseo de amistad independientemente de la raza de la persona, de ahí que
haya pintado a dos mujeres con distinta tez enmarcadas en una suerte de ventana.
Un detalle las diferencia: el gesto adusto de la mujer blanca frente a la
dulzura de la negra. En otra de sus obras de la serie Help. Slave Rape Series, la artista que fue cofundadora del
colectivo de mujeres negras Where we at
Black Women Artists (en 1971) abordó la
cuestión lacerante de la violación sufrida por mujeres esclavas. En esta obra
usó una especie de colcha artesanal que recuerda las empleadas en culturas
ancestrales..
Ringgold
se identificó como feminista en 1970 pero no le salió gratis pues un sector de
la comunidad negra consideró esa proclamación como una traición a la causa de
su misma comunidad[32]
La mención
de la problemática racial hace que las miradas se vuelvan inmediatamente hacia
Estados Unidos. En ese país el nivel de
estudio al respecto es considable. Sería injusto, sin embargo, orillar
otras aportaciones. Verbigracia la de la artista brasileña Anna Bella Geiger. En su caso su perspectiva
de indudable complejidad, con el trasfondo de un país como Brasil, enfangado en
la dictadura. La artista tomó posición ante una problemática cuando menos
doble: la realidad despreciada de las comunidades indígenas de su país y la de
una mujer cuya subjetividad se identifica con la de los marginados, hombres y
mujeres.
En História do Brasil : originalmente un libro de artista de 1975,
compuesto de 8 hojas, la artista incluyó unas imágenes significativamente
tituladas LITTLE BOYS & GIRLS, que
ya existían anteriormente como obra en sí misma. Se trata de un retrato en
blanco y negro de la artista; a la altura de sus ojos, a modo de collage, situó
dos fotografías en color de la cara de un joven, y de una mujer de medio cuerpo
en el agua. La artista ha escogido un título en inglés, un guiño a su propio
bagaje anglosajón que es alusivo también al imperio cultural y colonizador,
pero se retrató en blanco y negro, con un tono deslucido, si se compara con el color intenso que inunda
las fotos sonrientes de los indígenas. Ella de alguna manera se identifica con ellos
o al menos parece que ve la realidad a través de ellos. En otra obra, Brasil Nativo - Brasil Alienígena, tal vez la más conocida junto a las que hizo
de deconstrucción duchampiana (The Bride
met Duchamp before the Bachelors, 1975) yuxtapuso una serie de 18 tarjetas
postales en 9 pares. Las fotos fueron tomadas por Luiz Carlos Velho en 1976. Al
dorso de las postales un texto en portugués y en inglés reza: con mi falta de
pericia como un hombre primitivo.
Las
postales funcionan a base de un juego analógico. En el lado de la izquierda, se
muestran imágenes de vida comunal en un poblado. Una mujer barriendo, otra que
se mira en un espejo, otras mujeres sentadas, unas jóvenes de pie; en el lado
de la derecha, la artista ejecuta las mismas poses y las mismas actividades,
fundiéndose de algún modo con la realidad que ella misma definió como
primitiva. Sin embargo la asume como mujer que interviene en el contexto del
otro, pero estableciendo una comparación con los nativos que están marcados por
el rito, la religión y por el desprecio de quienes se consideran
civilizados hijos de la razón
occidental. ¿Es ella entonces la alienígena del título, o depende de su
posición, de dónde se sitúe como mujer interesada por las culturas de los
indios de su país? En esta propuesta de Geiger hombres y mujeres desempeñan un
papel nivelado.
Finalmente
otra obra en esta sección, aunque podría figurar en otra, pues apela a muchas
otras lecturas: la de la liberación sexual, la reivindicación del goce
clitoridiano, la crítica a la violentación del cuerpo… pero que se compone de
un elemento que puede ser leído en clave cultural no occidental. Me refiero
a La
femme sans tête ou la danse du ventre, de Nil Yalter, un vídeo de 1974 de
25 minutos centrado en la danza de una mujer en cuyo vientre hay un texto
escrito circularmente. El escrito es una cita de Érotique et civilisation de René Nelly que habla del horror
ancestral del hombre hacia el clítoris y su deseo de mutilarlo. Fabienne Dumont
lo relaciona con “ las frases religiosas que los mandatarios musulmanes
escribían sobre los vientres de las mujeres de Anatolia consideradas estériles
o poco obedientes”[33]. De
alguna manera el poder patriarcal y religioso marcaba su ley en la piel de la
mujer. Nil Yalter resalta esa marca de opresión todavía más al relacionarla con
la danza del vientre, una actividad lúdica y recreativa que los sectores
fundamentalistas rechazan y prohíben. En otra obra de Nil Yalter, La Yourte de 1973, se planteaba asimismo
la puesta en pie de un espacio de reclusión para las mujeres turcas nómadas, al
que éstas dedicaban su vida, ornamentándolo, limpiándolo, cuidándolo.
Tras
lo dicho no puede sorprender que el deseo de tener un cuerpo y una sexualidad autónomos hayan sido
dos vectores primordiales del feminismo.
Por consiguiente en esta exposición parece de recibo que una sección
esté dedicada a analizar la centralidad de la realidad corporal que puede ser
sujeción y esclavitud para la mujer pero que puede ser también espacio para el
pensamiento, la reflexión y la emancipación. Así se propuso en textos tan significativos como los de Anne Koedt, autora de The Myth of Vaginal Orgasm (1970).
Un
capítulo de tanto calado como la representación del cuerpo que se quiere
desgajado del dominio machista ofrece en el contexto de los setenta
posibilidades variadas. Un nombre como el de Louise Bourgeois resulta
imprescindible: no sólo porque su obra nace del autoanálisis de lo que supuso
la figura paterna en el seno de su propia familia, ese virus inyectado en un
ámbito cerrado y burgués que hizo de la
sexualidad ostentosa del pater familias
un punzón destructor y una demostración de poder. Bourgeois ha respondido
sutilmente de forma proteica a la significación del fallo, al que se teme y al
que da su ternura. La misma artista, tras dejar Francia, se instaló en Estados
Unidos donde formó una familia compuesta de varones. Un falo del que se apodera
y que manipula como un juguete –la conocida escultura de látex Fillette, fotografiada por
Mapplethorpre-. En ese sentido un resto amorfo de bronce como Hanging Janus withh Jacket, 1968, que
debería resultar amenazador pues cuelga
del techo como espada de Damocles tienes hechuras informes, alejado de la
prepotencia fálica. Bourgeois ha desmantelado la anatomía convencional del
cuerpo femenino y también la del masculino y ha buscado terrenos de hibridación
orgánica, como se observa en Le Trani
Episode, 1971.
En
una cultura obsesionada con la pujanza fálica la propuesta de Hannah Wilke, una
controvertida égerie del feminismo En
estados Unidos, resulta desarmante. Frente a la supuesta envidia de pene que
según la alicorta y constreñidora visión freudiana toda mujer debe de sentir,
Wilke propuso Venus Envy, 1980. En
esta fotografía la cara de Richard Hamilton, que fue novio de la artista, asoma
entre los muslos y la entrepierna con pelambrera de Wilke, una creadora que no
tuvo pelos en la lengua cuando acusó sin ambages en Marxism
and Art. Beware of Fascist feminism 1977, a algunos sectores feministas de
izquierdas, tildándolos de fascistas. Sus dardos se dirigían contra la crítica de arte Lucy Lippard que la
había excluido de una exposición. La autora de The Pink Glass Swan. Selected Essays on Feminist Art argumentó que
la belleza de Hannah Wilke perjudicaba al feminismo, una cuestión ésta sobre la
que la artista trabajaba continuamente. Posar como una modelo o encarnar la
mascarada de la feminidad para consumo del varón era percibido como una mácula,
al acentuar la cosificación cosmética de la mujer. ¿No se entendió el toque
irónico que rezumaba la obra de Wilke? Como se desprende de lo dicho ciertas
actitudes dogmáticas no son ajenas al feminismo, que era y es diverso como lo
son quienes lo integran. En ese orden de cosas no puede sorprender que Wilke
ridiculizara los miedos de algunas puristas del feminismo sexófobo al retratarse
como ramera en Hannah Wilke Super T-Art,
1974. Antes que ella lo había hecho VALIE EXPORT, en otro contexto, el de la
Austria católica que arrastraba sentimiento de culpa por su pasado filonazi.
En Body
Sign Action, 1970, quien había conocida la misoginia de los accionistas
vieneses que utilizaban a las mujeres como entes pasivos para su disfrute
–particularmente en el caso de Otto Mühl-, decidió tatuarse un liguero en un
muslo y enseñarlo a la humanidad. Sabedora de que los estereotipos machistas
ofrecían a la mujer un reducidísimo juego de roles: madre, virgen y puta,
asumió el tercero connotado por un objeto que enardecía la libido de los
fetichistas. La actitud transgresora de VALIE EXPORT no se paraba en mientes.
Entre 1970 y 1973 realizó el corto Mann,
Frau & Animal. En una bañera, la artista aparece masturbándose con el
chorro de agua en un gesto emancipador que no tenía rival entonces. En esta
misma película, tras el acto gozoso del orgasmo, que permitía ver primeros
planos de su clítoris, algo inédito entonces salvo en los circuitos
pornográficos, otra serie de imágenes –la eyaculación sobre la vagina-
planteaban jocosamente la exagerada performance del orgasmo masculino
acompañado de ruidos y gemidos. A continuación una mano de hombre aparece cortada, sangrante. ¿Qué significa?
“La
película es un breve recorrido que empieza con el placer individual, solitario
y autosuficiente de una mujer hasta el final sangriento (¿violación simbólica?)
coincidente con los gruñidos de la virilidad. Son dos vías para el goce pero
una de ellas puede conllevar dolor y sangre en cuerpo ajeno. ¿Quién es el
animal de esta trilogía que tiene de todo menos divinidad y carácter sagrado? [34].
La
prostitución y la pornografía fueron materias de debate y objeto de disputa ideológica
en los setenta. Todavía lo son hoy entre distintos sectores: verbigracia y por
incidir en España, las posiciones defendidas por Amelia Valcárcel, por un lado
y las el colectivo Las otras feministas, capitaneado por Empar Pineda, por
otro, son harto contrapuestas en la cuestión social de la legalización de la
prostitución. La primera defiende que vender su cuerpo no puede ser un oficio,
un trabajo, y que estamos siempre ante casos de explotación de la mujer; las
segundas sostienen que la mujer no puede ser tomada por una menor. Reconocen la
existencia de mafias que explotan a muchas mujeres en distintos países pero
apelan también a la decisión autónoma de aquellas trabajadoras del sexo que
deciden ejercer dicha profesión en condiciones sanitarias y laborales
reguladas. Con matices éste era también el nudo gordiano en los setenta.
Teóricas como Catherine MacKinnon y Andrea Dworkin se referían al
envilecimiento del cuerpo de la mujer prostituido en la pornografía y en el
comercio carnal; otros sectores, críticos con la jerarquía falócrata que
predomina en el porno, abogaban por la libertad de hacer con el cuerpo propio
lo que cualquier mujer deseara. En las prácticas artísticas esta problemática
se dirimió con prácticas censuradoras. Así sucedió en Londres, concretamente en
1976 en el ICA cuando la exposición de Cosey Fanni Tutti, Prostitution generó una gran polémica en los medios de
comunicación. El escándalo, según The Evening Standard[35], se
debía a la exposición de tampones usados y de prendas manchadas de sangre.
Cosey Fanni Tutti, provenía de ambientes musicales rockeros y había creado
junto a P- Orridge la banda COUM Transmissions, un apelativo sicalíptico.
Durante un tiempo se introdujo en el mundo de las revistas eróticas y
pornográficas con la intención de poner en evidencia a la industria del sexo.
Según ha admitido no se sintió estigmatizada ni envilecida pero no fue así con
algunas de sus compañeras que sí fueron coaccionadas.
Cosey
Fanni Tutti tuvo el mérito de destapar un tema tabú sin care en la sexofobia.
Así lo ejemplifican trabajos como Exhibit
nº 10 Park Lane nº 15. Sex Magazine Art Action Performance.
La
cuestión de la representación del sexo explicito (felaciones, cunnilingus,
coito vaginal, anal, eyaculación, masturbación clitoridiana) ha sido un tema
espinoso para algunos sectores feministas. Bien es cierto que la mayoría
inmensa de imágenes han sido producidas en el porno para exclusivo placer del
macho heterosexual y que, como afirmó Linda Williams, el cum-shot es el plano más apreciado: la corrida. Ante estas
continuadas e incisivas estrategias de cosificación y objetualización del
cuerpo de la mujer nunca visto como sujeto autónomo, hubo quienes optaron por
excluir la representación del cuerpo (Mary Kelly), otras en cambio exploraron distintas
formas de prácticas sexuales en las que el pene cumplía su función como órgano
de fruición por algunas mujeres que lo admitían sin ambages (artistas como
Anita Steckel, Carolee Schneeman, Annette Messager, Betty Tompkins, VALIE
EXPORT han incidido sobradamente en ello[36]).
En
un apartado como el que estoy comentando sobre la significación política de
lo corporal y de la sexualidad no podían
faltar algunos ejemplos de obras que acometen la representación de la
sexualidad lésbica. En ese sentido, descuellan las delicadas y bellas
fotografías de una artista que vivió al margen del mercado. Me refiero a Tee
Corinne, recientemente fallecida. En Jeanne,
1975 y en Surrender, 1978, dos
fotografías de pequeño tamaño se habla sin caretas del deseo entre mujeres. Muy
distinto es el tratamiento que deparan los vídeos de Barbara Hammer, (Dyketactics, 1974 y Superdyke, 1975). Son obras desvergonzadas y lúdicas en su
plasmación de la vida bollera en su dimensión reivindicativa, jovial, sin
complejos. Una posición, la de Hammer, nada fácil de asumir en un contexto tan
difícil con la guerra de Vietnam en pleno embate bajo Nixon. Paradójicamente
aquellos años tuvieron como telón de fondo el aumento de conciencia política y
de visibilidad pública por parte de los colectivos de lesbianas, gays y
transexuales.
El
cuerpo es un universo politizado per se
y las vías para representarlo son proteicas pero están supeditadas también a
restricciones morales. En un contexto represivo, influido por el peso
culpabilizador de la ideología judeocristiana que se implantó en España con el
franquismo, el simple hecho de mostrar sin prejuicios el cuerpo desnudo era un
signo de emancipación. Así lo demostró Esther Ferrer en su performance Íntimo y personal, desarrollada en
distintos momentos y lugares a lo largo del periodo 1971-1979. La artista
nacida en San Sebastián tuvo la suerte de poderse mover como pez en el agua por
París y por otras ciudades de países democráticos donde llevó a cabo su
actividad artística en solitario o a veces en colaboración con el grupo
(español e internacional) ZAJ. En la mentada performance que se llevó a cabo
por vez primera en un apartamento de París, la artista, sin ropa, se midió las
diferentes partes de su anatomía. Esta acción la repitió en otras ocasiones
ejecutada sobre el cuerpo de un hombre, en aquellos años meno acostumbrado a
aparecer en público sin la protectora coraza indumentaria. De hecho el texto
que acompaña la susodicha performance, tal vez involuntariamente, hace una
salvedad respecto de la posibilidad de que el varón sobre el que se actuase
pudiera tener una erección con la posible incomodidad que podría generarle al
interfecto. Esther Ferrer es una artista desprejuiciada. Semejante falta de
miedos se percibe también en Juan Hidalgo con quien compartía muchas y
diferentes actividades artísticas. Hidalgo, motor de ZAJ, en donde también
participó el italiano Walter Marchetti vivió
el tenebroso franquismo a caballo entre su país y un sinfín de ciudades
europeas de espíritu más abierto. En ellas entró en contacto con John Cage y
David Tudor y sus talante indómitos. He creído conveniente incluir en este
apartado dos obras de Hidalgo en las que
se reflexiona sobre el cuerpo de la mujer y el del hombre, invisible en
aquellos años aciagos. En Flor y mujer,
1969, curiosamente un hombre gay como él, parece estar próximos de los
postulados visuales del mismo tenor que los impulsados por el feminismo de la
diferencia al vincular la orografía de un cuerpo de mujer tumbado con un objeto
de reminiscencias vegetales e incluso
acuáticas, una suerte de concha bivalva y peluda. En Barroca alegre, barroca triste, 1969, sin caer en la exaltación
falocéntrica, comete en este par de fotografías una obscena irreverencia, la de
mostrar un pene envuelto del perifollo que se empleaba en los catafalcos de las
capillas de las iglesias españolas. No puede olvidarse que religión,
catolicismo y sexo estaban reñidos en la curil España franquista.
Lamentablemente estas obras no pudieron ser vistas en el ámbito público. Sin
embargo, el control social y el adoctrinamiento mental que ejercía la
Iglesia no hizo que estos dos creadores
españoles, Ferrer e Hidalgo, se achantaran, como lo indican las obras realizadas.
Otro
capítulo imprescindible a la hora de sopesar las aportaciones del feminismo es
el concerniente a la representación de la maternidad, pero también –a menudo se
olvida- de la paternidadd de la familia
y de las relaciones de pareja. No puede pasarse por alto que en los
setenta se vivía en un régimen heterosexista, como se destila de la película de
Yvonne Rainer A Film About a Woman Who,
1974, lo que no conseguía impedir del todo que se infiltrase en las parejas
heterosexuales la posibilidad de la seducción homosexual.
En
este proyecto he tratado de recoger distintas opciones, algunas de ellas
aparentemente contradictorias en su formulación estética y política que
cohabitaron en los setenta en ocasiones a regañadientes. El continuum femenino al que me referí ut supra
-en el fondo no deja de ser una falacia pues las condiciones sociales,
económicas, políticas y culturales en que viven las mujeres y los hombres son
muy distintas en función de la clase, la etnia, las peculiaridades religiosas[37], la
orientación sexual – que ha estado tan en boca de algunas teóricas de la diferencias,
parece también haber estado presente en las deliberaciones conceptuales que
llevaron a Anna Maria Maiolino a concebir Por
un fio. Se trata de una fotografía de la serie Fotopoemaçao de 1976. En un
mismo plano unidas por un hilo que penetra en sus respectivas bocas de
izquierda a derecha, abuela, madre, hija se ven simbólica y físicamente
concatenadas. El peso fundamental recae en la madre, situada en el centro,
rodeada de dos generaciones, la que
ofrece el pasado y la que apunta a la esperanza del futuro. Las tres llevan en
su rostro un aire grave, de seriedad. De alguna forma emparenta la obra
anterior con Tying Julia, 1972, de
Ulrike Rosenbach. La artista alemana concibió este vídeo de corta duración con
la intención de plasmar las ataduras, los lazos, las emociones y de alguna
manera también los conflictos que envuelve las relaciones maternofiliales.
Las
relaciones de parentesco y el papel desempeñado por la familia fueron a veces
percibidas desde perspectivas plagadas de dificultades. En Playpen,
1979, la británica Tina Keane, una artista que ha fomentado la representación
del continuum femenino –la presencia
masculina es prácticamente nula en su producción artística- se interesa por los métodos de aprendizaje y
por la relación entre la niñez y el universo de los adultos. Los ritos de paso
o transición de una a otra edad adquieren en este vídeo hecho a partir de una
performance una sensación agridulce, como si los mayores se negaran a crecer.[38] Destila
este trabajo un sesgo psicoanalítico, fruto probable de lecturas de Melanie
Klein, Anna Freud y de Marian Milner . No puede pasar desapercibido que fue en
Gran Bretaña donde una serie de estudiosas de las tipologías escoptofílicas
dieron un vuelco a la representación de las relaciones de poder entre hombres y
mujeres a partir de una deconstrucción de la mirada. El psicoanálisis anega los
textos de Laura Mulvey y respira en su película, en la que colaboró Peter
Wollen, Riddles of the Sphinx, 1976.
Se trata de un ensayo cinematográfico que corre el riesgo de parecer a ratos
plúmbeo por su lenta utilización del tiempo y por su intrincada devanadera
a/narrativa[39],
que está centrada en el proceso educador entre madre e hijo, un proceso que
supone una inversión y distribución de tiempos y de organización de la vida
cotidiana y no, como se presupone en planteamientos idealistas, la transmisión
de valores afectivos sin más. El
psicoanálisis fue también herramienta de trabajo o cuando menos estaba en el zeigeist y es perceptible en las obras
de Michel Journiac, Hommage à Freud, 1972, ya comentada que propone
una imitación o remedo creíble tanto de la maternidad como de la paternidad. El
toque psicoanalítico también asoma en Discours
mou et mat, 1975, de Gina Pane, una de las artistas más incomprendidas
debido a la complejidad de situaciones y símbolos que maneja crípticamente en
sus acciones, convertidas posteriormente en fotografías como obra final. Arduo
resulta colegir del conjunto de seis marcos que contienen asimismo un dibujo y
cuatro fotos y que componen Discours mou
et mat el sentido de la misma. Aunque no lo reconoció explícitamente en las
distintas entrevistas y textos que se publicaron en vida la artista francesa se
vio impregnada de ciertos dispositivos psicoanalíticas que hacían furor entre
la inteligencia gala de los setenta, en versión freudiana o lacaniana. En esta
obra, la presencia de la madre, figura clave del eje heterosexual de la
sociedad occidental, desempeña un papel primordial. Para empezar diré que el
título es una referencia a un texto que se leyó durante la acción desarrollada
en la galería De Appel de Amsterdam y hacía aludía a los senos de la madre
“blandos y mates como la nieve”. El texto poético evoca a la madre nutricia
pero también al deseo lésbico, cuestión ésta que las glosadoras francesas de la
obra de Pane olvidan con frecuencia. Por ejemplo Anne Tronche quien, por otro
lado, ofrece datos y descripciones de valía para la comprensión del trabajo de
Gina Pane. Seguiré su comentario[40] con el
afán de entender la acción que
empezó con la colocación de una moto
delante de la galería. La intención era obstaculizar el acceso del público. Un
gesto que algunos habrían calificado entonces de tosco y de poco femenino como se ha dicho,
con carga machista, de algunas performances de Marina Abramovic. Los
espectadores se encontraron en la galería con guantes de boxeo, pelotas de
tenis, puños americanos, un casco de motorista, una hoja de afeitar, unos
espejos, rosas de diferentes colores y una mujer desnuda de espaldas al
público. Durante la acción la artista cogió un espejo en que estaba escrita la
palabra alienación –un término habitual entre la contracultura de izquierdas de
los setenta-. Gina Pane simuló boxear contra el espejo y después se cortó un
labio antes de acercarse a la mujer que le daba la espalda –su objeto de
deseo-. El evocador texto leído por un
participante empujaba a la artista al
pasado, a la infancia, a la relación compleja con la madre. La hoja de afeitar
había impedido con su brutal fisicidad que retornase el pasado con su sentido
automutilador. Con esta propuesta Pane hacía añicos la visión edulcorada sobre
la imagen de la madre, aquí asociada al deseo sexual, entre otras cuestiones.
De
otro orden es la perspectiva propuesta por Mary Kelly sobre la maternidad.
Queriendo huir de la tradición de madonnas idealizadas que amamantan a sus
criaturas o los llevan en su regazo, Mary Kelly, que vivió un tiempo crucial en
Gran Bretaña donde impulso un trabajo colectivo para concienciar a la población
de la discriminación que sufrían las mujeres en el ámbito laboral- un buen
fruto de ello fue el documental Nightcleaners,
realizado por el Berwick Street Film
Collective en 1975, introduce un punto de vista racionalista. Con ello evitaba
caer en el estereotipo de la emotividad. En su Post-Partum document, en seis partes, 1973-79 no se habla del
ficticio instinto maternal o del embeleso del parto sino que se desgranan
datos, cifras, gráficos, estadísticos, grabados. Se estudian las manchas
fecales del niño en relación a la
nutrición de su propio hijo. Se recogen
tarjetas y fichas con transiciones del proceso de aprehensión del
lenguaje y se transcriben las conversaciones entre Kelly y Ray Barrie sobre su
hijo; se analizan los balbuceos del niño; se estudian los objetos que manejó y
que hicieron las veces de objetos transicionales que confortaban al niño; se
usan convenciones taxonómicas y científicas que documentan el progresivo
conocimiento que tuvo el niño de la diferencia sexual –en los insectos, por
poner un caso- en su vida cotidiana; se diseccionó el aprendizaje de la lectura
y de la escritura.
Con
este laborioso y meticuloso trabajo Kelly se alejaba radicalmente de esa otra
corriente feminista volcada en una
representación directa y más o menos literal de lo orgánico, de lo corporal y
de lo materno.
Próxima
a estos planteamientos, aunque ya de lleno sumida en lo que podría ser otra
sección temática de este proyecto, se sitúa la obra de la británica Jo Spence.
En Who´s still holding the baby?,
1978 analiza la problemática de la crianza de los niños en relación con las
políticas del estado en lo tocante a las guarderías. Unos espacios de cuidado y
atención hacia los niños totalmente necesarios para las mujeres trabajadoras en
Gran Bretaña. Este lado militante y combativo de Jo Spence también puede
observarse en sus trabajos documentales sobre el cáncer del que moriría.
Haciendo acopio de recortes de prensa,
de pensamientos varios de algunas madres y de fotografías en blanco y negro, la
artista inscribe la crianza y el cuidado de los niños en un eje socio-político
y económico que escapa de la idealizada y desproblematizada maternidad. Huelga
decir que los padres no asumían su
paternidad y apenas si se enfrentaban a una situación que no parecía afectarles.
Por ello en algunas frases se alude al cuidado compartido y se recuerda que:“childcare is a question of money and
class”. Cierto, sin dejar de lado
también los valores que se vayan a inculcar. En una línea semejante
Margaret Harrison, también en Gran Bretaña, concibió Homeworkers, con la idea de revalorizar el trabajo doméstico
desempeñado por las amas de casa.
En una
dimensión de mayor espectro se sitúa una reflexión sobre la subordinación de la
mujer que de forma explícita tituló Eulalia Grau en 1977 como Discriminació de la dona. La artista
catalana entiende la discriminación que sufrían las mujeres, partiendo de lo
que los periódicos publicaban en una España que lentamente se alejaba de las
amenazas franquistas, en la que no se había aprobado la Constitución, aunque el
temor al golpismo no había desaparecido y era palpable. La situación de la
mujer, por otro lado, no tenía parangón con la del hombre pues era calamitosa. Tratada como una menor había
de pedir incluso permiso al padre o al marido para acceder a abrir una cuenta bancaria.
Eulàlia
Grau muestra la existencia de compartimentos estancos entre hombre y mujeres:
el espacio del fútbol y del bar era cosa de hombres, como Fundador. La casa y
los niños, de mujeres. En las oficinas el patrón era el rey y algunas mujeres
sólo salían de casa para entrar en un prostíbulo. Por otro lado, sin un juicio
apriorístico, aunque el título era asaz elocuente, la artista escogió estampas
de mujeres en fábricas además de mostrar el hastío reflejado en el rostro de un
ama de casa. Un tema novedoso fue el de la vida carcelaria que también afectaba
al maltratado sexo débil, como se decía todavía en la España de la transición
hacia la democracia..
Toda
investigación que se precie respecto de la problemática de género no puede
soslayar ese conjunto de constricciones,
presiones, y de falacias fomentadas, y a veces ideadas, por la
televisión, los periódicos, las revistas, la publicidad, y ahora también en Internet. Asimismo a
través de las múltiples plataformas de la cultura popular, de masas global y
local, y de la alta cultura de las
pasarelas y de otros espacios se alimenta la espectacularización del cuerpo,
que edifican día a día sin tregua pero sin pausa el modelo o los modelos de
belleza imperantes. El movimiento feminista, más allá de sus sanas
discrepancias y de las estrategias dispares a llevar a cabo, suele coincidir en
el daño que ocasiona las imposiciones estéticas en la persona, generando poca
estima o falta de ella, claramente visibles en el comportamiento, en la
conducta, en la percepción del cuerpo, del estado de salud y de lo que se
entiende o se cree que se entiende como femenino o masculino.
Parece
lógico que tras haber analizado al detalle la importancia de la sociedad de
consumo respecto de la apariencia, haya una sección que contemple cómo el arte
desde técnicas distintas aunque privilegiando el vídeo y la fotografía pues a la postre se
centra en desentrañar las claves de las imágenes fabricadas en los media.
Algunos trabajos podrían estar incluidos en la sección dedicada a la performance
del género desmenuzada al principio. Así, tanto Representational Painting, 1971, de Eleanor Antin como Change.
My problem is a problem of a Woman
de la artista polaca afincada en Berlín,
Ewa Partum, insisten con un tono entre
pesaroso y elegíaco en la imposición social del maquillaje como si esto
fuese un requisito imprescindible para “ser mujer”. Las performances de
drag-queens, drag-kings y demás han demostrado que esta teoría tiene pies de
plomo. En el caso de Antin se establece una analogía entre su rostro y la
pintura que se llena de colores y manchas. Un tono más jocoso e irreverente
aflora en Ana Mendieta que juega con el
rostro, epicentro de la identidad, al que embadurna y ensucia, afeándose a propósito
en sus Facial Cosmetic Variations,
1972. El propósito de desfigurar su rostro y su cuerpo obedece en parte al
rechazo a ser encuadrada en el estereotipo xenófobo y racista de latina
caliente, es decir, exclusivamente de
mujer sexualizada y cosificada, que la artista cubana sintió en Estados Unidos[41]
El
maquillaje cumple su papel demarcador de género pero sería reductor decir que
en Standard la artista catalana Fina
Miralles se limitase a recopilar imágenes de revistas y publicaciones españolas
de cosmética. Standard, 1976, es un
trabajo de enorme calado, poco conocido aún, que se hizo en una ciudad entonces
ajena al mainstream de la modernidad
artística como Barcelona, claramente
alejada del circuito internacional del mercado capitaneado por Nueva York. El
proyecto cobró cuerpo en una performance en la que la artista aparece sentada,
atada a una silla de ruedas. Por la pared desfilaban cerca de setenta
diapositivas de dos tipos: en uno, una mujer mayor vestía a una niña; en otro,
se sucedían innúmeras imágenes de la mujer fabricada por los medios de
comunicación. A la par un televisor emitía un programa de resabios
sentimentalistas, dirigido a las mujeres. El aparentemente inocente acto de
vestir a una niña, parece indicar Fina Miralles, no es sino una forma eficaz de
moldear su personalidad, sus expectativas, sus preferencias y su devenir mujer.
De la misma manera los requerimientos y convenciones sobre la belleza externa
del cuerpo esculpen a las receptoras a partir de los paradigmas sociales, como
bien supo ver Eleanor Antin en una de sus piezas mayores, Carving: a Traditional Sculpture, 1973, en la que se ven fotos de la
artista después de haberse sometido a una dieta. De forma parecida la
protagonista del vídeo de Martha Rosler Vital
Statistics of a Citizen Simply Obtained, 1977, se pone en manos de los
médicos que la miden, observan y analizan como
conejillo de Indias. Este conjunto heteróclito de controles del cuerpo,
del físico, del comportamiento los sufre tanto una persona desconocida, como también
aquellas personas a quienes persigue la fama, como sucedió con Marilyn Monroe.
La artista croata Sanja Ivekovic, obsesionada con el trato sádico que los
medios depararon a Marilyn Monroe, compuso en 1975, Tragedia de una Venus. El
dispositivo empleado es semejante a su conocida Double Life: la yuxtaposición de una imagen procedente de una
revista junto a una foto personal que capta un momento de su vida. En este caso
se trata de una serie que contiene 20 parejas de fotos de 1949 a la fecha de
realización, en donde se presentan imágenes de la actriz norteamericana con sus
pies de fotos y, al lado, otras fotos de
la artista croata en gestos desenfadados y en el fondo disonantes con el
glamour artificial que rodeaba la vida pública de Monroe.
La
invasora y perniciosa presencia de los
medios en la configuración de papeles, roles y valores sedujo a Eugènia
Balcells. En Fin (1977) recoge la
última página de fotonovelas muy vendidas en la España franquista, dirigidas en
exclusiva al público femenino con reglas adocenadas y antiguas. También concibió
Boy meets Girl , 1978. En este caso
con un elenco iconográfico más internacional acumuló una serie de imágenes
mediáticas y del imaginario cinematográfico para ser proyectabas en dos tiras
paralelas que reflejan los distintos y cansinos modelos publicitarios de
feminidad y masculinidad. Que fortalecen por
otra parte el mito de la pareja heterosexual. Menos mal que a veces cabe
la fantasía y la ironía, como supo comprender Dara Birnbaum en su Technonology/transformation.
Wonder Woman, 1978/79, quien imagina las andazas de su supermujer que
aparece y desaparece por arte de magia.
La crasa o
idealizada realidad ficticia de la moda, la publicidad y las imágenes
mediáticas influye en la transmisión de valores de género y repercute de algún
modo en la construcción de la vivencia del espacio público y del privado y de
su diferente ocupación en función del género como ha estudiado Beatriz Colomina[42].
Lugares y
espacios concebidos socialmente para la mujer fueron diseccionados con generoso sentido del humor por Martha Rosler,
pongo por caso el paradigmático de la cocina ,representado en su vídeo de 1975 Semiotics of the kitchen. En él la
artista enarbola cada utensilio pronunciado por ella misma pero a medida que
desgrana el abecedario da a entender que el lenguaje y su articulación verbal
está impregnados de condicionantes de género. Por si fuera poco en este
imaginativo trabajo de Rosler el lenguaje y los cacharros de la cocina (cazo,
cuchillo, sartén…) adquieren un sentido alterado mediante la gestualidad que
aporta la artista cada vez que anuncia un nuevo utensilio: una gestualidad
dotada de sentido burlesco. Pero salgamos a la calle: es preciso reconocer que
la dicotomía entre el espacio privado, doméstico donde supuestamente reinaban
las féminas y el público en donde el varón ejercía y desplegaba sus ambiciones
fue cuestionado y puesto en solfa por
muchas voces feministas. Había pues que salir a la calle como lo hizo VALIE
EXPORT que se paseó por el centro de Viena sujetando con una correa a un
hombre, a la sazón Peter Weibel (Del
archivo de lo canino, 1969). A tenor de la sonrisa de la artista este acto
de afirmación del poder femenino resultó fructífero y divertido, y no sólo por
las reacciones de asombro de un público callejero poco o nada acostumbrado a
que alguien perturbase el orden urbano con
acciones de arte, y menos todavía una mujer. VALIE EXPORT recordaba que
la mujer había quedado relegada a un puesto subordinado, incluso entre los
provocadores e irrespetuosos accionistas. El espacio público es una
encrucijada difícil de determinar en el
que nacen conflictos y confrontaciones. Es el lugar de las protestas, de las
manifestaciones pero también el de los desfiles militares, el de las fiestas
controladas en tiempos de carnaval y el de las procesiones religiosas.
Demasiados experiencias con significación dispar. Para un sector considerable
del feminismo ocupar ese espacio, aunque fuese provisionalmente adquiría una
importancia vital. En esta exposición, desde diferentes partes del mundo, he
escogido propuestas disímiles pero significativas. Con Petjades, 1976, Fina Miralles recorre las calles de Sabadell, una población del cinturón
industrial cercana a Barcelona. A medida que camina Fina Miralles deja unas
marcas en el suelo con sus zapatos-tampón: su nombre y su apellido. En tiempos
en que el nombre y el valor individual del nombre de una mujer era nulo si no
se estaba casada, Miralles imprime en sus huellas su firme voluntad de agente
autónomo. Su deseo de ser sujeto que abomina del poder, inscrito en un nombre
basado en las reglas del patriarcado (la fuerza del apellido del padre,) y en
las del sistema heterosexista. En
aquellos años el marido controlaba la custodia de los hijos, la patria potestad
y hoy en muchos países las mujeres al casarse pierden su apellido, sustituido
por el de sus esposos. Al revés no sucede. Con el vídeo y las fotos de Petjades estamos ante un caso político de ocupación individual del
espacio público. A continuación me referiré a otra tipología de utilización
colectiva o grupal de la esfera pública. En 1978, diez años después de las
revueltas del mayo parisino y de que surgiera el Mouvement de libération des
femmes (MLF), que ha estudiado Elisabeth Lebovici[43], la artista
argentina afincada en Francia se apostó en uno de los puentes del Sena, el Pont
Marie. Pertrechada con una pancarta y rodeada de mujeres y de hombres, Lublin
la lanzó al río para que las aguas transportasen un cúmulo de preguntas
–algunas con resabios psicoanalíticos- sobre las discriminaciones de las mujeres
en la sociedad gala, sobre el cuerpo utilizado por el macho, sobre los
prejuicios misóginos. Lublin inquiere: ¿es la mujer una víctima sexual? ¿Una imagen inmaculada
¿Una puta? ¿un saco de esperma, ¿un falo al revés?, ¿el mal del siglo? El agua,
que algunos han interpretado como signo de la maternidad, aunque otras voces
discreparían de esa asociación, se llevó la propuesta titulada Dissolution dans l´eau. 17 heures Pont
Marie.
En esta
sección, quisiera referirme también a una acción claramente colectiva que no
tuvo lugar stricto sensu en un espacio abierto, aunque sí público, pues un museo a la postre ha de aspirar a
serlo.
Mónica
Mayer ideó en 1977 para el Museo de arte
Moderno de la capital mexicana un proyecto de indudable alcance participativo,
Su intención era facilitar que, aunque la obra se expondría en una sala del
museo, muchas mujeres –de facto participaron alrededor de ochocientas de
distintas edades, clase social y profesión- utilizaran un papel para escribir
lo que les desagradaba de vivir en México D.F. Los comentarios escritos en los
papelitos apuntaban a la grosería de los machos irredentos, al acoso de los hombres, al miedo a la violación
y casi a modo de terapia transmitían, a veces con humor, el hastío de un
sistema patriarcal, de consolidado machismo. Las papeletas fueron colgadas en
un hilo rosa (ojo a la significación del color) de tender ropa y dio pie al
título El tendedero. Las
papeletas pudieron ser modificadas por
el público que por allí pasaba y que se sumaba a la posibilidad de expresar su
pensamiento y su indignación ante el recalcitrante sexismo de la sociedad
mexicana. El tendedero tuvo
continuación en 1979 en California donde
se llevó, a petición de Suzanne Lacy, En este caso el lugar elegido fue una
biblioteca del barrio de Santa Mónica.
Esta es
una de las obras más conocidas de Máyer,
un nombre capital del feminismo mexicano, impulsora de colectivos como
Polvo de gallina negra junto a Maris Bustamante, en 1983 y que ha descollado en
el ámbito de la performance como demuestra
su libro Rosa Chillante[44].
Ha sido mi
intención trasladar en La batalla de los
géneros la complejidad poliédrica de una década de protestas, de
cuestionamientos del sistema patriarcal, de polémicas en el seno del feminismo,
de replanteamientos sobre el cuerpo, acerca del poder masculino, de crítica al
autoritarismo sexista inscrito en la educación, en las representaciones, en la
historia (también en la del arte como trataron con fortuna de plantear Linda
Nochlin y Ann Sutherland Harris en Women
Artists. 1550-1950[45]),
de disidencias respecto de la infrarepresentación de la sexualidad lésbica pero
también de las cuestiones relativas a la raza y las clases social
desfavorecidas –mucho más estudiadas desde los ochenta con la aparición de una
nueva generación de intelectuales, verbigracia bell hooks, Cherrie Moraga,
Audre Lorde, Gayatri Spivak, que contemplaron, entre otros asuntos, la necesaria ósmosis entre las realidades
poscoloniales y el género-.
Estos y
otros temas fueron auscultados desde ópticas asaz diversas, sin aspirar a la
exhaustividad que sería imposible. En gran parte el énfasis estuvo puesto en la
reivindicación de las micropolíticas, en las dificultades diarias, en la vida
cotidiana, de cariz tan distinto según el sexo en el que uno/a hubiera sido
marcado/a al nacer. Lo personal es político es una consigna rabiosamente actual
cuando se hurga en lo que sucede en cada casa, en casa familia (sea del tipo
que fuere: tradicional o no), en cada relación del ámbito laboral…Pero esa
consigna ha sido aviesamente utilizada para desprestigiar al feminismo (es
necesario hablar en plural porque la realidad feminista que es diversa
internacionalmente lo es[46]), cargando las
tintas acerca de que los asuntos de género son de orden privado y no se ocupan
de la macropolítica, de los temas de estado, de a política en mayúscula, de las
estructuras sociales de envergadura. Tales descalificaciones no han
desaparecido y se deslegitiman por sí mismas. Dicho esto, y dado que la guerra
es probablemente uno de los fenómenos de mayor trascendencia mundial que ha
sido generalmente percibido desde una visión exclusivamente viril, he creído
conveniente incluir en este proyecto algunas obras que escarban en los horrores
bélicos desde la atalaya del género. Dos trabajos, los de Nancy Spero y los de
Martha Rosler sobresalen. En el caso de la primera tanto Male Bomb (Swastika) y Sperm
Bomb, ambas de 1966, fueron pensados para imbricar el componente sexual
masculino con el uso destructivo de las armas[47] e incluso con
el nazismo. Spero es una artista que a lo largo de las décadas se ha propuesto
zambullirse en el tejido de la violencia que han sufrido las mujeres a través
de la historia, sea en épocas antiguas (Grecia, Mesopotamia, Egipto) como en
conflictos bélicos del siglo XX tales la segunda Guerra Mundial y Vietnam. En
los fotomontajes de Martha Rosler que ella mismo hizo circular en revistas
minoritarias en su momento, yuxtapone la supuestamente plácida vida doméstica
de la mujer blanca burguesa y sus tareas (Cleaning
the Drapes), con el espanto abominable de la guerra que afectó también a
los hombres, jóvenes y ancianos, amén de a las mujeres y a los niños. Rosler
sugiere en Bringing the war Home, First
lady (1967-72),que la muelle existencia de ricos y gobernantes, también
mujeres (primeras damas, en este caso, pues se trata de Pat Nixon), es cómplice
del horror a miles de kilómetros de distancia. Rosler huye de la
esencialización de la mujer, en exceso angelizada en algunos cenáculos
feministas que la consideran siempre buena e inocente, probablemente como
estrategia compensatoria por la historia de opresión en que estaban sumidas. Lo
que importa fundamentalmente, parece decir Rosler, son los actos, los hechos y
no la categoría identitaria o social en que uno/a haya sido englobado, aunque sea con buena
intención.
Esto me
conduce al final y a una reflexión sobre las manipulaciones de la historia y de
los mitos que en ocasiones se confunden
y entreveran con la historia factual. Por ello
creo oportuno incluir una sección que muestra la rebeldía ante la
transmisión de saber y conocimiento, que es una forma particularmente eficaz y
corrosiva de poder.
Lea
Lublin, en 1979, tras inspeccionar con lupa y minucia algunas obras omitidas o
borradas de la historia del arte descubre que una pintura de Artemisia
Gentilleschi se esconde una historia no narrada, olvidada, sepultada. En la
violencia de Judith que cercena el cuello de Holofernes, en las líneas y el
resquicio espacial que deja la espada decapitadora y las manos de las asesinas
(Judith y su ayudante) asoma un parto. El
medio del cuadro. Espacio perspectivo y deseos prohibido de Artemisia G, 1979 es el resultado
clarividente.
En el caso
de Ulrike Rosenbach se adentra en uno de los mitos más reproducidos de la
antigüedad, el de Hércules y sus proezas, lo que le mueve a investigar la
carencia de mitos femeninos de semejante tenor. Para ello entrevistó a un
historiador alemán y exploró también cómo los Hércules de antaño han adquirido
nuevas hechuras y se a convertido en los King-Kongs de muchas películas, en las
que las mujeres cautivas son simples juguetes. Rosenbach introduce una pantalla
en una imagen gigantesca del todopoderoso
Hércules desde la que la propia artista proclama insistentemente: Frau,
Frau (mujer). Desde los setenta con la tecnología al servicio de un discurso
impecable Rosenbach trata de revertir las visiones carpetovetónicas del Mito y
de la Historia, narrada incesantemente a los pequeños en la escuela, en los
libros de arte, a través de los viajes, en el turismo. Así es Heracles-Hercules-King Kong (1977). Un
resumen de la Grecia y la Roma clásicas, dos grandes poder de la civilización
occidental, con el añadido del nuevo imperio, el del cine norteamericano que
traslada la misma idea: el poder omnínodo del coloso masculino. En este ocasión
el gorila y su fuerza bruta parecen doblegarse ante el cuestionamiento incisivo
e investigador de Rosenbach.
Mary Beth
Edelson se enfrentó a la imagen más sagrada del Occidente cristiano. Sin
desdoro izo de la mitificada Última Cena (versión Leonardo da Vinci) un
encuentro entre importantes mujeres del arte producido en Estados Unidos. Las
caras de los apóstoles y de Cristo han sido reemplazadas en Some Living American Artists/Last Súper,
1972,. Georgia O, Keeffe es Cristo y entre los apósteles se cuentan
artistas tan relevantes como Louise Nevelson, Louise Bourgeois, Hhelen
Frankenthaler, Yoko Ono. Unas tiras de fotos rodean completamente la escena
hasta completar el número de 82 elegidas de forma arbitraria, como comentó la
misma artista que sí tomó en consideración la diversidad de disciplinas
artísticas y la variedad de razas.
Vagina Painting de la japonesa Shigeko Kubota podría
estar en otra sección, como la dedicada a la sexualidad y el cuerpo, pero he
querido introducirla en este capítulo pues la performance realizada en
1965 en el Perpetual Fluxus Festival de
Nueva York es de algún momento una obra protofeminista[48]. Pero tiene
otros significados: puede leerse como un
desacato ante el omnisciente poder de los artistas hombres que, por cierto, se
sintieron molestos con la misma Kubota. Y sobre todo también parece lícito
interpretarlo como una forma de ironizar sobre el poder hiperbólico que la
crítica de arte había otorgado a la abstracción capitaneada por el encumbrado
Jackson Pollock. Un gerifalte de la masculinidad exaltada y magnificada,
hacedor y “genio” del Action Painting (una manera de entrar en la historia del
arte), que Kubota desmitifica poniéndose
de cuclillas y pintando con su pincel sujeto a las bragas.
Una nueva
era empezaba a mediados de ese decenio y sobre todo a lo largo y ancho de los
setenta. Y ya nada podría ser igual en la historia del arte desde la aparición
de los diferentes feminismos y de la perspectiva de género, a la que también
contribuyeron algunos hombres, se consideren feministas o no, como también hay
mujeres que descartan ese apelativo (Marina Abramovic es el ejemplo más
sonado).
La batalla de los géneros es un proyecto que podría haberse
organizado o articulado de otro modo. Recuerdo de nuevo para los lectores los
distintos agrupamientos, secciones o capítulos que lo componen: género
performativo, Womanhouse, las estructuras de la violencia, la cuestión de la
naturaleza y el esencialismo, la problemática de la raza, la centralidad del
cuerpo y de la sexualidad, la cuestión de la maternidad y de la familia, los
condicionamientos del ámbito laboral, las constricciones de la belleza
estereotipada, la divisoria entre espacio público, privado y género, la guerra
como ejemplo de macropolítica, el peso de la Historia y del Mito. Obviamente,
se podrían haber elegido otras secciones, por enfatizar los conceptos relativos
a la mirada (pienso en Annette Messager y sus Approches, 1971) o porr dedicarle una atención preferente a los
colectivos feministas o por arrostrar los riesgos de preguntarse de si se puede
producir abstracción con contenido de género, como se ha sostenido en otros
foros de debate. Las opciones son muchas y algunas quedan abiertas. En el caso
que me ocupa he tratado de trazar una cartografía de una época -los setenta- rica y plagada de disputas ideológicas o estéticas que al
contrario de lo que a algunos/as pueda parecer se me antojan enormemente
positivas, de ahí el titulo de este ensayo “El beneficio de la discordia”. No
por ello me convencen todas las plataformas feministas. No me siento próximo de
las formulaciones del feminismo de la diferencia en su vertiente francesa,
italiana o estadounidense, pero de todas ellas he aprendido y mucho, como
también lo he hecho de artistas que rompieron moldes en el terreno lábil del
travestismo, del inconformismo sexual, y
por ello he dispuesto un capítulo destacado sobre la performatividad del
género, siguiendo de cerca –eso espero- las
visionarias teorías de Judith Butler.
Con mayor
o menor acierto he comentado, a veces con ligereza, algunas de las obras que se
exponen en La batalla de los géneros,
obras procedentes de muchos países, de diferentes culturas (Argentina, Brasil,
Turquía, Alemania, España, Estados Unidos…). Son más de cincuenta artistas. Puede
parecer desmedido pero me pareció justo, de algún modo, para poder reproducir
con cierta fiabilidad el calidoscopio poliédrico del arte empapado de género,
política y rebeldía de los años setenta.
[1]
Se trata de dos antropólogas que enfatizaron que los tipos de relaciones que se
producen entre hombres y mujeres obedecen a procesos sociales y culturales. Su
libro se publicó en Cambridge y Londres por Cambridge University Press, 1981.
[2]
En este estudio publicado por Columbia University Press en 1988 la autora
concede gran significación a la relación entre el género y el poder,
particularmente subraya que el género funciona como un territorio a través del
que se articula el poder.
[3]
Sobre las personas intersexuadas es muy destacada la labor del activista Mario
Cabral en Argentina. Sus reflexiones pueden leerse en Cuerpos Ineludibles, ed. a cargo de Josefina Fernández, Mónica
D´Uva y Paula Vitutto, Buenos Aires, Ediciones de Ají de Pollo, 2004.
[4]
Me refiero a los argumentos expuestos por Judith Butler en Deshacer el género, Barcelona, Paidos, 2006.
[5] Rosi Braidotti with Judith Butler “Feminism
by Any Other Name”, en differences. A Journal of Feminist Cultural
studies, 6 2+ 3, 1994, Indiana University Press, pp. 43-44
[6]
Rosi Braidotti, Nomadic Subjects,
Columbia University Press, 1994
[7]
Monique Wittig, “Le point de vue, universel ou particulier”, prefacio al libro
de Djuna Barnes, La passion París,
Flammarion, 1982.
[8]
No son por supuesto las únicas exposiciones en que se aboga por centrarse en
exclusiva en obras creadas por mujeres. Dos casos recientes como Global Feminims del Brooklyn Museum of
Art, 2007 y Kiss Kiss Bang Bang del
Museo de Bellas Artes de Bilbao, 2007, resultan discutibles, pues desde una
perspectiva del arte reciente en el primer ejemplo, y de un recorrido
ahistórico en que se mezclan obras pioneras de los setenta con otras elaboradas
en los últimos años, como sucede con la segunda, se omite la posibilidad de la
dinámica feminista en los creadores hombres.
[9]
Connie Butler, “Art and Feminism. An Ideology of Shifting Criteria” en el
catálogo Wack. Art and The Feminist
Revolution, MOCA, Los Angeles, publicado por MIT Press, 2007, p. 22
[10]
Eduardo Haro Ibars, Gay Rock, Ed.
Júcar, Madrid, 1975
[11] Ibidem,
p. 40
[12]
David Cooper, La muerte de la familia,
Ariel, Barcelona, pp. 133-134
[13]
Texto de Martine Lanini, “Travestis” en el catálogo Transformer. Aspekte der Travestie”. Se trata de una publicación
que cuenta también con contribuciones de
Peter Gorsen y Patrick Eudeline y que corresponde a una exposición comisariada
por Jean- Christophe Amman realizada en el Kunstmuseum, Luzern, del 7 marzo
hasta el 15 abril de 1974. Itineró a la Neue Galerie Am Landesmuseum Joanneum,
Graz, y al Museum Bochum, Kunstsammlung, ya en 1975. Texto sin paginación.
[14]
Richard Dyer, “Don´t Look Now. The Male Pin Up”, Screen, 16, 1982
[15]
Julia Hountou, “De la carnation à l´incarnation” en el catálogo Michel Journiac, Les Musées de
Strasbourg, 2004, p. 90.
[16]
Catálogo Carlos Pazos, Barcelona,
Sala d´exposicions de l´obra cultural de la Caixa de Pensions, 1982. Entrevista
realizada a Carlos Pazos a cargo de Rosa Queralt, s.p
[17]
Soy deudor de la lectura que propone el crítico de arte chileno Justo Pastor
Mellado en su texto “Eugenio Dittborn: la coyuntura de 1976-1977”, disponible
en su página web: www. justopastormellado.com
[18]
Comentarios de Justo Pastor Mellado como respuesta a una pregunta mía sobre la
relevancia del género en el arte producido en Chile en los setenta. Email de 12
de febrero de 2007. Nelly Richard publicó sobre la obra de Carlos Leppe entre
1974 y 1980, Cuerpo correccional,
Santiago, Francisco Zegers editor, 1980.
[19]
Véase el texto de María Laura Rosa en este catálogo.
[20]
Womanhouse de Arlene Raven en The Power of Feminist Art. The American
Movement of the 1970s. History and Impact, ed. a cargo de Norma Broude y
Mary D. Garrard, Abrams, Nueva York,
1994, pp 48-65
[21]
Es importante resaltar el valor semántico del termino cunt (coño) que conlleva una carga peyorativa, una injuria de
enormes dimensiones. La reivindicación del cunt-
art, arte del coño centrado en la iconografía vaginal partía de la
necesidad de dotar de un valor positivo a los genitales femeninos en una
sociedad falócrata. Kate Millet escribió sobre ello en Sexual Politics, 1970.
[22]
Una reflexión visual de lo que representó Valerie Solanas la compuso la artista
británica Margaret Harrison en sus dibujos, por ejemplo en The little Woman at Home, 1971, que representa a una temible mujer
que planta su pie sobre una caja Brillo. Para un entendimiento de la figura
compleja y controvertida de la autora del SCUM Manifesto, véase Catherine Lord
en su texto “Notes on Beatification: The Case for Valerie Solanas, Journal of Aesthetics and Protest, Otoño
2006.
[23]
Véase los textos de Pilar Parcerisas, “De la naturalesa a la naturalesa” y de
Assumpta Basas, “Fina Miralles: natura, cultura i cos femení, una perspectiva
des del gènere” en Fina Miralles. De les
idees a la vida, Museu d´art de Sabadell, 2001.
[24]
Para el conocimiento de esta obra colectiva me he basado en el estudio de Diane
Quinby, “L´oeuvre à plusieurs dans le parcours de Nil Yalter”,
investigación inédita, 2006.
[25]
Luisa Muraro, L´ordine simbolico della
madre, Roma, Editori Reuniti, 991
[26]
Hay excepciones a la regla. El nombre de Claude y Dominique sirven para mujeres
y hombres.
[27]
María-Milagros Rivera Garretas, Nombrar
el mundo en femenino. Pensamiento de las mujeres y teoría feminista,
Barcelona, Icaria, 1994, p. 226
[28]
Conversación entre Mary Beth Edelson y el autor de este texto en el estudio de
la artista, Nueva York, 17 abril 2007.
[29]
En un texto de Laura Cottingham, “Shifting Signs. On the Art of Mary Beth
Edelson” se hace alusión al interés de la artista por la mitología colectiva y
a su participación en un seminario sobre teoría jungiana, Una influencia de la
que se desmarcaría posteriormente Véase el catálogo The Art of Mary Beth Edelson, publicación de la artista, Nueva
York, 2001, p. 27
[30]
Entre las ideadoras de Heresies estaban Lucy Lippard, Nancy Spero, Mary Beth Edelson, Joan Semmel…
Véase Writing and righting) Wrongs: Feminist Art publications de Carrie Rickey
en The Power of Feminist Art. The
American Movement of the 1970s, History and Impact, ed. Norma Broude y Mary
D. Garrard, Abrams, Nueva York, 1994, p.
126
[31]
Texto de Katy Deepwell, pp. 72-74 en Kiss
Kiss Bang Bang. 45 años de arte y feminismo, Bilbao Museo de Bellas Artes,
2007. Exposición comisariada por Xavier Arakistain.
[32]
Faith Ringgold, We Flew Over te Bridge:
The Memoirs of Faith Ringgold, Boston, Little, Brown, 1995, p. 175
[33]
Fabienne Dumont, “Art et féminisme: années 70 France. Un contexte houleux et
des oeuvres décapantes”, ponencia presentada en la escuela de arte La Cambre de
Bruselas en marzo de 2006.
[34]
Véase Juan Vicente Aliaga, “La vida está en nuestras manos. Cuestiones de género,
feminismo y violencia en la obra primera de VALIE EXPORT” en el catálogo VALIE EXPORT, Montreuil, Editions de
l´Oeil, 2003, p. 91
[35]
Véase The Evening Standard, Londres,
28 de febrero de 2006, artículo de Tom Teodorzuck, Reproducido en la página web
de la artista: www.coseyfannitutti.com
[36]
Véase el suculento texto de Richard Meyer, “Hard Targets: Male bodies, Feminist
Art, and the Force of Censorship in the 1970s” en Wack!
Art and thhe Feminist Revolution, Moca, Mit Press, 2007, pp. 362-383.
Richard Meyer ha salido al paso de la controversia generada sobre la
conveniencia o no de que la portada del catálogo de la exposición del Moca
contase con una obra de Martha Rosler, Body
Beautiful or Beauty knows No Pain: Hot House or Harem, 1966-72, que muestra a una pléyade de mujeres desnudas procedentes de revistas porno. “Feminism Uncovered” en Artforum, verano, 2007, pp. 211-212 y 538
[37]
Gayatri Spivak habló de la doble colonización y a la hegemonía occidental del
feminismo blanco y de clase media que ignoró durante mucho tiempo las distintas
formas de vivir la feminidad en distintas partes del planeta. Así cuestiones
como la violación aprobada tribalmente en países como Pakistán o el tráfico de
mujeres subsaharianas o la ablación son terribles experiencias por las que no
pasan las mujeres occidentales. Gayatri Spivak, Can the Subaltern Speak?, 1985.
[38]
“Video Magic” de Peter Wollen, en Electronic
Shadows. The Art of Tina Keane,Londres, Black Dog Publising, 2004, p. 37
[39]
Mucho mejor soportan el paso del tiempo las películas de Chantal Akerman, sobre
todo Jeanne Dielman. 23 Quai du Commerce
1080 Bruxelles, 1975, y también el
corto Thriller de Sally Potter, 1979.
[40]
Anne Tronche, Gina Pane, actions,
París, ed, fall, 1997, pp. 94-97
[41]
Véase el catálogo Ana Mendieta,
Santiago de Compostela, CGAC, 1996.
[42]
De esta autora se lee con provecho Espai
i Sexualitat, Barcelona, Universitat Politécnica de Catalunya, 1997, y Doble
exposición. Arquitectura a través del arte, Madrid, Akal, 2007. En este
segundo libro se incluye jugosos estudios sobre Le Corbusier y Louise Bourgeois
desde una perspectiva de género.
[43]
Me remito al texto de Elisabeth Lebovici incluido e este catálogo. Este
investigadora junto a Catherine Gonnard
es la co-autora de Femmes
artistes/artistes femmes. De 1880 à nos jours, París, Hazan, 2007. Véase también Vraiment Féminisme et Art, Grenoble, Le
Magasin, 1997, un polémico catálogo percibido como imposición angloamericana,
que fue diseñado por Laura Cottingham que mezcla obras de artistas que
trabajaron en Francia con otras que lo hicieron en Estados Unidos.
[44]
Rosa Chillante, Mujeres y performance en
México, AvEdiciones, 2004. Me remito al texto de María Laura Rosa sobre
feminismo en Latinoamérica incluido en este catálogo.
[45]
Este es el título de la primera gran exposición que recorre cuatro siglos para
corregir, recomponer y reequilibrar el
canon masculinista que había excluido, con la complicidad de historiadores del
arte, por ejemplo H. W. Janson, a muchas mujeres artistas de valía como
Artemisia Gentilleschi, Angelica Kauffman, Anne Vallayer.Coster y un largo
etcétera. Tuvo lugar en el Los Angeles County Museum, en 1976, y posteriormente
viajó al Brooklyn Museum de Nueva York. Linda Nochlin fue autora del pionero
ensayo: Why Have There Been no Great
women Artist? que publicó la revista Art
News en enero den 1971. Se ha
reimpreso en Linda Nochlin, Women, Art
,Power and Other Essays, Nueva York, Harper and Row, 1988.
[46]
Sobre la necesidad de insistir en la diversidad de feminismos y de una
perspectiva flexible que los contemple según corrientes, puntos de vistas,
países y culturas véase Maura Reilly “Introduction. Towards Transnational
Feminisms” en Global feminisms, New
Directions in Contemporary Art, Brooklyn Museum, Merrel, Nueva
York/Londres, 2007.
[47]
Sobre la vinculación de la sexualidad viril, la violencia misógina y la guerra véase el ensayo de Joanna Bourke,
An Intimate History of Killing.
Face-to.face Killing in Twentieth Century Warfarre, Londres, Granta Books,
1999.
[48]
Así la define Kristine Stiles en “Entre el agua y la piedra. El performance en
Fluxus: una metafísica de las acciones” en Fluxus
y fluxfilms. 1962-2002, MNCARS, Madrid, 2002, p. 173
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